Un científico provocador en el paraíso de los poetas
La carta, por lo que recuerda, decía más o menos así: "Querida señora Roosevelt: tengo 16 años y he llegado recientemente a los Estados Unidos. Me atrevo a escribirle para solicitarle que considere la posibilidad de otorgarme una beca de estudios en alguna universidad".
Era 1939. Un año antes, las tropas de Hitler habían entrado en Viena. Carl Djerassi, un adolescente de origen judío, había salido de la ciudad con lo puesto, en compañía de su mamá. Nunca supo si Eleanor Roosevelt llegó a tener la carta en sus manos. Pero desde el despacho de la entonces primera dama norteamericana alguien se comunicó con él.
Hoy, a los 86 años, Djerassi es profesor emérito de la Universidad de Stanford. Químico, filósofo, escritor, coleccionista de arte, mecenas, uno de los pocos privilegiados que pueden ver una fotografía de su rostro impreso en una estampilla del correo austríaco y, sobre todo, el científico que en los años 50 les cambió la vida a las mujeres, cuando sintetizó la noretindrona, la sustancia que permitió producir la primera píldora anticonceptiva.
Djerassi está sentado en la habitación de un hotel de la avenida Callao. Tiene el cabello blanco, una cara de sabio que irradia calma, y un pequeño banquito que lleva y trae para apoyar su pierna izquierda, elevada, cada vez que se sienta. Es que hace un tiempo se rompió la cadera y le cuesta caminar. En su haber están la Medalla Nacional de Ciencia, la Medalla Nacional de Tecnología de los Estados Unidos, el Premio Wolf de Química y otros tantos honores de los que le aburre hablar. Sobre la mesa, algunos de sus libros: ensayos que abordan temáticas científicas, cuentos, piezas de teatro y una serie de obras pertenecientes a un "género" que tiene su marca: "La ciencia en la ficción, que no es lo mismo que la ciencia ficción. El foco de las historias está puesto en los científicos, en sus conflictos, sus dilemas, su labor cotidiana. Y si bien allí hay ficción, lo que escribo es riguroso, está documentado, ocurrió o podría ocurrir en relación con la vida de esas personas".
En 1898, Sigmund Freud escribió: "Teóricamente, sería uno de los mayores triunfos de la humanidad si el acto responsable de la procreación pudiera ser elevado al nivel de una conducta voluntaria e intencional y, de esta manera, separarlo del imperativo de satisfacer un impulso natural". Por razones obvias, no llegaron a cruzarse en los pasillos. Pero Freud y Djerassi fueron alumnos de la misma escuela primaria en Viena. ¿Algo en común? Puede ser?
En 1951, Djerassi tenía 28 años y trabajaba en Syntex, un laboratorio mexicano, buscando drogas contra la infertilidad, los trastornos menstruales y el cáncer cervical. Pero allí, y por casualidad, junto a Luis Ernesto Miramontes Cárdenas y George Rosenkranz, aquel mismo joven que había sido capaz de escribirle una carta a la mujer del presidente de los Estados Unidos hizo temblar paradigmas, dentro y fuera de los tubos de ensayo, con la síntesis de la sustancia que -en medio de críticas y polémicas- se presentaba como un recurso potente para la procreación responsable.
"El impacto fue grande y, sobre todo, mucho más veloz de lo que uno hubiera imaginado", recuerda. En 1960, el medicamento fue aprobado por la Food and Drug Administration (FDA), mientras no eran pocos los que acusaban a los investigadores de envenenar con hormonas a las mujeres.
No, por favor. No llamen a Djerassi "el padre de la píldora". O háganlo, si quieren, pero sepan que a él no le gusta. Bromea con que, si así fuera, él debería explicar "quién fue la madre del descubrimiento". Porque lo suyo, asegura, constituyó apenas un grano de arena para que los investigadores Gregory Pincus y John Rock avanzaran en las pruebas clínicas. Suele decir que aportó una pizca del "hardware" que las sociedades utilizan para el control de la natalidad (desde la píldora hasta la abstinencia) y que, sin embargo, lo que más impacto provoca en nuestras vidas es el "software", la cultura, que es el ámbito en el que se discuten los derechos de las mujeres.
