Ucranianos en la Argentina: los motivos del éxodo, la región donde echaron raíces a fines de 1800 y las costumbres que perduran
En la actualidad, la población ucraniana en el país asciende a 450.000 personas entre oriundos y descendientes
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Desde que Vladimir Putin ordenó el avance de las tropas rusas sobre el territorio en disputa de Ucrania, el mundo se ha paralizado y prácticamente no se ha hablado de otro tema. Hay quienes lo desconocen, pero en la Argentina se encuentra la séptima colectividad ucraniana más grandes a nivel global, según datos de la Cancillería Nacional. Esta influencia comenzó a finales del siglo XIX, cuando las primeras familias que emigraron desde Ucrania a estas tierras se refugiaron en el sur y el centro de la provincia de Misiones, escapándose de conflictos bélicos.
Religión, gastronomía y arte son los bastiones de un culto aún hoy vigente para los descendientes, que ahora sufren a distancia por la nueva guerra librada en la tierra de sus antepasados.
“Tenemos mucha angustia. Esto es una tragedia para un pueblo marcado por las desgracias. Pude hablar con algunos familiares y gente amiga que vive allá, que me han transmitido la tristeza e incertidumbre de no saber cómo va a terminar. Los ucranianos han disfrutado de un país libre y democrático después del año 1991 (tras la caída de la ex Unión Soviética) y esta ocupación de Rusia representa una vuelta atrás”, lamenta Jorge Angel Wladimiro Balanda, periodista, escritor y voz autorizada de la Colectividad Ucraniana en Misiones, una corriente fundacional de su diáspora en Argentina.
Vive en Apóstoles, misma localidad en la que nació el músico y también descendiente “Chango” Spasiuk y uno de los epicentros de lo que fue este fenómeno poblacional.
La experiencia de Ucrania como país independiente siempre estuvo menguada por la pugna. Históricamente, su territorio ha funcionado como un tablero geopolítico en el que se han en enfrentado grupos étnicos, imperialismos antagónicos e intereses económicos. “Ocupa una posición estratégica, eso explica por qué el camino ha sido tan duro. Pero más allá de los tironeos entre la OTAN y Putin, la voluntad que debe ser respetada es la de los pueblos”, explica el comunicador, que pisó suelo ucraniano casi una decena de veces.
Si bien antes de Volodímir Zelenski, actual presidente e identificado con Occidente, gobernó Petró Poroshenko, con un perfil proRusia, para Balanda “lo importante es que el 90% del pueblo ucraniano había logrado el objetivo de convivir”.
Política de Estado
Los primeros ucranianos llegaron en el año 1887 y se instalaron en Misiones. Fue un puñado de familias de la región de Galitzia de los Cárpatos, un enclave ubicado en Europa del Este que formó parte del Imperio Austrohúngaro y en la actualidad su control administrativo lo comparten Ucrania (oriental) y Polonia (occidental), el otro gran protagonista de la inmigración europea en la provincia. En la tierra colorada, ocuparon principalmente zonas rurales, en donde se destacaron por su desempeño agrícola, cooperativista y cultural. Con los estallidos de la Primera y Segunda Guerra Mundial, la presencia de la comunidad se consolidaría tras el desplazamiento de nuevas olas mucho más masivas y geográficamente diversas.
“Esto dio lugar a una comunidad sólida, organizada en la industria rural, con un fuerte culto a la fe greco-católica (fe que tiene sus orígenes en Roma, pero realiza un rito diferente) y con celebraciones muy particulares [como los casamientos]. También su importancia en el desarrollo de la música folklórica, una danza muy alegre y popular, y la gastronomía. El legado de la comida de las abuelas continúa intacto en platos como la sopa borsch, las pasta vareniki y el clásico pan paska”, enumera Balanda sobre su cultura y despliegue comercial en el litoral argentino.
Detrás de la mayoría de las marcas de yerba mate producidas en Misiones (“Rosamonte”, “Vesna”, “Kalena”, “Romance”, “Berjovena”) hay apellidos de origen ucraniano.
