“Tuli” Acosta: la crisis que la llevó a ser streamer, la revelación con Dios y su “único filtro” ante miles de seguidores
Esta influencer multiplataforma y bailarina oriunda de Córdoba, pero que vive en la Ciudad, apunta a ser “una artista completa”; dice que las críticas en las redes sociales llegan “todo el tiempo, todos los días”, pero que eso “no significa que dejen de doler”
Un perro que parece un pompón y que se llama “Chufli” y una silla gamer dan la bienvenida al departamento de Fiorella Acosta, más conocida como “Tuli”. Su presencia en las redes sociales es multiplataforma y ella es, también, multiplataforma. “Apunto a ser una artista, alguien que pueda hacer cualquier cosa que le pidas. No es que sueño con bailar en tal lado, que quiero ser cantante de algo, actuar para tal. Mi sueño es que me digan ‘hacé esto’ y que la gente me conozca por hacerlo bien, que me conozcan completa”, expresa a LA NACION.
Esta joven cordobesa que cree fervientemente en Dios y cuya tonada se diluye no del todo en un porteño adoptado trae un nexo con la música desde antes de nacer, que la llevó a participar de los últimos videoclips de artistas del momento como Nicki Nicole, Tini Stoessel y María Becerra. Pero durante la pandemia tuvo un redescubrimiento personal y se convirtió en un ícono del stream, las transmisiones online que pueden durar horas. En Twitch, un sitio donde se hacen esos vivos, tiene más de 500.000 seguidores. Suma 1,4 millones en Instagram, 200.000 en Youtube y 165.000 en Twitter.
“Un streamer es básicamente alguien que prende la cámara. Podés ser gamer, que es jugar a juegos en tu computadora; o podés simplemente charlar con la gente que te sigue, que eso es lo que yo hago, pasar tiempo desde la computadora con la gente que me sigue”, sintetiza Tuli, que una vez estuvo 24 horas conectada con aquellos que la esperan siempre del otro lado de la pantalla.
El “único filtro” que tiene al momento de conectarse
Sabe a la perfección que esa llegada que le dan las redes sociales es un nuevo poder de estos tiempos y que implica también una responsabilidad. “Me mido más cuando no tengo un buen día. Tengo que analizar si es mejor para mí prender [conectarse] o no. Cuando sé que la gente que está del otro lado no me puede ayudar prefiero pasarlo primero y después comentarlo, pero no prender en un estado de ánimo que puedo contagiar. La idea es uno elegir qué quiere transmitir. No tanto el ‘voy a hacer de cuenta que estoy bien’, sino que primero me tomo mi tiempo. Ese es mi único filtro, que es el más importante en todo”, reflexiona.
A los comentarios negativos no los responde, pero dice que “todo el tiempo, todos los días” los recibe. “Capaz se te hace un poco más llevadero porque te vas acostumbrando, pero no significa que te deje de doler”, refiere Tuli en cuanto a esas críticas.
Cree que “siempre va a ser más fácil que le caigas mal a alguien, que bien” y aconseja: “Si hoy en día tengo bastantes seguidores es gracias a que hay mucha más gente que me banca, de la que no. Y la que te critica es la que más te fanea porque es la que más te ve. Simplemente que por ahí no sos vos el problema, es la otra persona, que vaya a saber qué pasa con su vida. Por eso nunca me lo tomo personal. Capaz te sentías mal porque a mí me fue bien y no te voy a culpar por eso, yo también a veces estuve del otro lado. Somos unos seres muy sentimentales, que si nos sentimos mal lo tenemos que demostrar. Es recordar en dónde estás y que por eso te banca la gente, no olvidarse y que no te transformen tampoco”.
“Llegué a Dios porque le estaba reprochando que no estaba”
En esta mañana capitalina gris, Tuli dice que el amor tiene que ver con sacarse uno del foco y ser bondadoso con el otro. Se inmiscuye también en su vínculo con Dios, a quien cuenta que conoció en 2018 como una revelación, cuando pasaba un momento en el que sentía un profundo dolor.
