Trastornos de la conducta alimentaria: los más comunes, los mitos y qué tipo de tratamiento deberían recibir
Los TCA no son acciones que “buscan llamar la atención” ni una moda; se trata de un patrón persistente con múltiples causas psicosociales que, en la mayoría de los casos, se dispara con una dieta restrictiva
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Los trastornos de conducta alimentaria (TCA) no son acciones que “buscan llamar la atención” ni una moda. Se trata de un patrón persistente con múltiples causas psicosociales que, en la mayoría de los casos, se dispara con una dieta restrictiva. A la vez, estos patrones suelen estar asociados a diversos grados de angustia emocional, física y social; no discriminan edad, raza ni género. Como explica a LA NACION la nutricionista Agustina Murcho, experta en TCA, estos suelen desarrollarse a partir de una restricción en la alimentación, si bien aclara que “no toda persona que haga dieta tiene predisposición para desarrollar un trastorno alimentario”.
Teniendo en cuenta que la Argentina es el segundo país con mayor cantidad de personas con trastornos de la conducta alimentaria después de Japón, según un relevamiento internacional impulsado por la investigadora Mervat Nasser, especialista en psiquiatría e investigación del Instituto de Psiquiatría de Kings College de Londres, surgen preguntas urgentes: ¿por qué los TCA impactan tan fuertemente en la cultura argentina? ¿Qué modelo de belleza perseguimos? ¿Qué lugar ocupa el prejuicio y el rechazo extremo a la gordura conocido como gordofobia?
Mercedes Estruch, estudiante de Sociología del último año de la Universidad Nacional de Mar del Plata y presidenta de la Fundación Anybody Argentina, explica a LA NACION que “el 70% de los factores que desencadenan un TCA son sociales. La alimentación es un hecho social, del mismo modo que el vínculo con la alimentación y las prácticas en torno de ella depende de la cultura y la sociedad a la que pertenecemos”, argumenta.
Históricamente, según Estruch, existe una creencia fuertemente arraigada en nuestra sociedad que considera que los cuerpos que ingieren más cantidad de alimento son más gordos y aquellos que comen poco son los más delgados. “Esa premisa es sumamente gordofóbica y ha generado una cultura de meritocracia cultural en la que supuestamente cada persona puede obtener el cuerpo que debería tener según los parámetros de belleza de la época si se esfuerza lo suficiente”.
“La forma que tenemos de relacionarnos con la alimentación, especialmente si somos mujeres o disidencias, está directamente relacionada con la presión social y las exigencias estéticas, porque vivimos en una sociedad que nos jerarquiza por el tipo de cuerpo que tenemos: no se valora de igual forma a las personas delgadas que a las personas gordas. Existe una discriminación sistemática a todos los cuerpos que se alejan la norma hegemónica de belleza”, agrega.
Murcho retoma y puntualiza: “En un trastorno alimentario se ve el síntoma, es decir, la conducta que la persona tiene con respecto a los alimentos, en este caso una conducta que no es sana. Pero por debajo de ese síntoma hay múltiples factores que la provocan, como puede suceder con traumas no resueltos, dificultad para resolver problemas o relacionarse, haber sufrido abusos, bullying, baja autoestima, incluso hasta un desorden neurobiológico”.
Entre los TCA que se ven con mayor frecuencia se encuentran la bulimia y el trastorno por atracón. “Ambos se caracterizan por tener atracones frecuentes, aunque la bulimia se da cuando el atracón es seguido de purga como método compensatorio. En tanto, el trastorno por atracón hace referencia a la conducta de comer en exceso y tener la sensación de pérdida de control sobre lo que se come. Se suele comer rápido o consumir más alimentos de los pensados, incluso sin apetito se sigue comiendo mucho tiempo después de sentirse demasiado lleno”, detalla Murcho.
En ambos casos, luego de atracón aparece culpa, enojo o vergüenza por la conducta y por la cantidad de alimentos consumidos; entonces, se intenta “compensar” con purga o ejercicio desmesurado.
Si bien la anorexia es el TCA de mayor prevalencia en el país, al tener signos menos visibles se suele ocultar y, cuando se llega a la consulta, las condiciones son más extremas. “En los casos de anorexia es más difícil que las personas pidan ayuda porque, a diferencia de lo que sucede con el trastorno por atracón –en el que la persona la pasa muy mal–, con la restricción, la sensación de pasar hambre y los ayunos prolongados propios de la anorexia incluso se llega a sentir cierto grado de placer”, precisa.
Prejuicios sobre los TCA
En diálogo con LA NACION, Julieta Fantini, psicoanalista con perspectiva de género y fundadora de Cuestinartearg, detalla los principales prejuicios sobre trastornos de la conducta alimentaria. Los divide en tres grandes áreas: prejuicio de la imagen corporal, del origen del trastorno y de la minimización de la enfermedad.
En cuanto a la imagen corporal, explica que “en el imaginario social existe una creencia de que únicamente las personas delgadas son las que pueden sufrir un trastorno de este tipo. Esto es erróneo por dos razones: por un lado, porque se estigmatiza y se etiqueta a las personas con cierta delgadez de tener TCA; por otro, porque niega que, en realidad, cualquier persona –independientemente de su tamaño de cuerpo– puede padecer un trastorno alimentario. Para poder diagnosticar un tipo de padecimiento ligado a la imagen corporal y a la alimentación, no podemos observar únicamente el físico de una persona, ya que no alcanza: es necesario indagar en su historia, qué es lo que le ocurre psíquicamente, en qué contexto familiar y social está inmersa, entre otros aspectos”.
