Redes sociales. El fenómeno de la cancelación, ¿un problema disfrazado de solución?
Una chica en Rosario que sugestionada porla teoría del Pizzagate inculpa a un taxista de secuestrador porque lo escuchó mandar audios sobre comida. Las acusaciones cruzadas sobre la vida personal de Maradona. Los carpetazos en Twitter con respecto a viejos comentarios discriminatorios de famosos. ¿Qué tienen en común todos estos casos tan dispares y de diversos desenlaces? Además de ser recientes, han atravesado un dilema cada vez más presente: el fenómeno de la cancelación.
Esta acción significa dejar de aceptar a un individuo, prescindir de lo que produce o dice y correrlo al ostracismo por motivos que, por lo general, se imponen en redes sociales. En otras palabras, una suerte de "efecto silenciador" sobre personas -públicas o no- que se realizan sobre la base de acusaciones de todo tipo. Mediante un paso previo que puede ser el escrache, este método es utilizado para señalar a alguien al que se le asocian pensamientos y/o responsabilizan hechos intolerables moralmente para una comunidad, sector o minoría, o tan severos que deberían ser penados judicialmente.
Lo que ocurre, más allá de si son capaces de revelar aberraciones luego condenables (como los comentarios xenófobos y racistas de jugadores de los Pumas), es que esta herramienta ha tomado un estado punitivo difícil de manejar o verificar ya que no dejan de confluir en los marcos erráticos, ingobernables y vertiginosos de una era digital inundada de posverdades, fakes news, infoxicación y anonimato. Las razones de la cancelación muchas veces no se ratifican por fuera de la virtualidad, no reconoce intermedios o son hasta asuntos cuestionables. Sin embargo, las consecuencias en la vida real sobre la persona apuntada resultan inmediatas.
La psicoanalista y escritora Alexandra Kohan ha sido pionera en exponer en voz alta las contraindicaciones de este fenómeno. "El problema de estas prácticas es que siempre se hacen en nombre del bien por lo que es complejo cuestionarlas. Estamos ante mecanismos crueles que distribuyen el bien y el mal muy contundentemente, y aquellas personas que los impulsan no solo pretenden representar el bien sino también encarnarlo". Y agrega: "Con el riesgo de que se les vuelvan en contra porque por más que se consideren agentes siguen siendo objetos de esa maquinaria".
Redes sociales
Para la doctora en Ciencias Sociales y referente de la corriente del llamado feminismo científico, Roxana Kreimer, "las redes sociales multiplicaron de manera alarmante los atentados contra el honor". Antes, afirma, "eran limitados los lugares en los que se podía afectar el honor de las personas. Hoy, en cuestión de horas se puede acabar con la reputación y el buen nombre de una persona, acusándola de delitos que no han sido probados, privándola de garantías constitucionales básicas como el derecho al debido proceso, a la presunción de inocencia y a la defensa en un juicio".
Otra de las cuestiones más intrincadas, comenta Kohan, es que estas posturas han sido acuñadas en espacios que tienden a jactarse de imponer agendas progresistas al punto de volverse lugares comunes. "Paradójicamente, desde ahí se ejerce un conservadurismo sutil y maniqueísta. Se exige un canon de moral que es tan represivo, autoritario y absolutistas que nadie puede cumplir ese canon al punto de que todos somos cancelables, lo que ha logrado una degradación del debate público".
En julio del 2020, ciento cincuenta intelectuales de todo el mundo publicaron una carta abierta en la revista Harper´s para expresar su preocupación al respecto. Desde Margaret Atwood y Noam Chomsky hasta Salman Rushdie y J.K. Rowling. "La manera de derrotar malas ideas es la exposición, el argumento y la persuasión, no tratar de silenciarlas o desear expulsarlas. Como escritores necesitamos una cultura que nos deje espacio para la experimentación, la asunción de riesgos e incluso los errores", dice el escrito, donde se destaca el asedio sobre el pluralismo y la libre expresión que adquieren algunas correcciones políticas.
