Tute y aquella búsqueda desesperada por encontrar un estilo propio
Juan Matías Loiseau cuenta su fallida insistencia por encontrar su marca diferencial en el humor gráfico
Si fuera una imagen podría ser una mamushka que encierra una crisis colectiva –la del país en 2001– dentro de la cual palpita otro malestar, de índole personal, que a su vez oculta el tembladeral mayor: una crisis artística, con marca (o ausencia) de autor.
El "náufrago" en la confluencia de esos tres océanos revueltos era el humorista gráfico Juan Matías Loiseau, más conocido como Tute. Hacía apenas dos años que publicaba sus chistes en LA NACION Revista y, empujado por la ansiedad creativa, Tute deseaba exhibir aquello que para todo autor supone su máxima conquista: ser el dueño de un estilo. Poder volcar su expresión de forma tan personalísima que, a simple vista, cualquiera pudiera identificar en su trazo la impronta inconfundible del hijo de Caloi.
Se sabe que el estilo es como una huella dactilar. Una marca de identidad definitiva. Es el ADN que desenmascara y distingue a uno del resto. Rara vez muta (si es estilo auténtico). Simplemente, germina. Crece, se afianza y ya no nos suelta. Puede ser una obviedad, pero los creativos saben del sudor que supone llegar a forjarlo.
El dilema en Tute era que en su afán de diferenciarse de su padre –y en apurar un estilo entonces esquivo– un día incorporó uno impostado. Hubo una razón de "compra".
"Cuando mostraba mis dibujos yo no solo estaba seguro de que tenía un estilo sino de que ese estilo nada tenía que ver con el de mi viejo", evoca Tute.
Colegas y observadores contrariaban esa visión y encontraban en sus chistes un sesgo muy similar al del papá de Clemente. ¿Plagio inconsciente? ¿Admiración reactiva? ¿Herencia estilística-genética? Nada de eso pensaba entonces Tute, para quien la sola mención del parecido con su progenitor primero lo incomodaba, y en la intimidad lo enardecía.
"Me enojaba mucho con la gente que me acusaba de parecerme a mi viejo. Hasta mi vieja saltaba enseguida a defenderme. Las veces que le habré escuchado decir: no ves que son muy, muy diferentes… Pero la verdad era que con su escasa perspectiva o con su falta de objetividad, ella me acompañaba en esa falsedad: mi trabajo se parecía mucho al de mi viejo", reconoce ahora el multifacético dibujante.
Aquel episodio
El "drama" se desató, precisamente, en el mismo instante en que María Cristina, la mamá de Tute, confundió un dibujo del hijo con uno de Caloi. "Ahí descubrí que tenía un problema y me puse a pensar en cómo podía ser realmente yo y tener mi propio estilo, que no era otra cosa que encontrar la propia voz", revela Tute.
"Enseguida ensayé una forma de diseñar los personajes que era radicalmente diferente a lo que venía haciendo, de manera de que tampoco pudieran confundirlos con los de mi viejo. Ese esfuerzo precipitó uno de mis grandes fracasos: en el afán de conseguir un estilo que me distinguiera de mi viejo, encontré otro que si bien me alejaba de él, también me alejaba de mi propia esencia. Dibujaba una y otra vez pero no me identificaba en nada de lo que estaba haciendo."
El malestar crecía y Tute se vio obligado a pegar un nuevo volantazo: regresó al casillero anterior y, al hacerlo, su trabajo continuó pareciéndose al de su progenitor.
"Me resigné, pero entendí que lo mío tampoco era un estilo, sino una influencia de mi viejo (de tipo inconsciente supe muchísimo después). Pero era una influencia decisiva que, de forma ambigua, también me daba cierta seguridad."
Del fracaso a la desazón; de la aceptación a la resignación. Tute finalmente entendió que forjar un estilo iba a ser un proceso que demandaría tiempo y que emergería de forma natural, sin forzar nada.
Y así, un día se olvidó de la geometría. De las imposiciones formales de la profesión y de las reglas para trazar los recuadros en las viñetas como le había enseñado Caloi. Sepultó los colores, las tintas y las acuarelas. Dibujó en blanco y negro, con tachones y rayones, como en un boceto. Y cuando concluyó, le gustó lo que vio. En vez de pasarlo en limpio, lo envió a la redacción tal cual: El lado A y el lado B de un chiste que expone sin pudor su proceso de elaboración y su divorcio con lo políticamente correcto.
Ese era el tipo de humor gráfico que reflejaba a Tute. La muñeca suelta, desprejuiciada. El concepto, de alto vuelo. La irreverencia coexistiendo con el absurdo para arrancarle una sonrisa a la existencia.
"Hoy estoy convencido –apunta Tute– que en parte gracias a aquel fracaso afloró más tarde mi estilo, una marca que es también hija de todos los yerros y berretines, de todas las obsesiones, las dudas y las certezas. Porque el estilo es, en definitiva, una fatalidad: tarde o temprano es él el que te termina encontrando a vos. Nunca es al revés."
Tributo paterno
Quizás uno de los más lindos homenajes que el hijo recibió del padre fue cuando Caloi publicó en la revista Viva de Clarín un dibujo en el que el padre consagrado imitaba el estilo liberado del hijo. Sólo tres palabras agregó Caloi en aquella hoja: "A lo Tute", escribió, en reconocimiento tácito a un estilo que él mismo, al igual que Quino, llegó a admirar.