Tragedia de los Andes: “Nos dieron una oportunidad chiquitita y por esa ranura salimos a la vida”, recuerda Roberto Canessa
A 50 años del día en que el avión uruguayo se estrelló en Los Andes, LA NACION entrevistó a uno de los dos sobrevivientes que caminaron por la cordillera en busca de ayuda
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MONTEVIDEO.– Transmite paz, seguridad, ganas de vivir, amabilidad para relatar por enésima vez aquello que vivió hace medio siglo. Roberto Canessa está en un patio de su casa en el que solo se escuchan cantos de pájaros y, por esas cosas, reside bien cerca del aeropuerto de Carrasco, del que partió en 1972 sin imaginar la travesía que iba a vivir. Aquel viaje de jóvenes que iban a jugar un partido de rugby en Chile no llegó nunca porque chocó con la Cordillera de los Andes, donde la mayoría murió aquel 13 de octubre o días después. De los 45 que abordaron el avión, solo 16 sobrevivieron. Fernando Parrado y Roberto Canessa fueron los que salieron a caminar en busca de ayuda, y consiguieron a fin de año dar con un arriero chileno.
La noticia provocó conmoción, felicidad inmensa para los familiares que recuperaron a sus hijos, dolor perpetuo para los que se enteraron de que los suyos no volverían jamás.
¿Qué lecciones y marcas les dejó aquello? ¿Hay secretos guardados pese a que ya pasaron 50 años? ¿Cómo vencer la pulseada a la sombra de la muerte? ¿Cómo sigue la vida? Revolviendo cajas y carpetas de fotos, en este día tan especial en el que se cumplen exactamente 50 años del accidente, el médico Canessa recibió a LA NACION en su casa. Lo que sigue es un extracto de una conversación que es voz y corazón.
–¿Cómo es eso de estar tan cerca de la muerte y vivir? ¿Cómo va eso que te pasó hace 50 años con la vida de médico y pacientes que muchas veces están entre la vida y la muerte?
“Cambia la vida después de algo así y, como médico, en esos casos son pacientes que le robamos a la muerte. Con los pacientes que iban derecho a morirse como nosotros y que le hicimos una gambeta, un firulete y la muerte siguió de largo. Y eso fue lo que pasó en los Andes; nos dieron una oportunidad chiquitita y por esa ranura nos mandamos con Nando [Parrado] y salimos a la vida. Mientras hay vida, hay esperanza y tal vez, mañana. Dos frases a fuego de la montaña, que acá en el llano no tienen lugar, pero cuando estás en la montaña, sí. Vamos a caminar hacia la vida, a dar los pasos. Me pasa con los pacientes, que hay veces que parece que no tienen posibilidades, pero hay un arriero que puede aparecer”, relata, en alusión al chileno que los encontró y dio aviso para el rescate.
–Habrán tenido momentos de creer que no podían salir de ahí...
–A veces tratás a un niño que está sufriendo y uno hace lo que se puede, pero se muere. Y es una sensación de paz, porque uno hizo todo lo que se podía. Hay que saber aceptar la realidad que no se puede cambiar; las realidades de nuestros amigos cuando fallecían y nos decían que siguiéramos; es como una voz interna de cuándo seguir y cuándo parar.
–¿Cómo pegó la voz de la radio con el anuncio de cese de búsqueda y ustedes lo escuchaban desde el avión?
–Fue el momento bisagra; porque dijimos: “Esperar no vale la pena”. ¿Sabes por qué? Porque si esperás no vas a vivir, y atrás de esas montañas la vida sigue, así que hay una posibilidad real de que si cruzamos esa barrera de la muerte podemos reintegrarnos a la vida.
–Pero el mundo los daba por muertos.
–El mundo se equivocó. ¿Y sabes qué? Es eso de decirles “Toc toc, estamos con vida, están equivocados. Acá estamos nosotros con nuestra humildad y nuestra grandeza de uruguayitos”. Yo veo a esos dos uruguayos que admiro [él y Parrado] y a los sobrevivientes, “16 hombres que mi mente adora” [alude a una poesía patriótica], y han pasado 50 años.
–¿Te sentís héroe?
