El interés que despiertan algunos de los destinos más aislados del mundo atrae cada vez a un mayor número de visitantes, lo que genera que la calidad del ambiente se convierta en una cuestión de preocupación internacional
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Para Paula Casela es normal hablar de la Antártida. De chica, vivió dos años con su familia en la Base Esperanza y es tercera generación “antártica”. Lo que para la mayoría de sus compatriotas es extraordinario, para ella es parte de su día a día. Actualmente trabaja en el Programa de Gestión Ambiental y Turismo de la Dirección Nacional del Antártico y es representante argentina frente al Comité de Protección Ambiental.
“El turismo es parte importante de la agenda de los Estados Parte del Tratado Antártico porque preocupa el aumento que está teniendo. El número de visitantes va por seguir creciendo y una gran pregunta que nos hacemos es acerca del impacto ambiental que tienen las tendencias de la actividad turística y qué podemos hacer al respecto”, dice Casela.
Llevado a números, entre 2015 y 2020, la cantidad de personas que visitaron la Antártida pasó de 40.000 a más de 74.000. La temporada 2021 fue cancelada por causa de la pandemia de Covid-19 y el verano pasado hubo una reactivación débil. En la actual temporada es muy probable que se alcancen cifras récord de visitantes.
Las compañías de cruceros están respondiendo a esa mayor demanda incorporando más plazas. Actualmente la industria naviera se encuentra desarrollando nuevas embarcaciones para entornos polares que se caracterizan por su sofisticación técnica. Algunos buques van a reemplazar naves ya existentes aunque, al ser de mayor tamaño, va a significar un aumento neto en la capacidad de transporte de pasajeros.
Este crecimiento es motivo de preocupación por las posibles consecuencias en el ambiente. Para muchos especialistas es momento de preguntarse si el turismo antártico puede ser una actividad sustentable, si puede evitarse que el impacto, en ciertos momentos y en ciertos lugares, exceda la capacidad de carga y, en tal caso, qué medidas efectivas de protección deben tomarse.
El turismo antártico se institucionaliza
El primer viaje turístico a la Antártida tuvo lugar en enero de 1958, a bordo del buque ARA Les Eclaireurs. Estuvo organizado por el Estado argentino con pasajeros seleccionados a partir de una convocatoria pública. Entre 1958 y 1959, antes de la firma del Tratado Antártico, se hicieron tres viajes turísticos.
Recién en la temporada 1966 empezaron a llegar los cruceros privados. La empresa Lindblad Travel charteó el buque Lapataia y organizó el First International Survey Voyage to Argentine Antarctic Sector partiendo de Buenos Aires y haciendo escalas en Mar del Plata y Ushuaia.
Durante las décadas de 1970 y 1980 se realizaron decenas de viajes y, a partir de 1990, empresas de turismo se hicieron cargo de la actividad impulsadas por dos nuevos factores: la disponibilidad de buques polares que pertenecían a la extinta Unión Soviética, y la infraestructura que se había desarrollado en el puerto y el aeropuerto de Ushuaia.
En 1991 se firmó en Madrid el Protocolo al Tratado Antártico sobre Protección del Medio Ambiente, que es el principal instrumento legal que regula las actividades humanas que se desarrollan en el área del Tratado. A partir de su entrada en vigor, en 1998, todos los operadores turísticos deben cumplir con los requisitos de sus autoridades gubernamentales competentes y, la mayoría de ellos, se encuentran nucleados en la Asociación Internacional de Operadores Turísticos de la Antártida (IAATO), que es una cámara fundada con el objeto de promover viajes seguros y responsables del sector privado. Actualmente está compuesta por más de 100 empresas, en su mayoría domiciliadas en el Hemisferio Norte.
Es importante recordar que el área ubicada al sur de los 60º Sur, tiene un estatus especial establecido por el Sistema del Tratado Antártico y las decisiones que afectan a esa área son tomadas en un foro internacional que es la Reunión Consultiva del Tratado Antártico (RCTA). La IAATO participa de la RCTA en calidad de Experto Invitado, donde tiene voz pero no tiene voto.
Entre otras responsabilidades, en la RCTA se aprueban guías y directrices diseñadas para proteger los sitios que reciben a la mayoría de los visitantes.
Características del turista antártico
La actual tecnología permite que el turismo antártico se desarrolle en un lapso corto de tiempo: entre mediados de noviembre y finales de marzo. Durante ese período, el hielo marino llega a su mínima extensión y los cruceros pueden navegar los mares australes para acercarse a un continente con características únicas: paisajes majestuosos, una fauna salvaje, la pureza de un ambiente poco alterado por el ser humano, la curiosidad que despiertan las bases científicas, las leyendas escritas en torno a figuras heroicas de la exploración polar y la posibilidad de compartir la experiencia a través de redes sociales.