“Llegué a Dios porque le estaba reprochando que sentía que no estaba. Yo decía ‘loco, yo creo en vos, ¿qué onda?’. Estaba tan mal que le decía ‘por favor, si sos real, aparecé conmigo’. Quebré cuando me fui a la ducha a llorar y desde dentro le pedí y le dije ‘que alguien me abrace’, pero no quería a una persona”, comienza.
Y sigue: “A los días me habló y me dijo que me había escuchado y me empezó a decir todo lo que había dicho. Fue muy raro, me lo dijo alguien que me crucé que ni siquiera sabía lo que me estaba pasando. Me dijo ‘hija’. No hacía falta que me dijera que era Dios. Yo estaba en mi casa encerrada en la pieza y vinieron unos amigos. Salí a buscar un té y cuando volví me cruzó [esa persona] y me empezó a decir ‘te escuché cuando me dijiste que querías un abrazo y que necesitabas el mío’. Y así, todo específico lo que le había pedido en la ducha y ni siquiera lo había dicho en voz alta”.
Cuenta que en ese momento sintió en su interior “un calor que sanó todo el dolor que tenía” y explica: “Fue sanar desde dentro para afuera, poder contarlo y saber que es real porque lo viví. Viste que te dicen ‘ver para creer’. Yo creo que es al revés: creer y después ver”.
Ahora asegura que no solo “charla” con Dios cuando reza, sino que también le cuenta lo que tiene que hacer porque así las cosas le salen mejor. Asimismo, dice que intenta transmitirle a los demás su vínculo con la religión desde su experiencia. “Lo que entendí en este tiempo de conocerlo a Dios es que a veces cuando te dicen ‘iglesia’ te imaginás la estructura de la iglesia, el cura, y todo eso. Y en realidad es uno mismo, porque yo a la Iglesia la veo igual que a un hospital, que vas cuando te sentís mal y te vas renovado. Y uno también es iglesia”.
Una pasión por el baile que surgió a los tres y la crisis que pasó en la pandemia
Era su mamá la que se acercaba los auriculares a su vientre cuando estaba embarazada de ella y ya a los tres años, Tuli ponía los canales que pasan videoclips y les copiaba a Shakira y a Thalía. A la escuela la dejó para dedicarse al baile y todavía le quedan tres años para terminarla. Es “una deuda” para ella y está convencida de que en algún momento la saldará.
“Cuando tenía 15 me decidí que quería hacer eso, quería ser buena en el baile y sentía que tenía que dejar un par de cosas para dedicarle full tiempo. Por eso dejé el colegio y se me dio la posibilidad de viajar. Después de seis años de clásico me fui para Estados Unidos a aprender hip-hop, lo hice durante tres años: iba para allá un par de meses y cuando volvía intentaba juntar plata como sea para volver a ir”, dice la joven que representó en mundiales de hip-hop tanto a la Argentina como a Estados Unidos.
Esa pasión entró en crisis en la pandemia, cuando sus clases tenían poca convocatoria y solo ganaba dos mil pesos por mes, que ni siquiera le permitían pagar la cuenta de su celular. “Me sacó las ganas. Que mi ingreso económico fuese el baile hizo que me la agarrara contra el baile como enojo. Me encontré con una Tuli que decía ‘me gustó toda la vida bailar y ahora no quiero saber nada más, ¿qué hago?’”, relata.
Sin embargo, sentada en el sofá color lima donde Chufli se mimetiza con un almohadón, ella habla de resurgir: “Por ahí los procesos en los que uno siente que está todo mal son los que te llevan a que esté todo mejor de lo que pensabas. Me llevó a sacarme de mi zona de confort que era el baile y a poder expandirme un poco más, a decir ‘puedo hacer otra cosa’. Quise probar una plataforma de stream que no sabía ni lo que era, aprovechar los seguidores que tenía que no eran tantos como ahora, pero que eran un montón que me seguían por el baile, y dije ‘cómo les demuestro a quién están siguiendo?’. No solo a alguien que baila. Me empecé a conectar y me empezó a ir bien. Todo se fue dando muy natural. En la pandemia también me conocí a mí misma”.