Un cuerpo
En los primeros años de la década del cuarenta, Eva pasó de la segunda línea del show-business a la primera línea de la política. Su casamiento con Perón, días después del 17 de octubre de 1945, puso ante el mundo el escándalo de una alianza personal que, muy rápidamente, se iba a convertir en una sociedad política. Eva necesitaba entonces cambiar una imagen porque había empezado a llevar el apellido más poderoso de la Argentina.
Una Garbo argentina
El modisto Paco Jamandreu fue una pieza de la máquina que montó un espectáculo político inédito. Le dio a Eva el look ultramoderno, ese look Garbo de mujer trabajando como una Ninotchka del peronismo.
Jamandreu creó el vestido correspondiente al cuerpo político de Eva Perón. De inspiración rigurosa y corte preciso (en la misma línea del tailleur que también vistió otra argentina diestra con las modas, Victoria Ocampo), Jamandreu diseñó el traje sastre príncipe de Gales, con cuello de terciopelo oscuro, ropa oficial de trabajo de Eva. Es un traje público, tanto como los vestidos de noche enviados por la casa Dior, con los que Eva posaba para las fotografías oficiales, acorazada por las joyas, envuelta en sedas y rasos encrespados. Estos atavíos de ceremonia son tan sobrecargados y las joyas tan espectaculares que casi no pueden ser juzgados en relación con la moda, sino como construcciones arquitectónicas sobre el cuerpo emblemático del régimen.
Pero con el traje sastre príncipe de Gales, Eva iba a trabajar: recibía en su atestado despacho de la Fundación, se reunía con los pobres, recorría las provincias, daba lecciones de justicialismo en locales partidarios. Ese traje lo viste una mujer que es segunda y primera al mismo tiempo, doble providencial de la figura de Perón. Eva le dio cuerpo al "estado de bienestar a la criolla"; y se colocó en el centro de un ritual absolutamente necesario para ese estado que tenía el impulso fundacional y la debilidad institucional de todo régimen nuevo.
Perón encontró en Eva no sólo una colaboradora sino alguien que, junto con él, integraba la cúspide del poder: formaron una sociedad política de dos cabezas, hegemonizada por el hombre, en la cual la mujer tenía fueros especiales colocados por encima de las instituciones republicanas.
Eva abanderada de los humildes, Evita capitana, Eva la representante de Perón ante el pueblo, ocupa un lugar político no republicano. En su cuerpo se condensan las virtudes del régimen peronista y se personaliza su legalidad. Su cuerpo es aurático, en el sentido que tiene esta palabra en los escritos de Walter Benjamin. Produce autenticidad por su sola presencia; quienes pueden verlo sienten que su relación con el peronismo está encarnada y es única.
La belleza de Eva es frágil. Sin embargo, sobre esa fragilidad se armó la imagen de una mujer de hierro. La belleza de Eva es translúcida, está toda en la piel. Sin embargo, ella es completamente sólida, densa, indestructible como cuerpo político. Cuando la ve por primera vez, Paco Jamandreu, que estaba acostumbrado al brillo de las divas del espectáculo, queda deslumbrado. Jamandreu percibe bien la doble naturaleza del cuerpo de Eva y, en sus memorias, trata de explicárselo como la posesión por un espíritu ajeno al de esa mujer muy joven, un espíritu extranjero, masculino, algún hombre político del pasado, sugiere.
Eva Perón también argumenta en esa dirección, en La razón de mi vida: "No se extrañe pues quien buscando en estas páginas mi retrato encuentre más bien la figura de Perón. Es que -lo reconozco- yo he dejado de existir en mí misma y es él quien vive en mi alma, dueño de todas mis palabras y de mis sentimientos, señor absoluto de mi corazón y de mi vida". Eva dice lo mismo que su modisto Jamandreu, pero en su caso no se trata de una hipótesis, sino de una declaración explícita sobre su propia identidad. Ella es ella, pero habitada por Otro. Una Idea, recibida como una Gracia que cae sobre tierra fértil, convierte a su cuerpo en cuerpo público, en cuerpo de la política.
Por eso, cuando narra su primer encuentro con Perón (y no importa quién haya escrito esas líneas porque Eva las firmó y creyó en ellas como en una verdad) evoca una conversión y el establecimiento de un voto definitivo. Ese día, en que su "vida coincidió con la vida de Perón" señala el comienzo de su "verdadera vida". Se produce una transferencia instantánea de identidad: "En aquel momento sentí que su grito y su camino eran mi propio grito y mi propio camino". Había recibido la Gracia, una iluminación que le permitiría ser y actuar más allá de sus capacidades.
Reina republicana
Las fotografias de Eva Duarte, publicadas en las revistas del espectáculo pocos años antes de convertirse en política, muestran una imagen convencional, excepto por una cualidad que le permitiría luego acentuar el look moderno y decidido de su persona pública: las largas piernas y brazos, los pechos pequeños. En ese momento, los miembros largos, que no eran considerados un rasgo indispensable de perfección física como lo son en la actualidad, le dan a Eva un aire distinguido, incluso cuando lleva las ropas más desaforadas.
