En las últimas horas del 29 de julio de 1966, por orden del gobierno militar de Juan Carlos Onganía, la policía entró a cinco facultades de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y reprimió a docentes, estudiantes y autoridades por igual. La llamada Noche de los Bastones Largos borró de un plumazo casi cincuenta años de autonomía universitaria, y dejó decenas de heridos y al menos 300 detenidos.
Como consecuencia de aquel episodio, que motivó la renuncia y posterior exilio de numerosos profesores e investigadores argentinos, se interrumpió el proyecto académico-científico de la UBA, cuyo correlato material empezaba a plasmarse en Ciudad Universitaria , inaugurada en 1961 en el barrio de Núñez, a orillas del Río de la Plata.
Desde entonces, el proceso de construcción sufrió numerosas idas y vueltas y jamás fue finalizado.
Una ciudad para la UBA
Las obras de Ciudad Universitaria comenzaron a finales de los cincuenta, con la llegada en 1957 de Risieri Frondizi al rectorado de la UBA y de Rolando García al decanato de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (FCEN), quien con solo 38 años se convertiría además en vicepresidente del flamante Conicet.
La cercanía de Risieri con el poder político (su hermano Arturo asumió la presidencia en 1958) le permitió superar trabas económicas y burocráticas y conseguir 47 hectáreas de terrenos ganados al río, ubicadas más allá del terraplén correspondiente al Ferrocarril Belgrano.
No era una idea completamente nueva: existen planos de la década del treinta inspirados en las propuestas del arquitecto suizo Le Corbusier que situaban un hipotético complejo universitario en la zona costera ocupada después por el Aeroparque Jorge Newbery.
Lo nuevo, señala Lucía Romero, doctora en Ciencias Sociales e investigadora del Conicet especializada en sociología de la ciencia, fue el contexto histórico: siguiendo los principios del desarrollismo, la clase política creía que para construir un país moderno había que impulsar la industria. Y, en ese camino, era clave acercar la ciencia y la formación superior.
"El proyecto de Ciudad Universitaria encarnaba una asociación entre docencia e investigación y fomentaba un tipo de rol académico que reuniera esas dos actividades en un mismo espacio. Más allá de lo urbanístico, revela un momento histórico en que en la Argentina se discutía qué universidad servía para al desarrollo nacional", explica Romero.
Frondizi y García, herederos de la reforma universitaria de 1918, "se preguntaban cómo integrar la universidad a la ciencia y a la sociedad, y creían que la estructura de la UBA, desperdigada en diferentes barrios y facultades, conspiraba contra la práctica científica", dice Romero, quien abordó el tema junto a su colega Mercedes González Bracco en el artículo "La creación de la Ciudad Universitaria de Buenos Aires (1958-1966)" publicado en la revista Redes.
Por eso, imaginaban una gran ciudad donde se pudiera tanto estudiar como hacer ciencia, donde facultades, laboratorios e institutos de investigación compartieran un mismo espacio, en un clima rico y propicio para el intercambio cultural e intelectual.
Era un modelo que ya había sido aplicado en urbes como Caracas, San Pablo y México DF.
Una obra monumental
A partir de un primer plan maestro que luego quedaría desestimado, se construyó el pabellón I, de 16.000 m2, inaugurado en 1961, donde se trasladaron los departamentos de Matemática, Física y Meteorología de la FCEN desde su vieja sede de la calle Perú 222. Y se encargó a Eduardo Catalano y Horacio Caminos, arquitectos argentinos residentes en EE.UU., un diseño mucho más ambicioso.
Los nuevos planos, de 1962, detallan el lugar exacto destinado a cada facultad. Había pabellones proyectados para Ciencias Exactas y Naturales, Arquitectura y Urbanismo, Filosofía y Letras, Agronomía y Veterinaria, Ingeniería, Derecho y Ciencias Sociales, y Ciencias Económicas. Entre todas ellas, sumaban más del 80% de la matrícula de la universidad.
La propuesta incluía trasladar allí también el rectorado: al concentrar todo en un mismo lugar, se pretendía desburocratizar la enorme estructura universitaria, ahorrando costos y problemas administrativos. La futura ciudad contaría con más de treinta edificaciones, entre plazas, viviendas, un campo experimental, escuelas primaria y secundaria, una biblioteca, un espacio para practicar educación física, una piscina y al menos otros tres pabellones para futuras ampliaciones.
Era un proyecto faraónico, acorde al crecimiento de la UBA, que ya tenía 90.000 estudiantes y vivía su "época de oro", de la mano de figuras como Bernardo Houssay, Luis Leloir, Manuel Sadosky, Alfredo Lanari y Boris Spivacow.
"Los reformistas tenía en la cabeza una universidad más moderna. El proyecto más revolucionario que intentaron hacer fue eliminar las cátedras y cambiar la organización hacia un sistema de departamentos: al final la única que quedó así fue Exactas. Rolando García defendía que la investigación tenia que hacerse en la universidad, el lugar natural para hacerlo", señala el físico y ex decano de la FCEN, Jorge Aliaga.