Un estudio realizado poco antes de la pandemia de Covid reveló que los turistas ven a la Antártida como un destino prístino, remoto (”el último lugar de la Tierra”) y con vida excepcional y salvaje. Según el mismo estudio, los visitantes pueden caracterizarse como de alto poder adquisitivo, experimentados en viajes, con una edad promedio superior a los 45 años y en su mayoría procedentes de Estados Unidos, China, Australia, Reino Unido y Alemania.
El turismo antártico, como práctica social, fue alimentado por el mito de la era heroica de la exploración polar y fue asociado a un sentido de distinción, ya sea a través de la selección de los visitantes en los primeros viajes, del costo de los pasajes –actualmente las tarifas son superiores a los US$8000– o de la organización a bordo de conferencias que le dan a la travesía un sentido educativo y de concientización.
Una vez en la Antártida, la principal actividad turística es la observación embarcada y a través de excursiones breves en tierra.
En años recientes los operadores diversificaron la oferta, incorporando buceo, kayakismo, stand up paddle, montañismo, esquí, glamping, y otras, en un intento de diferenciarse de sus competidores. De acuerdo al Protocolo de Madrid, todas las actividades necesitan tener una Evaluación de Impacto Ambiental y actualmente se debate acerca de los criterios para autorizar estas nuevas prácticas, ya que su aprobación puede depender más del potencial impacto en un lugar y momento determinados que de las prácticas en sí mismas.
Cuestionamientos ambientales
Más del 90% del turismo antártico se realiza a través de cruceros y solo unas pocas empresas hacen transporte aéreo.
Casi todas las visitas tiene lugar en un tramo de 500 km de longitud de la costa noroeste de la Península Antártica que precisamente se encuentra entre los lugares del planeta que se calientan más rápidamente y es escenario de una creciente pesquería de krill.
Los cruceros suelen durar entre ocho y 20 días, concentrados en los meses de verano, y confluyen en unos pocos sitios por motivos que atraen a los visitantes como fauna, paisajes, lugares históricos y de fácil acceso.
En el libro Antártida, introducción a un continente remoto, escrito con motivo del Año Polar Internacional, se explican los principales motivos de preocupación de la comunidad científica relacionadas con esta actividad. “La temporada en que se desarrolla el turismo coincide con el pico de la época reproductiva de muchas especies antárticas; el turismo visita reiteradamente los mismos sitios varias veces durante una misma temporada, y a lo largo de varias temporadas, concentrando así la presión sobre determinados lugares, los cuales suelen poseer interés biológico; el permanente ir y venir de embarcaciones desde la Antártida hacia Sudamérica y otras islas subantárticas, puede resultar un vector muy efectivo en la introducción de especies no autóctonas al continente antártico; y la contaminación debida al derrame de hidrocarburos por causa de un accidente de un buque turístico puede generar, a escala local, impactos ambientales considerables, para lo cual cabe tenerse en cuenta que la cantidad de buques turísticos presentes en el Área del Tratado Antártico durante la temporada estival es comparativamente mayor a la de los buques de los programas nacionales enviados en apoyo a la ciencia”.
Algunos grupos ambientalistas cuestionan la actividad desde su misma raíz filosófica, y sostienen que el turismo no es un valor fundamental en la Antártida como sí lo son el uso del continente con fines pacíficos, la investigación científica y la protección del medio ambiente. Esta visión es compartida por la Coalición del Océano Antártico y Austral (ASOC), que tiene estatus de Experto Invitado a las Reuniones Consultivas del Tratado Antártico, donde apoya la adopción de un enfoque de precaución a largo plazo y una regulación más estricta del turismo que preserve el estado natural del área.
Regulando la actividad turística
La preocupación que todos muestran por el turismo crece en paralelo con el número de visitantes y pone en cuestión las instancias de gobernanza del continente. El modo en que el Sistema del Tratado Antártico está respondiendo a los desafíos planteados por el cambio climático y la presencia humana son un caso concreto de manejo de política internacional.
Como miembro del Programa de Gestión Ambiental y Turismo de la Dirección Nacional del Antártico, Casela explica qué acuerdos se están alcanzando para proteger este ambiente: “La actividad turística tiene que cumplir con toda la normativa del Tratado y del Protocolo, igual que cualquier otra actividad. Y el primer requisito, antes de iniciarla, es tener una Evaluación de Impacto Ambiental (EIA) realizada por un Estado Parte. En nuestro país, la autoridad de aplicación del Protocolo es la Dirección Nacional del Antártico, que depende de la Secretaría de Malvinas, Antártida y Atlántico Sur. Habiendo cumplido ese primer paso, existen otras normativas, por ejemplo las Directrices Generales del Turismo, que siguen condicionando el desarrollo de la actividad. Por ejemplo, los buques de gran porte solo pueden hacer un turismo que se dice “panorámico”, porque no se permite el desembarco en ningún sitio. ¿Qué dice esta medida? Que solo pueden desembarcar buques de hasta 500 pasajeros. Cumpliendo este límite de 500, existe otra condición: si van a desembarcar, no puede operar más de un buque en una misma zona. Después, que no pueden haber más de 100 personas en tierra a la vez. Y por último, que cada 20 desembarcados tiene que haber un guía responsable de ese operador”.
