Un biólogo argentino es el ganador del “Nobel” de la conservación animal
Pablo Borboroglu es el primer latinoamericano que recibe el Indianapolis Prize; trabaja desde hace 30 años en la protección de las colonias de pingüinos
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Un biólogo argentino es el ganador del premio internacional más importante en el campo de la conservación animal. Así se anunció hoy en Londres.
Con tres décadas de esfuerzo para proteger activamente el hábitat terrestre y marino de los pingüinos, Pablo Borboroglu es el primer latinoamericano que recibe el Indianápolis Prize 2023, considerado el “Nobel” de la conservación que se entrega cada dos años.
Rob Shumaker, presidente y CEO de la Sociedad Zoológica de Indianápolis, destacó los logros de Borboroglu en la comprensión de la conducta y la ecología de esas aves marinas no voladoras. “Preservó millones de hectáreas de hábitat crítico para los pingüinos, lo que es asombroso. Es una voz potente, optimista y experta de la conservación animal y merece acabadamente el Premio Indianápolis de este año”, definió Shumaker, antes del anuncio oficial.
“Quiero compartir este premio con mi país y llevar alegría en estos difíciles momentos que estamos atravesando. Quiero llevar un mensaje de optimismo y decir que los sueños pueden cumplirse con preparación, trabajo, buenas intenciones y perseverancia”, dijo Borboroglu, al recibir el premio.
Horas antes de subir al vuelo hacia Londres, Borboroglu habló con LA NACION sobre la relevancia de este premio para seguir haciendo su trabajo por animales que, 30 años después, le siguen despertando admiración. “Son tan valientes, decididos; si tienen que defender al pichón, nadan, se desgastan, protegen a la cría en el nido y, a pesar de todos los problemas, siguen adelante. Esa perseverancia me inspira. Son un ejemplo de que podemos emerger más fuertes. Y de ahí nace esa necesidad de protegerlos, de hacer cosas para ayudarlos –describió–. Ir a una colonia, me revitaliza.”
Insiste en que “el tema ambiental no es prioridad; no está en las agendas de políticas públicas”, a la vez que afirma que “la ciencia es necesaria, pero no suficiente para resolver los problemas del planeta”.
Como investigador, plantea que su trabajo es facilitar que la información científica llegue a las comunidades y, también, a los que toman decisiones. “Trabajamos para cambiar la conducta de la gente, que es lo que se traduce en una acción concreta de conservación. La puedo abrumar con datos científicos, pero eso solo no va a modificar conductas ni hábitos. Con la información científica como sustento, hay que poder llegar a las emociones que modifiquen la actitud hacia la fauna. Y el pingüino tiene ese carisma para hacerlo”, explicó.
Y así lo comprueba en las visitas educativas de más de 8000 chicos que viven cerca de pingüineras organizadas por la Global Penguin Society (GPS), que fundó en 2009, y a más de 200.000 a través de libros y material sin costo que difunden en inglés y español. O a través de un programa con Disney y National Geographic “para llegar a millones” dadas las características de los pingüinos.
“Tienen un papel central en el ecosistema donde viven y hay una conexión emocional muy fuerte de la población local –apuntó–. Utilizan el ambiente de una forma muy amplia por lo que cualquier intervención también protege a ciento de especies más. En este momento, estamos trabajando en Nueva Zelanda, el país donde se originaron los pingüinos, Chile, Argentina y Sudáfrica.”
Enseguida, detalla que solo cuatro de las 18 especies en el mundo están asociadas con la Antártida. El resto, son de clima templado.
“Estudiamos el ADN de todas las colonias y, hasta ahora, los resultados indican que, desde Nueva Zelanda, conquistaron el hemisferio sur –detalló–. También analizamos la velocidad de adaptación al ambiente (tasa evolutiva), que se ralentizó tanto que no pueden adaptarse a la gran cantidad de cambios a la que están expuestas sus poblaciones, como el cambio climático. Eso hace que la protección sea esencial: nueve de las 18 especies están amenazadas. El pingüino africano es el que más peligra: tenía más de dos millones de reproductores hace cien años y, ahora, apenas 20.000”.
En el mar, las principales amenazas son la pesquería comercial, la contaminación con plástico y la explotación del petróleo. En tierra, son el alto nivel de disturbio humano y la aparición de nuevos predadores. En los últimos 10 años, asesinaron a 1733 conservacionistas. “Esto –dijo Borboroglu–, refleja que es un trabajo esforzado, delicado y en el que a diario hay que lidiar con conflictos, delitos, como el tráfico ilegal, e intereses. Este premio intenta también visibilizarlo”.