Lo dice así, sencillamente, con una simpatía que nunca empalaga. El arma perfecta para disparar el tema -provocador, una vez más- que lo entusiasma ahora: "El divorcio entre el sexo y la reproducción. En Europa, las familias tienen cada vez menos hijos. Mientras tanto, ¿usted cree que la gente no tiene relaciones sexuales? Hay que admitir, porque es obvio, que el sexo está cada vez más separado de la reproducción. Y que vamos hacia una nueva ecuación, que en extremo podría definirse así: el sexo en la cama, la reproducción en el microscopio. Y esto no significa la destrucción de la familia, sino todo lo contrario. Si la ciencia avanza, una mujer podrá decidir tener un hijo en el momento en que las circunstancias personales, o de pareja, se lo permitan, más allá de la biología. Por ejemplo, a través de la fertilización en el laboratorio de sus óvulos congelados en edad reproductiva. Creo que dentro de 20 años esto será posible, y va a cambiar a la sociedad".
Entre la pila de libros que escribió Djerassi, y que están sobre la mesa, hay uno titulado Inmaculada concepción furtiva. El sexo en la era de la reproducción mecánica (Fondo de Cultura Económica). La tapa está ilustrada con la mano de una mujer sosteniendo una suerte de espermatozoide, como a la espera de decidir qué hacer con él. "El tiempo en que la única alternativa para ellas era esperar que alguno de los 100 millones de espermatozoides que entraban en su cuerpo las fecundara ha cambiado. Es el esquema de poderes entre hombres y mujeres el que se está modificando desde fines del siglo XX."
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La primera vez que Carl Djerassi se casó tenía 19 años. La relación, "tranquila, como las de antes", terminó con la comezón del séptimo año.
La comezón tuvo nombre propio: una tal Norma. Djerassi no pudo con el impulso del que hablaba Freud. "La realidad es que tuve un affaire con Norma y ella se embarazó, así que pensé que debía casarme, convertirla en mi segunda mujer, para que mi hijo no fuera un bastardo. Lo que resultó divertido fue que Virginia, mi primera mujer, comprendió la situación, la aceptó, y nos divorciamos enseguida. Recuerdo que sólo hubo una abogada para los dos. Fuimos a Cuernavaca, a un almuerzo, y la letrada preguntó si estábamos seguros de querer divorciarnos. «¡Se llevan tan bien!», observó."
La abogada del almuerzo era también jueza. Tres meses más tarde, Virginia se casó, frente a ella, con un mexicano.
El bebe de Carl y Norma resultó ser una mujer. Se llamó Pamela. Más tarde, tuvieron a Dale, el hijo varón. Dale se casó luego con la hija del magnate Robert Maxwell, el controvertido hombre que construyó un imperio mediático en Gran Bretaña y fue diputado laborista de ese país.
Sin embargo, el gran amor de la vida de Djerassi fue su tercera esposa, Diane Middlebrook, biógrafa, feminista, profesora emérita de inglés, también en Stanford. Se conocieron en la universidad, y fueron felices hasta que un día, así nomás, y sin explicar mucho, Diane viajó a Nueva York y decidió no volver.
"Me dejó por otro. Un tipo de Nueva York", explica ahora este marido abandonado.
Con el alma congelada, Djerassi pensó: "¿Cómo es posible que pueda cambiarme por otro, si yo la amo más que nadie? ¿Por qué ha optado por un profesor de literatura y ha abandonado a este profesor de química que consideraba ser el hombre de su vida?" Eran preguntas difíciles. No estaba Freud. Ni había respuestas como las que el químico puso en la voz de otros cuando escribió su libro más reciente, Cuatro judíos en el Parnaso. Una conversación (Capital Intelectual), en el que imagina diálogos entre cuatro intelectuales: Theodor Adorno, Walter Benjamin, Gershom Scholem y Arnold Schönberg.
En una escena que transcurre en el segundo capítulo, Scholem, Walter y Dora (la ex esposa de este último) conversan sobre un asunto escabroso:
Walter: ¿A qué viene toda esta cháchara sobre el adulterio?
Dora: Porque hay amoríos adúlteros comunes y amoríos adúlteros que traen consecuencias.
Scholem: Esto se está volviendo demasiado sutil para mí.