Cancelación y escrache
El abogado constitucionalista y docente de la UNSAM, Juan Nieto, explica que "primero, debemos tratar de distinguir cancelación y escrache como categorías distintas, pero con relación. Luego, entender que no son la realización de la justicia. Si lo medimos con esa vara o usamos con ese propósito, es incorrecto. Si pretendemos que un espacio que no tiene propiedades o capacidad para producir justicia lo haga, es un problema. Es decir, hay utilización de lenguajes provenientes de la justicia pero provocan dinámicas con resultados binarios que nada tienen que ver con el concepto de justicia como valor. Porque no se reconocen matices. Por ejemplo, si se quisiera visibilizar una infidelidad. Hay muchas formas de ser infiel. Desde leves a graves. Eso en redes no está presente porque solo se establecen culpables o inocentes".
La discusión en torno a la cancelación se modifica si se trata en términos políticos, marca Nieto. "¿Lo que ocurre en las redes sociales es vida privada o pública? En la organización occidental democrática, el debate público -lejos de la teorización- quizás no es un debate tan racional ni de caballeros. Por ahí tiene más de conventillo, pasión y muchedumbre. Ahora, hay otro aspecto esencial que no parece estar presente en las redes: en el ideal de democracia de asamblea se exige que todos sus integrantes tengan una pertenencia común por más disputa y tensión que los confronte. Entonces, en Twitter, debido a que hay una interacción donde juega el anonimato o se carece de identificación o presencia física, el comportamiento tiende a ser tribal y la tribu no puede producir democracia".
Las redes sociales multiplicaron de manera alarmante los atentados contra el honor
El sociólogo del Conicet, Pablo Alabarces, refuta la concepción de que la cancelación sea una cultura (como se lo ha denominado) y recuerda que el concepto de escrache surgió como una práctica que en los noventas e impulsó a la organización H.I.J.O.S. para mostrar en la escena pública la presencia de represores y torturadores tras los indultos del menemismo. "El escrache ha pasado de ser una táctica política a una práctica cotidiana. Antes, escrachar demandaba de un nivel de compromiso e interiorización mucho mayor ante la ausencia de Internet porque lo tenías que instalarte en el espacio público. Lo mismo con los movimientos piqueteros".
En la actualidad, dice el investigador, se han amplificado y multiplicado las posibilidades de alcance y la fabricación de noticias ha desviado la atención sobre la información. "Por ejemplo, apareció una fake news de Pablo Matera en el que pedía disculpas pero defendía la libertad de expresión. Es decir, Matera ya había hecho comentarios racistas pero claramente esa 'disculpa' era falsa. Lo mismo con la ministra porteña Soledad Acuña. Se publica una nota que la considera simpatizante nazi, lo cual no es verdad, y lo que consigue es olvidar que se trata de una pésima gestora en educación". Y suma: "Hoy estamos en un contexto de intenso debate moral".
Por una cuestión etaria, las redes sociales forman parte de la vida cotidiana de las nuevas generaciones, por lo que son las que más tienden a convivir con este fenómeno. Así lo manifiesta Matías Suárez Holze, autor del blog en la Palabra de Nadie y del ciclo de entrevistas Diálogos. "El tribalismo está muy presente. Demonizar a alguien en redes puede ser una meta muy fácil para grupos que así lo deseen, además de que esta acción genera un producto que indigna pero al mismo tiempo divierte a terceros. Es como una versión actual de las condenas en el siglo XVIII cuando se azotaban o ahorcaban criminales en lugares públicos. Un espectáculo de entretenimiento".
Frente a las incógnitas que plantea este escenario revuelto y tormentoso, de acuerdo a Kreimer, "la defensa de garantías constitucionales y la educación para formar ciudadanos que piensen y se comuniquen mejor, gestionando acertadamente sus emociones, parecen ser los únicos caminos viables para evitar que el linchamiento popular sustituya al buen juicio y a la crítica razonable".
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