Octavo dan de karate-do, Néstor Varzé (60) es el recordman mundial de rotura de barras de hielo. El 22 de julio último, rodeado por una multitud y el redoble de tambores japoneses, partió 100 piezas de 25 centímetros de espesor en el Estado Gatica, de Villa Domínico. Compitió contra sí mismo. En efecto, en 2012, en un programa de History Channel conducido por Leandro, el hijo de Tusam, Varzé ya había roto 60 barras del mismo material. Y en 2007, en el Luna Park, 52. Ambos también fueron récords mundiales.
Único hacedor de yoroi (armadura samurái) de Occidente -realizó hasta ahora 14-, Varzé, durante 18 años de competencia, obtuvo dos títulos sudamericanos, uno argentino y otro panamericano. Y en los 80 se hizo famoso en la TV argentina y latinoamericana, con un par de hitos: "La noche del domingo", de Gerardo Sofovich, donde disparó el rating rompiendo maderas y hielos, y el programa "Fantástico" -canal 2 de Caracas-, en el que compartió cartel con Guy Williams: "Nos hicimos amigos con El Zorro, tomábamos mate", recuerda.
Las películas Extermineitors 1 (1989) y Extermineitors 2, la venganza del dragón (1990), con Guillermo Francella y Emilio Disi como protagonistas, lo tuvieron a Varzé como villano e ídolo infantil. Lo propio sucedió con las tres temporadas de "Brigada Cola", en Telefé.
Más tarde, hacia principios de este siglo, un periodista lo convocó a Varzé para una producción de fotos en el Jardín Japonés de Buenos Aires. El karateca asistió con una de sus armaduras y una de sus katanas. Deslumbró a los argentinos de origen nipón y se quedó en el jardín de puentes curvos y sacros durante 10 años, donde exhibió sus destrezas como artista marcial en espectáculos colmados de público.
Gaucho japonés
Hoy Varzé es tan peculiar como un gaucho japonés. Vive en su casa de Avellaneda, que es también el Satsuma Dojo, junto a su geisha, y no se detiene en su camino, donde la habilidad técnica es un pretexto para alcanzar la perfección.
"En el arte marcial -dice- primero querés ser Bruce Lee. Pero luego, si te lo tomás en serio, descubrís que es necesario trabajar el espíritu y la mente, y eso supone combatir contra uno mismo, llegar al autogobierno". También asegura que enseña el karate-do según las más estrictas tradiciones japonesas, donde no interesa tanto el color del cinturón ni la pelea, sino, antes, la técnica como tal.
Su casa no difiere en su fachada de otras de Avellaneda. Sin embargo, nomás se abre la primera puerta, los demonios sintoístas, la flor del cerezo y el pequeño niwa (jardín) que preceden a la edificación operan como un portal, donde ya no hay Gran Buenos Aires, sino un Japón del medioevo. Varzé sólo tiene reservados para su uso personal un cuarto y un baño. El resto se dispone para servir a sus discípulos y mejorar su propia habilidad marcial.
Su trayectoria en estas artes ya cuenta con 50 años. En 1968 conoció a su maestro, Hideo Tsuchiya, descendiente de una familia samurái y que trajo el karate-do al país. "Yo era un chico nervioso. Me vivía agarrando a las trompadas. Un tío, que practicaba lucha grecorromana, me llevó a ver judo, no me gustó. Pero cuando asistí a la clase de karate-do de Tsuchiya supe que ahí se encontraba lo que buscaba. Tenía 10 años, nunca volví a pelearme con nadie".
Récords de rotura
Los récords de rotura, su trabajo diario para mejorar sus golpes y patadas, las clases en el Satsuma Dojo, la confección de armaduras, y el trabajo con la espada, el arco y la flecha, todo es orientado hacia el "Do", el "camino" que emprendió medio siglo atrás y que, afirma, sólo se detendrá con la muerte. "El karateca es un guerrero que juega con el arte de matar, con la precisión de una computadora. Pero es un conocimiento que no lo usás hacia afuera, sino hacia tu interior. Cuando alguien ingresa a mi dojo, entra al Japón del siglo XIV. Nadie se tutea, hay jerarquías y todo es una excusa para combatir contra los propios demonios".
Las tareas cotidianas de Varzé son variadas. Desde el cuidado del jardín y sus bonsáis, hasta el golpe reiterado de sus puños contra una piedra. Cada rutina le da sentido a sus días. La estructura del dojo denuncia la multiplicidad de quehaceres. En ese espacio las puertas se suceden y, tras ellas, se configuran distintos planos de realidad. El establo que se descubre del otro lado de uno de estos portales lo testimonia: multiplica los metros cuadrados de toda la casa. En él se encuentra un caballo criollo. "Se llama Shiro, que significa ‘blanco’ en japonés -dice Varzé acariciando al animal-. Salgo con él todos los días hasta unos campos cercanos. Perfeccionar la monta es otra tarea del samurái. Y en eso estoy".
Tal vez pueda existir un japonés en su tierra que viva como gaucho, pero por el momento no hay registro. En Avellaneda si está probado que un argentino vive y trabaja como un antiguo samurái. Su guerra no es contra el emperador Meiji, sino interna. Pero ese tan sólo es un detalle.
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