Walter: Y para mí.
Dora (a Walter): Los amantes tienen que considerar primero las consecuencias que su amorío va a tener sobre los otros?
Scholem: Por definición, las consecuencias sólo se producen después de que se ha emprendido la acción.
Dora: Puede discutir eso con cualquiera de sus dos esposas, pero para mí es demasiado talmúdico y de hecho inexacto. Los adúlteros convencidos? o llamémoslos amorales? piensan en las consecuencias, o en todo caso en la falta de tales? antes de meterse en la cama."
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El adulterio de Diane fue el puntapié para que el profesor Djerassi ingresara en el mundo de la literatura. Lo hizo por venganza, según sus propias definiciones, aunque suene mal la confesión. "Empecé a escribir a los 63 años. Todo por Diane."
Cuando ella le dijo que se había enamorado de otro, y él (que ya tenía el pelo blanco) se metió de cabeza en la escritura, transformó tanta tristeza y tanta bronca en prosa y poesía. "Ella era profesora de Poesía y Poéticas en Harvard, y yo pensé en enfrentar a ese literato del que se había enamorado con las mismas armas que utilizaba él. Así que me largué a escribir poemas, y una novela romántica."
Un amante con mayúscula, intelectual, y una mujer inteligente y hermosa eran los protagonistas de la novela de la venganza química. Djerassi la escribió en hoteles, aviones, ratos libres entre sus seminarios científicos. Se refugió de a ratos en otras mujeres, pero no podía olvidar a Diane.
Un día, un florista golpeó a su puerta. "Hoy es el primer aniversario de nuestra separación. ¿Quieres que hablemos de lo que pasó?" La tarjeta estaba firmada por Diane.
Djerassi respondió con el manuscrito. Se lo envió por correo. Cuando ella lo recibió, le preguntó qué iba a hacer con él. "Buscar editor", le respondió el hombre ofendido, que -de paso- recuerda, sonriendo: "La primera vez que me publicaron y pagaron un cuento fue por una historia que también hablaba de aquella separación". No se leyó en Nature ni en Science . Fue en Cosmopolitan , y se tituló "¿Qué hace Tatiana Troyanos en la tienda de Espartaco?"
Con Diane empezaron a verse otra vez. Se casaron. Ella le pidió que le prometiera que, así como estaba escrita, la obra de los intelectuales nunca iba a publicarse. "Ambos éramos muy conocidos en la universidad; editarla era ventilar demasiado sobre la vida privada", recuerda Djerassi.
Y se entristece, porque hace ya dos años y algunos meses que Diane murió.
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No iban a quedarse en Viena. Sabían que la muerte rondaba en cada esquina. Los Djerassi eran originarios de los Balcanes y, en tiempos del nazismo, Bulgaria era un refugio. Allí se quedó su padre cuando Carl emigró a los Estados Unidos con su mamá.
"Sólo a los 12 años descubrí que mis padres estaban separados desde que yo tenía cuatro. A menudo vivían juntos, pero yo pasaba algunas vacaciones con él, en Sofía, y eso me parecía normal. No entendía muy bien cuál era la diferencia entre el hecho de que las parejas durmieran juntas o separadas."
Dolió. Pero nada, absolutamente nada dolió ni dolerá tanto en el alma del profesor Djerassi como aquel instante en el que halló el cuerpo sin vida de su hija, el día que Pamela se suicidó.
La encontró, en 1978, en ese lugar paradisíaco que Djerassi había comprado en las montañas de Santa Cruz, al oeste de Stanford; un espectacular rancho que el escritor bautizó con el sugerente nombre de SMIP, una sigla que resumía lo que su gran descubrimiento le había permitido lograr: Syntex Made It Possible (Syntex Lo Hizo Posible).
Pamela era artista. Confidente de su padre. Amante de la naturaleza, por sobre todas las cosas. "Pero no le estaba yendo bien. Le habían diagnosticado depresión."
La tragedia se transformó en un proyecto vital. En 1979 nació el Djerassi Resident Artist Program , un programa que se propone dar espacio a los artistas jóvenes y su creatividad. Funciona en el mismo lugar en que Pamela se suicidó. Está lleno de gente que ama el arte, tiene proyectos y oportunidades de llevarlos adelante.