Pero este periplo hacia la provincia no fue azaroso. Aquellos años, la gobernación del entonces Territorio Federal de Misiones estaba en manos de Juan José Lanusse, un reconocido contador público y periodista que se desarrolló como una especie de “político todoterreno” en el Estado, ocupando diversos puestos en el Gobierno Nacional y en el de la provincia de Buenos Aires, así como también fue intendente de La Plata. Fue en su mandato que se trazó un plan para poblar a la provincia con los inmigrantes que descendían de los barcos de Ucrania y Polonia, con el fin de cosechar la tierra ―con la yerba mate como principal novedad— y así dotar de estabilidad productiva y económica a la región.
La voz de Balanda se quiebra cuando rememora aquellos días junto a sus abuelos ucranianos, quienes llegaron a principios del siglo XX y se asentaron en una chacra que ha marcado los recuerdos de su infancia: “Ahora pienso especialmente a mi abuela Anastasia, una gran mujer que quedó viuda muy pronto, que tuvo que criar a 13 hijos, a los que hizo que no les faltara nada. Cómo no la voy a recordar con sus canciones, con esa mano tan especial para la comida típica, su pan casero que salía de ese horno de barro que había, como no recordar esos casamientos en la colonia, ese ritual hermoso de la cultura ucraniana”.
En la actualidad, la población ucraniana en Argentina asciende a 450.000 personas, contando oriundos y descendientes.
Guerras, ocupaciones y hambrunas
La llegada de ucranianos a la Argentina se expandió con el tiempo a las regiones de Buenos Aires, Córdoba y Chaco, entre otras. Por otra parte, también se sucedieron olas migratorias empujadas por otras razones, como la caracterizada por universitarios, profesionales e intelectuales a partir de la década de los 90, cuando el país se independiza del orden soviético y se ve beneficiado por un convenio de ingreso al territorio nacional, en coincidencia con los lineamientos occidentalistas. Sin embargo, la mayoría de las familias provenientes de Ucrania que se radicaron en Misiones lo hizo en medio de contextos humanitarios que incluyen guerras mundiales, enfrentamientos étnicos y persecuciones sociales.
A comienzos de la década del 30, se produjo lo que se denominó Holodomor, una hambruna que mató al menos 3,9 millones de personas como consecuencia de un proceso de confiscación masiva de campos agrícolas, maquinaria, ejemplares ganaderos y todo lo que tuvieran los propietarios de las zonas rurales de Ucrania por parte del Estado soviético. La medida fue impuesta por el dictador Joseph Stalin, cuando el país era miembro de la antigua URSS. Este período, finalmente, sería tomado por muchos como un “genocidio ucraniano” u “holocausto ucraniano”.
En paralelo, historiadores mencionan el surgimiento de movimientos nacionalistas ucranianos de extrema derecha, acentuados durante la invasión de la Alemania nazi. En ese contexto, muchas familias escaparon hacia América –”que nunca volvieron a mirar atrás, porque sabían que no quedaba nada”– acabaron en Misiones trabajando campos de yerba mate.
Balanda ha escrito Nashi ilude (Nuestra gente), un libro que cuenta las historias de la descendencia ucraniana en la Argentina. Por su valor histórico, fue presentado en la ciudad de Kiev y hasta traducido por el escritor y diplomático Sergio Borschevsky.
Hoy, en su opinión, las hostilidades en Ucrania no son motivadas por el pueblo: “Soy hijo de madre y padre descendientes de ucranianos. Mi esposa también es hija de descendientes ucranianos y nuestros hijos supieron seguir la cultura ucraniana y están ligados a la comunidad. Estuve muchas veces en Ucrania y esto no es lo que quiere su pueblo. Las guerras responden a intereses sectoriales o mesiánicos de unos pocos. En esta nueva desgracia que está viviendo Ucrania muchos padres no van a volver a ver a sus hijos. Hay que respetar la autodeterminación de los pueblos”.
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