Un escritor cercano al régimen, pero de sátira sutil
En 2009 no asistió a la Feria de Fráncfort por la participación de disidentes
PEKÍN.– Es el cuarto de hora de China. El país asiático ya no sólo llena titulares políticos y económicos, sino ahora también culturales. Esa parece ser la conclusión de un año que le ha traído el premio Pritzker de arquitectura a Wang Shu y ahora el Nobel de Literatura a Mo Yan.
Los dos galardones son un claro reconocimiento al ascenso de China en la escena internacional y a su innegable fuerza creativa, pero al mismo tiempo constituyen una señal de aliento a sus voces artísticas más complejas y, hasta cierto punto, independientes. No se trata de disidentes, como lo es el intelectual y activista de derechos humanos Liu Xiaobo, pero sí de artistas cuyas obras plantean profundas reflexiones sobre la vertiginosa transformación de la sociedad china.
En el caso de Wang Shu, se premiaba una arquitectura austera pero lírica, que apostaba por técnicas artesanales y materiales reciclados de demoliciones. Es decir, en gran medida la antítesis a la galopante modernidad china y, al mismo tiempo, la puesta en valor de la tradición. Mo Yan pertenece a una categoría similar. Goza de enorme prestigio en China, donde vende millones de copias y escribe gracias a un sueldo del Ejército de Liberación Nacional. Sus libros exploran temas como la vida rural o la burocracia estatal con agudeza e incluso con mordacidad, pero su autor siempre se ha negado a asumir el rol de crítico o de disidente. Tanto que cuando China fue invitada de honor en la Feria del Libro de Fráncfort de 2009, Mo rehusó participar en un coloquio con reconocidos escritores exiliados como Dai Qing y Bei Ling.
Aun así, es imposible ignorar la mirada social de sus novelas, que han sido traducidas al español en ediciones limitadas. En La república del vino, una historia detectivesca en torno a un incidente de canibalismo, sirve como telón de fondo para una feroz sátira sobre la corrupción y los excesos cometidos por funcionarios públicos. En La vida y la muerte me están desgastando narra, desde la perspectiva de un terrateniente asesinado que reencarna como diferentes animales, los eventos en torno a la Revolución Cultural y la Gran Hambruna. Y en Sorgo rojo –su novela más conocida– y Grandes senos y amplias caderas posa su mirada sobre los cambios en el campo chino a lo largo del siglo pasado. Todas consiguieron circular en un país donde la censura no es una práctica sistemática, sino más bien ambigua y muy sutil.
Sólo resultó censurada Las baladas del ajo, por su relato de una huelga de un grupo de campesinos furiosos porque el gobierno se niega a comprarles la cosecha de ajo que éste mismo les pidió sembrar. En gran medida se debió a que corría 1989 y su publicación coincidió con las revueltas estudiantiles en la Plaza de Tiananmen. Cuatro años después, la novela regresaba a los estantes de las librerías.
El rol de Mo ha sido similar al del cineasta Zhang Yimou. Ambos prefirieron mimetizarse con el sistema para continuar su proceso creativo: mientras Zhang se convirtió en el director de colosales obras que exaltan la grandeza china, Mo Yan asumió el rol de vicepresidente de la controversial Asociación de Escritores Chinos, apoyada por el gobierno.
Ahora finalmente un galardón importante recae en un artista considerado como cercano al gobierno chino, que mantiene una relación difícil con sus artistas más controvertidos. Hace doce años el novelista Gao Xingjian ganaba también el Nobel con su prosa de corte espiritual y autobiográfica. Pero, para Pekín, Gao no era chino: había obtenido el asilo político de Francia y se había mostrado muy crítico en las revueltas de 1989. Suficiente para que le cayera como anillo al dedo la frase que alguna vez soltó el ex presidente de facto Roberto Viola sobre Julio Cortázar: "Que yo sepa, ese señor es francés y no tiene nada que ver con nosotros".
Pero esta vez no parece haber dudas. Mo Yan es un escritor chino de corazón y de pasaporte, cercano al poder, pero con suficiente sátira para narrar las contradicciones de la China moderna, y la China campesina, de una forma tan sutil que se hacen delgados en el momento de enfrentarse a la censura.
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