El profesor de psicología brinda consejos para no dejarse llevar por la irracionalidad ante el arranque de un nuevo año
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Mucha gente usa el inicio de un nuevo año para pasar página y tratar de ser más racional y procurarse bienestar. Sin embargo, hay que confesar que es más difícil de lo que parece.
Aquí hay tres ejemplos de trampas de irracionalidad comunes que menciono en mi serie Think with Pinker(“Piensa con Pinker”) y formas para evitarlas.
1. Tu futuro “vos”
Cuando las personas comparan lo que “piensan” con lo que “sienten”, a menudo lo que tienen en mente es la diferencia entre el disfrute inmediato y el de largo plazo. Por ejemplo, un banquete ahora y un cuerpo delgado mañana; una baratija hoy y dinero suficiente para cuando llegue el día de pagar el alquiler; una noche de pasión y lo que puede traernos la vida nueve meses después.
Este contraste entre momentos puede parecer una lucha con nosotros mismos, como si tuviéramos un yo que disfruta de una serie de televisión y otro que lo hace de las buenas calificaciones obtenidas en un examen.
En un episodio de “Los Simpson” Marge le advierte a su esposo que se arrepentirá de su conducta y él responde: “Eso es un problema para el Homero del futuro. No envidio a ese tipo”. Esto plantea una pregunta: ¿deberíamos sacrificarnos ahora para beneficiarnos a nosotros mismos en el futuro? Y la respuesta es: no necesariamente.
“Descontar el futuro”, como lo llaman los economistas, es hasta cierto punto racional. Por eso insistimos en los intereses bancarios, para compensarnos por entregar efectivo ahora para tener efectivo más tarde.
Después de todo, tal vez muramos y nuestro sacrificio haya sido en vano. Como advierte la pegatina que llevan algunos autos: “La vida es corta. Comete el postre primero”. Tal vez, la recompensa prometida nunca llegue, como cuando un fondo de pensiones quiebra.
Y, después de todo, solo se es joven una vez. No tiene sentido ahorrar durante décadas para comprar un costoso sistema de sonido en una edad en la que ya no puedes notar la diferencia.
Por tanto, nuestro problema no es que descartemos el futuro, sino que lo descartamos abruptamente. Comemos, bebemos y nos regocijamos como si nos fuéramos a morir en unos pocos años. Y descartamos el futuro con miopía.
Sabemos que en algún momento deberíamos empezar a ahorrar para los días difíciles, pero nos aventamos a gastar el dinero que tenemos. La lucha entre un “yo” que prefiere una pequeña recompensa ahora y un “yo” que se inclina por una recompensa más grande después está entretejida en la condición humana. Y hace mucho que se representa en el arte y en los mitos.
Está la historia bíblica de Eva comiendo la manzana a pesar de la advertencia de Dios de que ella y Adán serán expulsados del paraíso si lo hace. Está el saltamontes de la fábula de Esopo, que pasó el verano tocando música y cantando mientras la hormiga trabaja para almacenar comida y en invierno se encuentra pasando hambre.
Pero la mitología también representó una famosa estrategia de autocontrol. Odiseo se ató al mástil para que no pudiera ser atraído por la seductora canción de las sirenas. Es decir, nuestro “yo” presente puede ser más astuto que un “yo” futuro al restringir sus opciones.
Cuando estamos satisfechos podemos deshacernos del chocolate para que cuando tengamos hambre no lo tengamos a la mano. Cuando aceptamos un trabajo autorizamos a nuestros empleadores a diezmar parte de nuestro salario para la jubilación para que no tengamos excedentes que gastar a fin de mes.
Es una forma en la que podemos usar la razón para vencer la tentación, sin depender de la fuerza de voluntad, que es fácilmente superada en el momento de la tentación.
2. “Parece una comadreja”
Hamlet no fue el único observador del cielo que vio cosas en “aquellas nubes”. Es un pasatiempo de nuestra especie. Buscamos patrones en el caleidoscopio de la experiencia porque pueden ser signos de una causa o agente oculto. Pero esto nos deja vulnerables a alucinaciones o falsas causas.
Cuando los eventos ocurren de manera fortuita, inevitablemente se agruparán en nuestras mentes, a menos que haya algún proceso no aleatorio que los separe. Así, cuando experimentamos eventos en la vida, es probable que pensemos que las cosas malas suceden de a tres, que algunas personas nacen bajo una mal signo o que Dios está probando nuestra fe.
