Transporte en el AMBA: Ya piden el DNI y hay preocupación entre los trabajadores informales
La semana pasada, en tres días laborables, hubo un mismo uso del transporte público que durante una semana completa hace un mes atrás
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A las 7.30, la estación Morón del Ferrocarril Sarmiento está en el pico de actividad diaria. El reflujo de gente sigue el patrón de los trenes, que hoy andan con normalidad: el andén donde frenan las formaciones que van rumbo a Once se llena y se vacía una y otra vez en pocos minutos. Hay un nutrido tránsito de personas, pero no grandes aglomeraciones, salvo en el sector de molinetes, donde efectivos de Gendarmería Nacional le piden a cada pasajero que muestre el comprobante de reserva de viaje. Es obligatorio para quienes viajan hacia la Ciudad en horario pico, entre las 6 y las 10.
“Están haciendo más controles —asegura Leonardo Anisán, mientras espera el tren rápido—. En Once, ahora también te piden el DNI. Se había relajado mucho, pero ahora lo volvieron a pedir”. Anisán toma el Sarmiento ida y vuelta a la capital porque allí trabaja como vendedor de autos. Suele viajar parado, aunque “cómodo, con suficiente espacio”, pero considera que “hoy hay demasiado libertinaje”. Y por eso acuerda con las restricciones de movilidad dispuestas por el gobierno nacional para enfrentar la segunda ola del coronavirus.
A partir de las 0 de mañana y durante al menos tres semanas, en el AMBA, solamente podrán utilizar el transporte público los trabajadores considerados esenciales, los miembros de la comunidad educativa y quienes tengan una autorización especial. El último día antes de que entren en vigencia, hay opiniones divididas sobre estas normas: algunos pasajeros las apoyan y otros, especialmente quienes tienen trabajos informales, están preocupados por sus consecuencias económicas, con el difícil recuerdo del 2020 muy presente. Los especialistas, en tanto, plantean que son restricciones difíciles pero necesarias ante el gran aumento de casos de Covid-19.
Aumento de viajes
Para José, vendedor de café de la estación que conoce ese pequeño mundo al detalle, el incremento de pasajeros de las últimas semanas es muy notorio. “Ahora controlan porque es temprano, pero si te quedás hasta las 10 vas a ver a toda la muchachada que se toma el tren cuando ya no hay controles”, cuenta con resignación. “Ojalá las nuevas medidas sirvan —agrega Mónica, kioskera en el anden mano a capital—. Los trenes que llegan de Moreno siempre vienen llenos”.
Las cifras parecen respaldar estos testimonios. Según datos de la Secretaría de Transporte y Obras Públicas porteña, entre el 8 al 12 de febrero hubo en la Ciudad de Buenos Aires 168.000 viajes en subte, 507.000 viajes en tren y 4,54 millones de viajes en colectivo, mientras que entre el 8 y el 12 de marzo esas cifras fueron 251.000, 630.000 y 5,81 millones respectivamente. La semana pasada tuvo números similares a los de marzo, con 232.000 mil viajes en subte, 623.000 en tren y 5,39 millones en colectivo. Pero fue una semana con dos feriados, con un movimiento mucho menor. Es decir, en tres días laborables hubo un mismo uso del transporte público que durante una semana completa hace un mes atrás.
Ludmila García tiene 21 años, vive en Morón y trabaja en Flores en un centro educativo para personas con discapacidad. Todas las mañanas toma el Sarmiento y trata de mantener la distancia social porque no quiere contagiarse, como le ocurrió a algunos de sus familiares. “A veces tengo que dejar pasar dos o tres trenes para viajar con más espacio. Pero aunque venga lleno en algún momento tengo que tomarlo sí o sí para no llegar tarde al trabajo”, explica.
Como personal esencial, mañana García podrá seguir viajando sin inconvenientes. Sabe, sin embargo, que otros ya no. “Entiendo las medidas, pero hay gente que está en negro y necesita viajar para poder trabajar y poder comer”, apunta antes de subir al tren que, a las 8.40, acaba de detenerse en el andén.
Los 72 asientos del tercer vagón de esa formación están ocupados; además hay otras 50 personas paradas. En los vagones contiguos el panorama es semejante. Sería exagerado hablar de aglomeración, pero la distancia social es poca y aunque la mayoría de los pasajeros lleva tapabocas o barbijo, muchos dejan la nariz al descubierto, anulando completamente esta medida básica de protección.
El viaje hasta Once dura unos 40 minutos. En las estaciones intermedias sube una cantidad de pasajeros similar a la que baja y la ocupación se mantiene constante durante todo el recorrido. A la salida, otra vez hay un breve amontonamiento en el sector los molinetes, vigilados aquí por la Policía Federal.
Silvina Ocampo está muy preocupada por las futuras restricciones. “No me las esperaba. El año pasado cuando cerraron casi me interno, porque trabajo en ferias y si no viajo no puedo trabajar —lamenta esta mujer, de 35 años, que a diario compra accesorios para celulares en Once y luego los vende en zona sur—. Tengo seis chicos a cargo y mi marido tiene trabajo en blanco, pero con eso solo no alcanza. Mañana no sé que voy a hacer”.
Un primer paso
Martín Hojman, médico infectólogo del Hospital Bernardino Rivadavia y miembro de la Sociedad Argentina de Infectología (SADI) reconoce que restringir el transporte público es una medida antipática después de un año muy difícil, pero dice que, en términos epidemiológicos es la decisión es correcta: “Es un primer paso. Veremos qué impacto tiene y esperemos que sirva para enlentecer el crecimiento de casos o si es necesario hacer algo más”.
“La situación epidemiológica no está bien. Estamos en un momento complicado con avance sostenido de casos, cepas que contagian más, mucho cansancio del personal de salud y menor predisposición a cumplir las medidas de distanciamiento y de cuidados”, dice el especialista. Así, plantea que el transporte publico es una de las cosas que hay que mirar con lupa: “Es riesgoso siempre porque junta a mucha gente en un lugar con una ventilación de relativa eficacia, y existe un riesgo real de adquirir la enfermedad o transmitirla ya que la transmisión más importante es por vía respiratoria”.
En este contexto, Hojman resalta la importancia de mantener las ventanas abiertas y usar el barbijo correctamente a la hora de viajar en transporte público: “Pero incluso si se cumplieran todos los cuidados, también habría riesgo, por la cantidad de la gente que viaja y porque la posibilidad de distanciamiento allí es muy difícil”.
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