La ciudad se construiría por partes, a medida que se rellenasen nuevas zonas ribereñas, hasta completar un total de 83 hectáreas. Un brazo del río ingresaría por un canal hacia el centro del predio, terminando en una elegante bahía de forma cuadrada, situada al pie de los pabellones. El plan suponía además la continuación de la traza de la avenida Costanera Norte de forma paralela a la masa de agua, para que la universidad estuviera conectada con el resto de la capital.
"Soportes antigravitarorios" y "transcriptores de fonemas"
Desde sus inicios, el proyecto estuvo condicionado por los vaivenes económicos de la Argentina. En el libro La construcción de lo posible, de Catalina Rotunno y Eduardo Díaz de Guijarro, el propio García aporta una breve anécdota que da cuenta de esa situación.
Con el pabellón I terminado y el instrumental científico listo, faltaban todavía los muebles y útiles para poder habitarlo. Pero el gobierno, por austeridad, había prohibido mediante un decreto la adquisición de cualquier material de ese tipo en toda dependencia pública. Para sortear el problema, García modificó los nombres de la partida presupuestaria: en vez de pedir dinero para comprar "mesadas" y "máquinas de escribir", lo pidió para adquirir "soportes antigravitatorios para material científico" y "transcriptores de fonemas". El truco funcionó: el expediente fue aprobado, los materiales llegaron y la FCEN pudo empezar a trabajar.
Los pabellones siguientes, verdaderas moles de cemento de 74x150 metros de planta y 30 metros de altura, comenzaron a construirse en 1963, durante el gobierno de Arturo Illia. Se edificaron el II, para Exactas, y el III, que fue para la facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU): son el par de colosos a los que hoy se asocia la imagen de Ciudad Universitaria. Con subsuelo, planta baja y cuatro pisos, no pudieron ser más altos debido a la cercanía del Aeroparque.
El arquitecto Mederico Faivre, premio Konex de Arquitectura y ex Secretario de Hábitat de la FADU, destaca su calidad: "Son una maravilla que no se rompe con nada y no tienen nada que ver con lo que han sido otras obras públicas. Son edificios enmarcados dentro de la corriente de la arquitectura sistémica, que es una arquitectura repetitiva, casi la antesala de lo que después fueron los circuitos impresos en electrónica".
Las obras de los pabellones IV, para Filosofía y Letras, y V, destinado a Derecho, también se iniciaron durante la presidencia de Illia, pero se frenaron cuando su gobierno fue derrocado en 1966. "Es un crimen que esas estructuras hayan quedado paralizadas porque se hizo una inversión colosal. Como es una zona de rellenos y son grandes cargas, el sistema de fundaciones tiene grandes cabezales con tres pilotes a 20 metros de profundidad. Fueron unas inversiones muy importantes porque eran una política de Estado", explica Faivre.
La ciudad que no llegó a ser
El plan original se terminó abandonando por completo porque los tiempos cambiaron. Según Aliaga, la Noche de los Bastones Largos puso fin al proyecto reformista al interior de la UBA, y durante los sesenta y los setenta "lo último que quería el gobierno militar era poner a todos los estudiantes universitarios juntos en un mismo predio. Lo que hicieron fue terminar lo que faltaba de los pabellones II y III y el resto se murió".
Para el ex decano también jugaron un rol importante las sucesivas crisis económicas y el difícil acceso al predio, que originalmente iba a ser muy distinto. "No todas las facultades quisieron mudarse a Ciudad Universitaria que todavía hoy es vista como lejana. En el diseño original, el camino costero iba por el otro lado: es un cambio muy grande porque desde el punto de vista arquitectónico te junta con Núñez. Hoy en día terminó quedando partida por las autopistas", señala.
Con la vuelta a la democracia, en 1984 se terminaron dos pequeños edificios, propiedad del Conicet: el Instituto de Astronomía y Física del Espacio, y el Instituto de Geocronología y Geología Isotópica, lugares en las que se hace investigación pero no docencia. Más tarde se urbanizó todo el predio, se mejoraron los accesos y se terminó de acondicionar (la FADU, por ejemplo, no tenía instalación de gas). En 2010 se proyectó el pabellón Cero+Infinito para Exactas, de 17.2000 m2, que ya fue construido pero falta inaugurar.
Y aunque a lo largo de cincuenta años hubo varios intentos de reflotar la idea de llevar hasta Ciudad Universitaria otras facultades de la UBA, ninguno de ellos progresó. Del plan original, solo quedaron los cimientos de los pabellones a medio construir, convertidos ahora en un estacionamiento improvisado y un grupo de ruinas colonizadas por matorrales. Rodeadas de verde y con el sonido de fondo de los aviones del Aeroparque, son los testigos mudos de un proyecto de universidad diseñado por una generación dorada que nunca pudo terminar de concretarse.
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