A Diane y a Carl se les ocurrió la idea durante un paseo por Florencia. Se imaginaron a los Medici, impulsando con sus mecenazgos la explosión de belleza inagotable del Renacimiento italiano, y al regresar se embarcaron en la aventura por la que ya transitaron 1900 artistas.
Dicen algunos que Djerassi vendió varios de los cuadros que había comprado a lo largo de su vida para montar el proyecto. Pero de lo que no se desprende es de su admirado Paul Klee.
Su patrimonio incluye una de las mayores colecciones privadas del artista suizo. Más de cien obras de un hombre poseído por el color, que para los nazis encarnó apenas a un productor de "arte degenerado".
Era un tipo genial, de esos "no judíos que cayeron bajo sospecha y quedaron marcados en una era de virulento antisemitismo: era suficiente con que su profesión o su producción creativa se pareciera a la de sus colegas judíos seculares", explica en el prefacio del libro de los hombres del Parnaso, "los cuatro pertenecieron a la peculiar subcategoría de judíos burgueses austríacos y alemanes de la generación previa a la Segunda Guerra Mundial, quienes a menudo eran más berlineses o vieneses que sus compatriotas no judíos. Ninguno de ellos era demasiado religioso; algunos fueron en esencia seculares", cuenta Djerassi, señalando un párrafo del libro, donde se reconoce parte de esa "subcategoría social y generacional" de los que crecieron en la Viena de los años 30 como judíos seculares.
En el capítulo primero, el que rezonga es Scholem. Lo hace porque Alexander Graham Bell, Saint-Exupéry, el rey Hussein de Jordania y otros tantos goim (los no judíos, dicho en idish) lograron ver reflejada su cara en una estampilla mientras él, en cambio, nunca fue honrado de ese modo.
El profesor Djerassi, en cambio, bromea con su propia estampilla. En 2005, cuando cumplió 80 años, el gobierno austríaco decidió homenajearlo, y la imprimió con su foto. Debajo lleva un texto que dice: "Nacido en 1923, expulsado en 1938, reconciliado en 2003". En 2008, el Museo Albertina de Viena expuso 151 obras de Klee; 75 pertenecían a la colección privada del químico y escritor, que donó 67 de ellas a la institución.
-¿Cómo logró reconciliarse con su Viena natal, y ser tan generoso con un país que no lo protegió?
-Los austríacos tardaron mucho más que los alemanes en hacerse cargo de lo que pasó durante el nazismo. Reconciliarse es una palabra adecuada si ésta significa aceptar las cosas terribles que ocurrieron, pero que al mismo tiempo la vida continúa. Tenemos que pensar en esa continuidad, seguir, avanzar y, sin embargo, nunca olvidar.
Hace 25 años le diagnosticaron cáncer. Fue la primera vez que Djerassi pensó en la muerte. Si ésta llegaba, ¿qué sueño quedaba por cumplir?, ¿cuál era la deuda pendiente del profesor con sus propias vísceras? La respuesta de entonces es ahora la misma: "escribir", y amar a esa mujer. De eso tampoco se olvida. Su paraíso terrenal, SMIP, fue resignificado: " Sic Manebimus In Pace " ("Así Nos Mantendremos en Paz"), reza ahora la sigla. Y el pasado del profesor está rondando allí, pero no lo detiene.
CARL DJERASSI
El "padre" de la pildora anticonceptiva
Quién es: nació en Viena en 1923. Emigró a los Estados Unidos huyendo del nazismo, en 1939. Allí se recibió de químico. Obtuvo más de 20 títulos académicos. Se define como un "agente instigador".
Qué hizo: en 1951 sintetizó una hormona que sirvió para crear el primer anticonceptivo oral. Es un prolífico escritor (con una colección de cuentos, un libro de memorias, y ocho piezas de teatro, entre otros), y uno de los mayores coleccionistas de Paul Klee. Donó 67 piezas de arte al Museo Albertina, de su ciudad natal, y es promotor de programas de becas para artistas plásticos. Esta semana visitó la Argentina, invitado por Elea, el INTI, el Ministerio de Ciencia e Innovación Productiva y la Universidad Nacional de Quilmes.