El peligro radica en la idea misma de “aleatoriedad”, que en realidad son dos ideas. La aleatoriedad puede referirse a un proceso anárquico que arroja datos sin ton ni son, como el lanzamiento de un dado o de una moneda.
Pero también puede referirse a los datos en sí mismos, cuando es difícil agruparlos de alguna manera. Por ejemplo, si lanzamos una moneda y da “cara, sello, sello, cara, sello, cara” parece aleatorio, mientras que “cara, cara, cara, sello, sello, sello” no, porque el segundo se puede comprimir en “tres caras, tres sellos”.
La gente cree que la segunda secuencia es menos probable, aunque lo cierto es que ambas son igual de probables. Incluso, pueden apostar a que después de una larga serie de caras, la moneda caerá en sello, como si tuviera memoria y un deseo de parecer justa. Esa es la llamada falacia del jugador.
A menudo pasamos por alto que un proceso aleatorio puede generar datos de apariencia no aleatoria. De hecho, está garantizado que eso ocurrirá todo el tiempo. Nos impresionan las coincidencias porque nos olvidamos de la cantidad de formas en las que pueden ocurrir.
Por ejemplo, si estás en una fiesta con 24 invitados, ¿cuál es la probabilidad de que dos cumplan años el mismo día? La respuesta es “más de 50-50″. ¡Y con 60 invitados, es el 99%!
Las probabilidades altas nos sorprenden porque sabemos que es poco probable que un invitado al azar comparta nuestro cumpleaños o cualquier otro cumpleaños. Lo que olvidamos es cuántos cumpleaños hay —366 en algunos años— y, por lo tanto, cuántas oportunidades hay para las coincidencias. La vida está llena de estas oportunidades.
Quizás la matrícula del auto que tengo delante coincide con parte de mi número de teléfono al revés. Quizás un sueño o un presentimiento se haga realidad; después de todo, miles de millones de sueños flotan en la mente de las personas todos los días.
El peligro de sobreinterpretar las coincidencias explota cuando las hacemos notar después de que haya ocurrido un hecho, como el psíquico que se jacta de una predicción correcta escogida de entre una larga lista de errores que espera que todos hayan olvidado.
A eso se le conoce como la falacia del francotirador de Texas, refiriéndose a quien dispara una bala contra una pared y luego pinta una diana circular alrededor del agujero para que parezca que es un gran tirador.
Detectar patrones es especialmente tentador cuando elegimos el patrón solo después de haberlo mirado. Cuando decimos, como Hamlet con sus nubes, si es una comadreja, un camello o una ballena.
La sobreinterpretación de la aleatoriedad es un riesgo cuando se monitorea el camino aleatorio de los mercados financieros, mientras que resistir la tentación brinda una oportunidad para el inversionista con conocimientos cognitivos.
También brinda la oportunidad de vivir una vida propia: evitar pensar que todo sucede por una razón y evitar guiar sus elecciones personales por razones que no existen.
3. Estar en lo correcto o hacer lo correcto
Siempre que participamos en una discusión intelectual, nuestro objetivo debe ser converger en la verdad. Pero los humanos somos primates y, a menudo, el objetivo es convertirse en el polemista alfa.
Se puede hacer de manera no verbal: la postura arrogante, la mirada dura, la voz profunda, el tono perentorio, las interrupciones constantes y otras demostraciones de dominio. La dominación también se puede perseguir en el contenido de una discusión, utilizando una serie de trucos sucios diseñados para hacer que un oponente parezca débil o tonto.
Algunos ejemplos:
- Argumentar ad hominem: atacar a la persona en lugar del argumento en sí
- Derribar a un “hombre de paja”: distorsionar el argumento de la otra persona y luego atacar la distorsión
- Culpa por asociación: en lugar de exponer las fallas de un argumento, llamar la atención sobre personas de mala reputación que simpatizan con ese argumento
El combate intelectual, sin duda, puede ser un deporte emocionante para los espectadores. Los lectores de revistas literarias saborean las fulminantes réplicas entre gladiadores intelectuales. En YouTube es popular el tipo de videos en el que un héroe “destruye” o “derriba” a un desventurado que lo cuestiona.
Pero si el objetivo del debate es aclarar nuestra comprensión sobre un tema, en lugar de inclinarnos ante un alfa, deberíamos encontrar formas de controlar estos malos hábitos. Todos podemos promover la razón cambiando las costumbres de la discusión intelectual, de modo que la gente trate sus creencias como hipótesis que deben probarse, en lugar de eslóganes que deben defenderse.
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