Murales y grupos escultóricos realzan los accesos a múltiples inmuebles; una instagramer las releva y publica como forma de revalorizarlas
- 6 minutos de lectura'
Una puerta doble vidrio que da a la calle, un sillón junto a una mesa ratona, una planta y, al final del pasillo, el ascensor. A simple vista la entrada de un edificio se parece a cualquier otra. Tiene poco para decirnos. Sin embargo, al ingresar o salir de su casa, algunos vecinos atraviesan obras de arte que están instaladas en los accesos y dan personalidad y estilo al conjunto arquitectónico.
Se calcula que en la ciudad de Buenos Aires hay más de mil murales de valor patrimonial; muchos de ellos, escondidos. Nadin Petrone, quien trabaja en publicidad y es amante del diseño, es una de las encargadas de descubrirlos y compartir en redes sociales sus hallazgos. Recorre a diario y de a pie calles de diferentes barrios en busca de los tesoros en los vestíbulos. Su Instagram es @lascasitasdenadin, donde tiene casi 7000 seguidores. Los viene sumando desde hace más de dos años.
“Camino horas y horas buscando accesos con un toque especial. A veces me doy cuenta de que no hay absolutamente nada de información sobre determinada obra. No me rindo, continúo averiguando datos, posteo, la gente me retaguea y me manda información para completar la mía, etc.”, afirma esta aficionada, a quien le gusta “aprender sobre la marcha”. Define su red como “Nadin: Arte escondido en casas y edificios. Rescato patrimonio moderno. Fan de lo ‘ugly beautiful’. Cazagalerías”. Esto último se debe a que, entre sus hallazgos, también hay galerías comerciales poco conocidas con elementos originales y distintivos que las hacen emblemáticas.
Acompañó a LA NACION en una recorrida por algunas entradas que, según su opinión, vale la pena visitar. “La mayor parte de estas obras de arte pertenecen a los 50, 60 y 70, momento de auge de la construcción de edificios de departamentos para la clase media y media alta. Era común que se jerarquizaran los halls de acceso en una época de uso masivo del estilo de arquitectura moderna, sin ornamentaciones”, explica. El boom nació después de que la ley de propiedad horizontal, aprobada en 1948, permitiese una subdivisión de un lote entre varios propietarios. Hasta ese momento los edificios eran considerados una sola unidad.
El itinerario comenzó con una de las creaciones del muralista más prolífero de Buenos Aires, quien dejó su sello en casi todos los barrios. Se trata de Rodolfo Bardi, un prestigioso artista que hasta no hace tanto era un desconocido, pero que realizó más de 300 murales entre 1960 y 1983. Lo hizo con diferentes materiales en edificios y comercios para poder mantener a su familia.
En Salguero 2244, levantó uno en relieve, en cemento pintado en blanco, que se extiende sobre una de las paredes de ingreso al estacionamiento subterráneo del inmueble. Una ubicación peculiar y poco común para una obra que bien podría estar en un museo. Tiene unos doce metros de largo y una altura de tres. Es de 1979.
“¿Por qué lo elijo? Lo que más me gusta es que el artista se retrata con su mujer y uno de sus hijos. Si bien la mayoría de sus murales son abstractos, realizó también obras figurativas y en varias de ellas muestra a su propia familia. Esto es un ejemplo de esa idea”, detalla Nadin mientras contempla la obra desde la vereda y con diferentes perspectivas.
Según cuenta el libro Rodolfo Bardi, de María Cristina Rossi (Yo Editor), “Mabel Alicia Barcos, su esposa, recuerda que, por lo general, el artista dedicaba el domingo a salir a pasear con la familia y luego los llevaba a ver las obras donde estaba trabajando”. Ante la figura femenina, le decía a su mujer: ‘¿Te gusta cómo saliste?’. Mabel Alicia finalmente se acostumbró a ser retratada junto a los chicos. La figura masculina estaba vestida de arlequín, ya que Bardi se consideraba un equilibrista de la vida”, explica Rossi.
Otros murales del mismo autor donde el motivo es su familia y que vale la pena conocer son los de Virrey Liniers 199 y Concepción Arenal 2323, en el barrio de Colegiales, entre tantos otros que nos legó.
La segunda obra seleccionada llama la atención porque recuerda al mosaiquismo de la Unión Soviética, un estilo que no se ve mucho en Buenos Aires. Está en el barrio de Almagro, en Castro Barros al 200, en el exterior del Gimnasio Don Bosco, del Colegio San Francisco de Sales. Es de gran tamaño, pero quienes se detengan a observarlo deben saber que forma parte de un conjunto: adentro del gimnasio hay 12 figuras más representando diferentes deportes, un escudo nacional y un mural del Discóbolo, todo realizado con la misma técnica.
El autor del grupo de murales es Domingo Rafael Ianantuoni; no tienen fecha, pero aparentemente serían de los 60. “Me encanta la técnica de mosaiquismo. Hay otras obras de grandes dimensiones que hizo en mosaico y también están en frentes de instituciones educativas religiosos, tales como el Colegio San Juan Evangelista, en La Boca, y el Colegio León XIII, en Palermo”, señala Nadin.
Por último, en el vecino Caballito, Nadin nos conduce hasta el fondo de una calle tranquila: es una cortada y está casi escondida, muy cerca del bullicioso Parque Rivadavia. En Yerbal 317 un grupo escultórico llamado “La vida y el ajedrez” se ubica en el exterior del inmueble, justo antes de la entrada. Nadin vive a pocas cuadras de este lugar y lo descubrió hace poco, por casualidad. Es de 1979 y fue realizado con la técnica es acrílico autoportante: resina sin hierro estructural ni fibras, resistente a los ácidos y la intemperie.
Esta obra tiene un significado especial para ella, no solo por ser de su barrio, sino que también gracias a la publicación que hizo conoció a la autora, Diana Terbalca, una escultora, pintora y diseñadora textil, quien al ver la foto de sus esculturas en redes le dejó un mensaje de agradecimiento. “Ella estaba muy emocionada de que la gente se interesara y apreciara su obra luego de tantos años”, comenta la instagramer, al tiempo que promete no detenerse y continuar con su tarea de investigadora urbana.