En lo que respecta al origen, a la causa principal, es frecuente creer que la conducta de la madre del paciente es la principal causante para desencadenar un TCA. “Es erróneo ya que los factores por los que se puede desarrollar un TCA son múltiples. Incluso, no es unicausal. Puede ser por estrés, por haber atravesado vivencia/s de violencia sexual, por el contexto familiar, por sufrir ansiedad y depresión, por factores contextuales y, principalmente en la actualidad que nos atraviesa, por la presión que aparece por alcanzar un ideal de belleza”, enumera. Y añade que “se siga creyendo que ‘la madre tiene la culpa’ reviste una perspectiva machista, sosteniendo que es la madre la cuidadora absoluta de un hijo, pero a su vez la provocadora de un trastorno”.
Otro prejuicio asociado al origen está directamente relacionado con las supuestas “ganas de estar delgada/o: esto remite a creer que por mera voluntad una persona tiene ganas de bajar de peso, cuando hay una sociedad gordofóbica e instaladora de la delgadez como norma que está respirándonos la nuca constantemente”, apunta.
Por último, también es un prejuicio banalizar el padecimiento sobre la propia imagen corporal y el vínculo con su alimentación, minimizándola. “Si la mayoría de las mujeres –y cada vez más hombres– siente insatisfacción corporal y tienen problemas en la relación con la alimentación, minimizar este padecimiento forma parte de un prejuicio”. En este sentido, recuerda el libro La dictadura del amor propio, de la psicóloga chilena Nerea de Ugarte López, en el que encuesta a un centenar de mujeres y les pregunta si alguna vez en su vida habían sentido insatisfacción corporal. “El 99% respondió que sí. Cómo puede ser algo banal si la mayoría de las mujeres (y en crecimiento las masculinidades y la comunidad trans con los cambios corporales que se atraviesan) pueden desarrollar un TCA o algún tipo de padecimiento que no llega a instalarse como trastorno, pero que está relacionado con el sufrimiento corporal y alimenticio”.
Por su parte, Murcho observa que, entre los prejuicios frecuentes, se dice que los TCA “son un capricho, que son una moda o que son acciones para llamar la atención”. A la vez, se suele creer que las personas con TCA están en bajo peso y que tienen que verse los huesos para poder diagnosticar un trastorno alimentario, lo que, por supuesto, no es así.
Frente a la frase “toda persona puede comer bien, solo es cuestión de proponérselo”, aclara que no es cierto. “No todas las personas sabemos ‘comer bien’, porque el acto de comer tiene que ver no solo el hambre real –conocido como fisiológico u homeostático, que sucede porque el cuerpo necesita nutrientes y energía–, sino también con el llamado hambre emocional y con el hambre hedónico, que es el que está directamente relacionado con el placer. “En general todos estos tipos de hambre se mezclan. Una persona puede proponerse cambiar y hacer tratamiento, pero no es una cuestión de voluntad; es más complejo que la noción reduccionista de comer cuando tenemos hambre”, señala Murcho.
Otro mito: ocurre solo en las mujeres. “También le ocurre a los hombres, pero da más vergüenza decirlo. Lo que se puede ver es que en los hombres hay mucha vigorexia (o anorexia reversa), que es cuando la persona se ve muy delgada, hace mucho ejercicio y tiene muchísima masa muscular, pero no se conforma nunca con su cuerpo. Es un trastorno dismórfico muscular, la persona condiciona su vida a la actividad física y a la cantidad de músculo que logra tener, ya que su autoestima se valida a través de eso”.
Gordofobia
Las profesionales consultadas coinciden en que somos una sociedad gordofóbica. “Se nos incita constantemente a hacer dieta y a regirnos por la meritocracia de los cuerpos, suponiendo que con esfuerzo y voluntad se puede lograr un cuerpo normativo y hegemónico, y eso es mentira. Está comprobado que las dietas, en el 95% de los casos no funcionan a largo plazo, aunque sí lo hacen en el corto plazo”, precisa Estruch.
En tanto, Murcho entiende que “por más que ahora se repudien comentarios gordofóbicos en redes sociales o se cuestionen un poco más a las publicidades de productos para adelgazar, se sigue discriminando a los cuerpos gordos y temiendo a la gordura. Esto, definitivamente, repercute en los casos de TCA. Si vivimos en una sociedad donde se cree que para alcanzar el éxito se debe ser delgado, este factor psicosocial es clave en las personas con predisposición para que puedan desarrollar un trastorno alimentario”.
¿Qué deberíamos hacer (y qué no) para acompañar a una persona con TCA de manera responsable? Fantini responde: “Al igual que cualquier otro padecimiento psíquico, son sufrimientos de una complejidad enorme. Por lo que, en principio, es necesario un tratamiento interdisciplinario con psicólogo/a, nutricionista y psiquiatra realizando un trabajo en conjunto. Por otro lado, es fundamental habitar espacios de escucha: otorgar el espacio a que la persona hable sobre lo que le sucede, explicitar que no hay algo banal o que sea disparatado en este asunto. Validar. Poner la oreja es suficiente: no hace falta que como amigo/a o familiar se haga alguna intervención. Para eso, estamos los profesionales. Lo que no debería haber son prejuicios acerca de lo que come o no come, ni señalar la manera en cómo se alimenta. Y, fundamentalmente, no realizar comentarios sobre su corporalidad. Estos dos puntos son clave y sin ello no podemos acompañar de manera ‘correcta’ a una persona que está sufriendo un TCA”.
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