En su viaje a Europa, donde Eva visitó el Vaticano, Francia y, por supuesto, el país amigo de la Argentina, la España franquista, la pompa real sorprendió a todo el mundo. Se vistió de modo extravagante y muchas veces inadecuado para el depurado friso de señoras aristocráticas que la recibían, como décadas después lo hizo la princesa Diana. El lujo de los trajes de esta primera dama de una república sudamericana la ponía en un más allá del "buen gusto". Los trajes de las reinas no son de "buen gusto" sino magníficos, porque revisten cuerpos excepcionales. Son los atuendos de un ser que encarna la representación ideal de una nación; y, en el caso de Eva, no se trataba sólo de la mujer de un presidente, sino del cuerpo del estado justicialista.
Por eso, los vestidos de Eva Perón fueron cuestión de estado. Su belleza representaba el suplemento de felicidad y de "vida buena" que el peronismo se proponía asegurar al pueblo.
Un cuello de cisne
La importancia de ese cuerpo aumentó sin pausa. La enfermedad lo invadió sin deteriorar su belleza. Por el contrario, el cáncer acentuó sus rasgos no convencionales. La volvió, día a día, más intemporal, en la medida en que afectó los rasgos considerados "lindos" en la década del cuarenta y cincuenta. Su cara se hizo cada vez más angulosa, sus facciones más precisas, sus manos más delgadas, su talle más delicado. El cáncer inmaterializa el cuerpo de Eva.
Así la muestran las fotos, sobre todo ésas en que, durante los actos públicos, Perón la sostiene, desde atrás, y ella, levemente inclinada, levanta los brazos como si estuviera por volar hacia la multitud que rodea el balcón. Eva se ha vuelto completamente Garbo en La dama de las camelias: su belleza no puede ser juzgada por los cánones de la moda (y ya antes había superado los del "buen gusto"). A medida que se desmaterializa, su belleza acrónica se ajusta a cánones futuros, sin perder la irradiación (el aura) que la vuelve magnética en el presente.
Cuando la muerte está próxima, el cuerpo de Eva se inscribe en otra dimensión estética: la de lo sublime. La fotografía que la muestra exhausta, en una cama de hospital, después de votar en las elecciones del 11 de noviembre de 1951, presenta una mujer que se acerca al tipo de un cuadro simbolista o decadentista: las ojeras oscuras, los pómulos salientes, los huesos afilados marcando el óvalo del rostro, la languidez del cuerpo yacente y de las manos exangües; los hombros, cubiertos por un abrigo suelto, apenas sostienen el cuello largo y la cabeza que cae en diagonal sobre la almohada; el peinado es casi tan voluminoso como la cara. Las ropas del lecho anuncian los pliegues de un cuerpo amortajado.
La foto muestra aquello que Eva Perón había repetido todos esos años: ella no es dueña de sí misma, ella es poseída por una Idea; es poseída precisamente por aquello que ha recibido como un don. En consecuencia, el cuerpo extenuado de la foto no es sólo un cuerpo material, sublime en su sufrimiento, sino un cuerpo político tanto más significativo cuanto más se acerca la muerte.
El cuerpo político debe subsistir. La batalla por el cadáver de Eva Perón tiene que ver, en un nivel simbólico, con esto. Esa batalla puede ser analizada en varias dimensiones (la ritualidad estratégica del peronismo primero, la repugnante revancha del antiperonismo después). Me ocuparé solamente de un aspecto de su dimensión simbólica.
El cadáver sublime
Sobre el carácter imperecedero de ese cuerpo se iba a fundar una mitología política poderosísima. Por eso, debía ser disputado a la muerte conservando la perfección de su belleza. El cuerpo embalsamado, indestructible e intemporal, recibió las honras fúnebres que convocaron a todas las corporaciones de LA NACION. Con la muerte de Eva, simbólicamente, el peronismo culminaba, dado que no hay una prueba mayor del imperio que tenía sobre los sujetos que el hecho de que la veneración fuera duradera después de la muerte. El lugar de Eva (donde ella era irremplazable), seguiría ocupado por ese icono de sí misma en que la había convertido el embalsamamiento.
Las imprecaciones y homenajes que acompañaron su agonía estuvieron a la altura de las glorias póstumas, que fueron de una magnitud sólo comparable con el boato real o las exequias de los grandes dirigentes totalitarios. Este remate suntuoso de la vida de Eva Perón es una manifestación más de su representatividad como cuerpo del régimen. En el diseño material de su "ingreso a la inmortalidad", la belleza del cadáver fue una cualidad a la vez excepcional y completamente necesaria. Ahora bien, la muerte le daba a Eva una dimensión a la que ya se había acercado durante su agonía: el carácter sublime.
La infinitud de lo sublime se alcanza sólo por el camino del exceso. Se sabe, la belleza necesita de afecciones y sentimientos que respondan a una medida humana. En cambio, lo sublime se origina en el desborde incalculable de esa medida. En este sentido, lo que rodeó a la muerte de Eva Perón, y sobre todo, el tratamiento de su cadáver, tienen el carácter ilimitado y terrible de lo sublime pasional.
El cadáver de Eva Perón fue expuesto a la veneración colectiva hasta el golpe militar de 1955. Después fue secuestrado por los vencedores y escondido vilmente durante dieciocho años. En ese icono del peronismo, tanto los derrotados como los victoriosos veían una condensación simbólica. El régimen peronista no tenía sucesión hereditaria y el golpe de estado interrumpió brutalmente su continuidad política. Pero allí estaba, perfecto con la indeleble perfección de lo petrificado, el cuerpo de Eva. Tanto el amor como el odio político identificaron lo mismo en ese cuerpo que ambos bandos quisieron poseer para siempre.
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