Alto impacto
Uno de los primeros éxitos de la GPS hace más de una década tuvo que ver con Club Penguin, un juego online multijugador masivo en el que los participantes interactuaban con avatares de pingüinos en un mundo antártico virtual.
“Queríamos saber cuál era la búsqueda más común en Internet asociada con pingüinos y, para nuestra sorpresa, encontramos que era un juego que en ese momento era furor entre los chicos –repasó Borboroglu–. Contactamos a los desarrolladores y les ofrecimos enriquecer el contenido y la experiencia, a cambio de que nos ayudaran con las actividades educativas. ¡El impacto fue tremendo! Distribuimos material gratuito y, a través de ese apoyo, creamos el área protegida de Punta Tombo de 3,1 millones de hectáreas: la Reserva de Biosfera Patagonia Azul, de la Unesco, en Chubut. Esto le dio un renombre internacional: es la 15ª reserva con más superficie de océano de la Argentina y más de 1000 especies descriptas.” El 40% de la población mundial de pingüinos de Magallanes encuentra, ahí, protección.
A través de la GPS, que acá permite seguir en tiempo real la migración de Dona, Popi o Juan, de la colonia de El Pedral, o de Alez, Candi o Marcos, de la pingüinera San Lorenzo, se protegieron 32 millones de hectáreas en costas o marítimas y beneficiaron a 2,4 millones de ejemplares en los países donde trabajan. El ecoturismo ayuda, a la vez, a las comunidades locales con nuevos puestos de trabajo.
Fue en El Pedral donde Borboroglu descubrió hace más de una década seis parejas con crías y, tras conseguir que el área se designara refugio natural y disminuyera la interferencia humana, hoy el lugar es hogar para 4000 parejas.
Haber coordinado planes de manejo de ocho áreas protegidas de Chile y la Argentina desde 1998 es otro logro que destacó la Sociedad Zoológica de Indianápolis al concederle su galardón entre seis finalistas de 51 conservacionistas nominados para este año. El premio es de US$250.000 y la gala de entrega será el 30 de septiembre.
El biólogo argentino, de 53 años, también cofundó y preside el Grupo Especialista en Pingüinos de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN, por su nombre en inglés). A través del trabajo de ambos equipos, reunieron información sobre la crianza, la alimentación y la migración de las 18 especies de pingüinos conocidas –cuatro amenazadas – para diseñar estrategias adecuadas de protección para las diferentes poblaciones a través del trabajo con las comunidades y las autoridades de cada lugar.
De Mar del Plata a la Patagonia
Borboroglu nació en Mar del Plata. Su abuela le transmitió la pasión con la que sigue trabajando en las costas argentinas o donde haya que intervenir para preservar una colonia. Fue a través de las historias que le contaba sobre cuando iba a visitar a los pingüinos. La primera vez que fue a una colonia tenía 18 años. “Fue impresionante –recordó–. A los 19, con los derrames de petróleo en el sur empecé a trabajar en su cuidado.” En los años 80 y 90, morían 40.000 pingüinos por año por el petróleo.
Estudió ciencias biológicas en la Universidad Nacional de la Patagonia y se doctoró en biología por la Universidad Nacional del Comahue. Ingresó a la carrera de investigador del Conicet y es profesor asociado de la Universidad de Washington.
En diciembre de 2021, cuando el dueño de un campo en Punta Tombo aplastó con una topadora 140 nidos y mató más de 90 ejemplares, estuvo en el equipo de peritos convocados por la Justicia. Consideró que la causa sentará jurisprudencia y sostuvo que falta una ley de biodiversidad, legislación robusta en las provincias para proteger su fauna y fiscalías ambientales en todo el país. Afirmó que el daño ambiental no está tipificado en el Código Penal y explicó que la fauna es un bien público, aun dentro de un terreno privado.
“El compromiso y la dedicación de Pablo para proteger a los pingüinos es inquebrantable. Sus décadas de perseverancia, investigación y liderazgo nos inspiran profundamente a todos”, dijo Edward Whitley, fundador del Fondo Whitley para la Naturaleza (WFN, por sus siglas en inglés), al conocer el nombre del galardonado.
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