Trece minutos con veintiocho segundos, ni uno más. A Mayra Arena ese tiempo le bastó para concitar la atención de muchos con su charla TED, un intento por derrumbar prejuicios y evitar la "romantización" de la pobreza y la tentación tan frecuente de convertirla en espectáculo de feria, aunque nos cuidemos siempre de mirarla con ojos piadosos. En trece minutos con veintiocho segundos, ni uno más, Mayra nos cuenta su historia, un golpe a la mandíbula de aquellos que pedía el gran Roberto Arlt.
"Tengo casi todos los estigmas que se puede tener de pobre –dice–. Soy madre adolescente, somos un montón de hermanos y ninguno tiene padre, dejé la escuela a los 13 y podría seguir".
Lo que sigue, efectivamente, es una colección de imágenes desgarradoras contadas con soltura por esta estudiante de Ciencias Políticas que vive en Villa Caracol, uno de los asentamientos populares de Bahía Blanca. Mayra cuenta que, pobre de toda pobreza, cuando era una niña salía a caminar con su hermana en busca de envoltorios de caramelos que encontraba en las calles y que se llevaba a la nariz con tal de oler esa fragancia dulzona que le resultaba inalcanzable y le hacía agua la boca.
Cuenta que la primera vez que fue a la casa de una compañera se sorprendió de que la familia tuviera en el baño inodoro y bidet, y también la llenó de asombro enterarse de que eran distintas las comidas que se servían en el almuerzo y la cena, acostumbrada como estaba a que en su casa el arroz se repitiera una y otra vez, y otra más.
Cuenta, o lo contó luego, cuando los medios creyeron encontrar en ella la voz de los más desprotegidos, que para ella ser pobre es acostarse a dormir y soñar que se come.
Cuenta que su historia, la historia de la chica que habla educadamente ante un auditorio y sonríe, no es el fruto de su esfuerzo personal (una historia de resiliencia, hija del convencimiento individual y el mérito propio) sino la consecuencia de que otros como ella le han dado una mano; el triunfo, en todo caso, de un trabajo colectivo.
Sorprende verla sobre el escenario, la autoridad con la que habla, y también la entereza, además de sus ideas. Las ideas que tiene en la cabeza, pero no la pobre Mayra Arena, porque en ese sentido Mayra Arena no tiene nada de pobre, aunque haya crecido entre privaciones en los márgenes de todo y haya sentido con los suyos el peso de la indiferencia social. Sorprende por su carisma y también por su belleza algo agreste, la hermosura de las personas verdaderas. Pero, sobre todo, muy sobre todo, sorprende por su enorme dignidad.
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