Tras el anuncio de Kate Middleton: cómo puede ayudar a los pacientes hacer público un diagnóstico de cáncer
Las celebridades tienen el poder de sacar el estigma a las enfermedades, recaudar fondos para investigación y hacer que una realidad aterradora lo sea un poco menos para el resto de la gente
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NUEVA YORK.- Después de que han recibido la noticia del aterrador diagnóstico, después de haber asimilado la realidad que los médicos les explicamos, hay un momento en que los pacientes con cáncer advierten que todavía les queda una tremenda carga por delante: transmitirle la noticia a los demás. Y a veces, esa es precisamente la parte más dolorosa. Cuánto decir, hasta dónde y a quiénes. ¿Hablar con eufemismos o compartir la cruda realidad? Porque al transmitir un diagnóstico en voz alta, es como si de pronto, finalmente, se hiciera real.
Me puse a pensar en eso cuando Kate Middleton, princesa de Gales, hizo público su diagnóstico de cáncer a través de un video. No reveló que tipo de cáncer tiene ni la naturaleza de la cirugía a la que se sometió en enero, tras la cual le detectaron la enfermedad. Se refirió a ella en términos generales, habló del tratamiento de quimioterapia que ya inició y también habló de su familia. Y eso fue suficiente para que en las redes se desatara una nueva oleada de disparatadas especulaciones como las de semanas anteriores, cuando la gente no lograba entender su desaparición de la escena pública.
Y yo también tengo curiosidad. Acá hay muchas cuestiones médicas, algunas que pueden ser respondidas y muchas otras que no. Pero la gran pregunta de fondo es por qué tantas ganas de saber qué tipo de cáncer tiene o cómo está siendo tratada, sobre todo cuando esa gula informativa conspira contra los deseos de esos padres que piden privacidad y espacio para contarles a sus hijos cuando ellos así lo consideren. ¿De dónde viene ese deseo tan propio de la naturaleza humana de conocer todos los detalles? ¿Hay alguna manera de transformar esa curiosidad morbosa en algo útil?
Catherine es joven —tiene 42 años, la misma edad que yo— y el hecho de que tenga cáncer, sea cual sea su tipo, es aterrador. Quizás por eso sentí curiosidad y quizás saber más, aunque haya preguntas médicas en este momento que no tienen respuesta. En el hospital, cuando trato a un paciente de mi edad a quien le han diagnosticado algo terrible, a menudo indago en el cuadro para comprender cómo comenzó la historia. Quizás una parte de mí cree que esos detalles del cuadro de mi paciente me confirmarán que al fin y al cabo no éramos tan parecidos, y que no soy tan vulnerable. Los hechos que tememos nos atraen…
Lo que sí sabemos es que la Princesa de Gales no es la única: las tasas de diagnóstico de cáncer en personas menores de 50 años va en aumento. Ella está recibiendo lo que describió como quimioterapia “preventiva”, generalmente denominada “adyuvante”, es decir, quimioterapia para tratar las metástasis microscópicas que podrían estar presentes después de una cirugía de extirpación y para evitar que el cáncer reaparezca.
Para los pacientes, ya es bastante difícil compartir este tipo de información con alguien fuera de sus familiares y amigos más cercanos. No considero que las figuras públicas como Catherine tenga el deber de hablar ante el mundo de su estado de salud, y mucho menos que nos deba mayores precisiones. Es su diagnóstico, y ella puede enmarcarlo como mejor le parezca.
Oportunidad
En vez de culpar a nadie, mejor ver la oportunidad que se presenta. Al hacer públicos sus diagnósticos, las celebridades tienen el poder de desestigmatizar las enfermedades, recaudar fondos para investigación y hacer que una realidad aterradora lo sea un poco menos para el resto de la gente. Nunca conocí a mi abuela porque murió de cáncer de mama mucho antes de que yo naciera, tras luchar con la enfermedad en medio del hermetismo y la vergüenza. Ni siquiera se lo contó a sus hijos hasta que estuvo al borde de la muerte. Me pregunto si no habría sido diferente si su diagnóstico hubiese llegado unos años más tarde, después de que Betty Ford, la esposa del presidente Gerald Ford, hiciera público que tenía cáncer de mama.
Hace unos años, traté a una paciente que también tenía cáncer de mama y que no les había contado a sus hijos adolescentes ni siquiera cuando empezó a perder el cabello o cuando fue internada para ser operada. Se desplomó en un centro de rehabilitación y la llevaron a nuestra unidad de terapia intensiva, donde ya no despertó. Sus hijos se sentaron junto a su cama y nos preguntaban qué le había pasado a su madre. Al principio, su marido intentó cumplir el deseo de su esposa de proteger a sus hijos de esa terrible noticias. Pero pronto quedó claro que ese instinto de protección solo les estaba haciendo daño.
Les transmitimos a los hijos que su madre tenía cáncer. Por supuesto, lo sabían desde un principio, pero ahora se veían privados de la oportunidad de decirle que la amaban y que no hacía falta ocultarles la verdad. Que estarían allí, con ella.
Tal vez mi paciente no hubiera cambiado su decisión por el simple hecho de que una figura pública hablara de su cáncer: su propensión instintiva al secreto estaba demasiado arraigada. Y por supuesto que ni Kate ni ninguna otra figura pública tiene la responsabilidad de dar información de su salud que no quiera compartir, por muy voraces e insaciables que sean las redes sociales. Quizás Kate más adelante nos cuente más y se convierta en defensora de las investigaciones de lucha contra el cáncer, y quizás eso haga que muchos cambien de opinión, que aumenten los exámenes de detección temprana y que disminuya el estigma que pesa sobre la enfermedad. O tal vez Kate no haga nada de eso. Tal vez intente mantenerlo en privado, en una vida como la de ella, donde tan pocas cosas lo son. Y estaría en su derecho.
Por Daniela J. lamas
(Traducción de Jaime Arrambide)
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