Además, desde la Dirección Nacional del Antártico se monitorea la actividad cruzando registros estadísticos de distintas fuentes. Casela explica: “Hay un gran trabajo que hacen nuestros Jefes de Base y el personal en el terreno, que toman datos de las actividades turísticas que se realizan ya sea en la base o en sus proximidades. Tratamos también con la Universidad Nacional de Tierra del Fuego, donde hacen un relevamiento de los movimientos en el puerto de Ushuaia, y a eso le agregamos los cifras provistas por la IAATO. Así podemos tener un pantallazo de lo que está pasando en todo el continente”.
El Protocolo de Madrid exige que antes de una temporada, cada operador tiene que presentar su Evaluación de Impacto Ambiental para garantizar que sus actividades producirán un impacto menor que mínimo o transitorio. Sin embargo, la operación de muchos buques en una misma región y concentrado en pocas semanas, puede producir un impacto acumulado que es difícil de evaluar. Por este motivo, en 2005 y en el ámbito de la RCTA, se resolvió que aquellos sitios que reciben muchos visitantes deberían ser inspeccionados en el terreno por especialistas para fijar Directrices específicas.
Según Casela, “actualmente hay 42 sitios que tienen Directrices para Visitantes, es decir, una ficha individual donde hay una descripción natural del lugar (flora y fauna), los posibles impactos y también cómo manejarse durante el desembarco, qué tipo de embarcaciones pueden usarse para bajar, cuántos desembarcos diarios según el contexto ambiental… o sea, se va regulando para que sigan preservándose lo máximo posible los sitios que reciben alta concentración de visitantes”.
El lugar de Ushuaia en la Antártida
El aumento de las visitas a la Antártida es parte de un proceso que está experimentando la industria turística a escala mundial. La evolución que se pronostica afectará a ciertas ciudades del Hemisferio Sur, las llamadas “puertas de entrada”, que pueden jugar un rol de creciente importancia.
La Antártida no tiene población permanente y todos los servicios –entre ellos, el turismo– necesitan trasladarse desde fuera del continente. La ciudad más cercana es Ushuaia, por lo cual es la principal puerta de entrada y es sede de una intensa actividad turística que atrae la atención de investigadores como Marisol Vereda, quien es doctora en Geografía y coordinadora de la Maestría en Estudios Antárticos de la Universidad Nacional de Tierra del Fuego.
“Las puertas de entrada son fundamentales para poder llevar adelante el turismo antártico. Calculemos que muchos buques se posicionan en Ushuaia en la primavera, desde donde operan a lo largo de toda la temporada. Un viaje clásico dura entre ocho y diez días, saliendo y regresando a Ushuaia. Esto implica: recambio de pasajeros, actividades logísticas, abastecimiento de insumos, recambio de tripulantes, servicios médicos… bueno, ahí se presentan oportunidades para atender las necesidades de estas embarcaciones. Y además, los visitantes están en la puerta de entrada, tanto al ingreso como a la salida. Algunos se quedan algún tiempo. Entonces consideramos que Ushuaia, como puerta de entrada, tiene un compromiso especial con la Antártida y con el visitante que, en términos generales, es experimentado, muy formado a nivel académico y con objetivos de visita vinculados con una responsabilidad sobre el ambiente que va a conocer”, señala.
Además del turista en tránsito, Vereda se interesa por aquel que está en la isla de Tierra del Fuego. En ese sentido, afirma: “Hay que considerar que mucha gente no puede ir a la Antártida. Ya sean otros visitantes o los propios residentes. Pensamos que se pueden desarrollar estrategias no solo para los que tienen el privilegio de realizar el viaje, sino también a los que quizá sin ir, puedan conocerla a través de Ushuaia. Esto tiene un sentido y una intencionalidad, que es afianzar nuestra relación con la Antártida, destacando el rol de la puerta de entrada. Creo que desconocemos muchos de los trabajos que se llevan adelante en nuestro país, con el esfuerzo y la voluntad de muchísima gente y desde distintos lugares. Particularmente, el desarrollo extraordinario en investigación científica hay que acercarlo a todo el público”.
El mayor número de visitantes que se pronostica va a exigir a los operadores y a los Estados Parte del Tratado Antártico la aplicación de más medidas a fin de mantener la actividad dentro de lo que el ambiente antártico es capaz de soportar. Tampoco es necesario llegar al límite de lo soportable para adoptarlas. Tal vez se puedan actualizar directrices que ya existen porque, en un ambiente tan dinámico como es la Antártida, se comprobó que requieren de revisiones periódicas. En especial, porque existe consenso en adoptar una actitud precautoria para minimizar el riesgo y así evitar el costo de correr detrás de los impactos ambientales.
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