Oscar Martínez: un actor que derriba fronteras
El guionista de el ciudadano ilustre y director del museo de bellas artes descubre por qué el gran actor argentino consigue interpretaciones de alcance universal
Cuando estábamos terminando el guión de El ciudadano ilustre, con los directores Gastón Duprat y Mariano Cohn pensamos en Oscar Martínez para interpretar a Daniel Mantovani. Sólo un actor de esa dimensión podía encarnar a un personaje así: contenido, sutil, cerebral; sólo alguien como él sería capaz de desplegar una ferocidad implacable.
Desde que aceptó el papel tuve oportunidad de verlo en acción. Noté cómo iba encontrando el punto exacto en que el personaje que yo había imaginado cobraba carnadura plena. Oscar fue sumándole a Mantovani nuevas dimensiones; lo enriqueció con gestos y reacciones inesperadas hasta otorgarle la personalidad justa. El papel del Nobel de Literatura argentino era tan importante como complejo, porque el film está narrado desde el punto de vista del protagonista. El actor, presente en todas las escenas, debía cubrir un extenso arco dramático.
Oscar Martínez es un actor austero y profundo, dueño de una enorme variedad de recursos dramáticos. Nunca cae en el cliché ni en el costumbrismo. Mantiene siempre la distancia justa, la actitud precisa, sin demagogia ni gestos chauvinistas, sin apelar a citas fáciles o amigables. Por eso, su interpretación fue unánimemente valorada y aplaudida en el mundo. En el estreno internacional, en la competencia oficial del Festival de Venecia, ganó la Copa Volpi al mejor actor, una distinción que nunca había recibido un argentino y que lo emparienta con grandes figuras del cine, como Marcello Mastroianni, Isabelle Huppert, Jack Lemmon, Catherine Deneuve y Philip Seymour Hoffman.
Es increíble ver cómo, por sus virtudes interpretativas, perfora las fronteras y alcanza reconocimiento en sociedades y culturas tan diversas como las de Japón (donde también ganó el premio al mejor actor), India, Brasil, España o Emiratos Árabes. Es evidente: hay algo objetivo en su conexión con el público que vuelve universal la comprensión de su trabajo. Y en esa universalidad, que atraviesa barreras culturales y conecta con algo íntimo y esencial de cada espectador, anida sin duda la potencia de su eficacia actoral.
Durante la preproducción, Oscar nos contaba anécdotas y vivencias personales derivadas de ser un personaje público, entre ellas, un incómodo episodio ocurrido con un fan en una gira teatral por las provincias. En El ciudadano ilustre, Renato, un humilde habitante del imaginario pueblo de Salas, que pretende ser hijo de uno de los personajes de ficción de Mantovani, invita a almorzar con insistencia al escritor, quien se excusa para evitar el incómodo convite. Pasa el día del almuerzo y Renato intercepta al escritor y lo increpa en la vereda por haber faltado a la cita. Lejos de esgrimir una nueva excusa, Mantovani ubica al hombre en su lugar con vehemencia, tomándose el tiempo para explicarle que ni ellos son amigos ni él un objeto del cual disponer libremente.En ese mágico momento, Martínez y Mantovani fueron la misma persona.
Del editor: ¿por qué es importante? Con él, por primera vez un argentino es Mejor Actor en el Festival de Cine de Venecia
Andrés Duprat
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