Un bálsamo inesperado
No son las palabras de un escritor, no son las palabras de un papa, no son las palabras de una vedette, no son -mucho menos- las palabras de un político. El miércoles nos sentimos airosos de ser argentinos ante el mundo, con un fútbol a la altura de las mejores expectativas. Pero la recompensa más excepcional no fue el espectáculo de las piernas extraordinarias de nuestros representantes, sino las palabras no menos extraordinarias de Javier Mascherano después del partido. Los medios -fieles al hedonismo de esta época- lo han citado diciendo que hay que disfrutar de cada momento, porque los instantes de felicidad suprema no se repiten. Pero lo que más impresiona en el mensaje de nuestro león fueron tres palabras que él erigió como condiciones del triunfo argentino. Tres palabras que hacía mucho no escuchábamos así enlazadas: humildad, trabajo y sacrificio.
Tres mansas palabras que resuenan como una bofetada en nuestros tiempos de soberbia, de ñoquis y desempleo y de exhibicionismo, cinismo y desprecio. No vienen de un filósofo mercenario: vienen de un futbolista iluminado y modesto. Son un bálsamo inesperado en un momento de confusión y de pérdida. Ojalá podamos hacerlas nuestras como las hizo suyas el equipo argentino.