–Aquel fue un héroe [el joven del ´72]. Hoy me siento un héroe todos los días en mi casa, con mi familia, con mis amigos; me siento un héroe del cariño de la gente, y eso me llena el alma y el corazón. Juntar ese cariño para ponerlo al servicio de la patria es muy lindo. En eso, me siento el emisario.
–Y acá, en este patio de tu casa donde solo se siente el canto de los pájaros, ¿cómo sigue la vida?
–Acá me siento el Roberto de todos los días. Es una vida muy cotidiana y muy simple, que me hace no perder el horizonte. Y el Canessa famoso, la leyenda, por otro lado. Y con la medicina. A veces me preguntan ¿cuándo se te va la vanidad? Y se te va cuando se me muere un paciente.
–Medio siglo después, ¿recordás qué sentiste en el momento del golpe de aquel choque del avión?
- Y… Chocó un avión contra una montaña. Cuando un avión choca contra una montaña, se mueren todos. O sea, que en ese momento lo que sentí fue: “Estoy en ese período pequeñísimo y gigantesco de enfrentar a la muerte. ¿Qué habrá después de esto? Yo no pensaba morirme ahora”. Pero también pensás que es imposible no salvarse y es ahí que se escucha el Ave María de Carlitos [Páez], cantado bien rápido para que se termine todo, y a Gustavo Zerbino diciendo “Jesucito no me dejes, no me dejes”. Y es cuando el avión frena de golpe, se arrancan todos los asientos, pero para.
Y cuando paró me dije: “Bueno, Roberto, te salvaste, vas a participar en un accidente aéreo, vas a salir y van a estar la policía, los bomberos, todo el mundo”. Más sorpresa, gigantesca, al ver que estás en medio de la Cordillera de los Andes, sentir una indiferencia en ese silencio gigantesco, que nevaba suave como si nada pasara, porque la cordillera es imperturbable. Y ahí ese crisol de sentimientos, de heridos, de muerte, de problemas, en esa situación que parecía la peor pesadilla de la que no podés despertarte.
–¿Hubo varios momentos en los que creyeron que no iban a salir?
–Sí, hubo; lo que pasa es que entre “No puedo más” y “Me voy a morir” y morirse, hay mucho espacio. Y en ese espacio decide el tiempo y recuperar la esperanza. Tomás un respiro y seguís adelante. Por supuesto que muchas veces bajás los brazos y te cansás.
–¿Y cuál fue la fórmula mágica para salir?
–La fórmula es persistir, es decir que “para allá está Chile”, que cada paso es un paso y que hay que seguir caminando. Si te cansás, descansás y arrancás de vuelta, porque estás yendo hacia la solución. Esa es la fórmula de la montaña: caminar hacia allá.
–Hubo que superar el hambre, el hambre en serio.
–Hoy iba en bicicleta y veía una persona comiendo de una volqueta [de basura] y pensaba. “¿Cuánto daría yo en la cordillera por tener esa volqueta?”. Porque el hambre es eso, es cuando no te importa nada, no te importa que esté sucio, que esté así, eso es hambre. ¡Y qué triste que eso pase en el mundo y qué bueno sería cambiarlo!
–Pasó medio siglo y me pregunto si quedan secretos guardados...
–Y bueno, hay cosas que nos pasaron o que compartimos, que están mucho mejor en la intimidad que en lo público. Compartimos la historia desde el mejor ángulo de lo que puede ser positivo para la gente, pero nos pasaron cosas terribles allá.
–Lo que sí contaron desde el inicio fue que para sobrevivir debieron alimentarse del cuerpo de los que no sobrevivieron.
–Entre todos asumimos que debíamos decirlo y explicarlo. Y Pancho Delgado encontró las palabras justas con la referencia a “Jesús en la última cena” cuando “repartió su cuerpo y sangre a sus apóstoles”, y que nosotros hicimos eso, como una comunión íntima de todos nosotros, que fue lo que nos ayudó a subsistir.
–Mucho símbolos y lecciones trajeron de la montaña.
–Es así, tener donde comer, donde dormir, y el resto depende de vos. Y aquello de cumplir las promesas que me hice en la montaña, tener la familia, tener los hijos y trasmitir a mis pacientes lo que aprendí: eso del “paso a paso”. Porque mientras hay vida, hay esperanza.
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