El español Alejandro Cencerrado es analista de datos del Instituto de la Felicidad de Copenhague en Dinamarca. Además de trabajar en medir la percepción de felicidad -e infelicidad- en el mundo, hizo lo propio consigo mismo durante 17 años. El resultado es el libro “En defensa de la infelicidad”.
“Cuando comencé era un chico de Albacete, un pueblo chico de España; estaba en el colegio; era un adolescente con problemas de autoestima; de celos con mi pareja; con padres que discutían. No era feliz aunque tenía casa, televisión, coche. Veía muchos conflictos; me dije a mí mismo que quería ser feliz y empecé a apuntar mi felicidad para intentar averiguar qué me hacía feliz y hacerlo más”, cuenta Cencerrado a LA NACION.
La pregunta que diariamente se hizo es ¿quisieras que un día como hoy se repitiera? Y marcaba una escala del 0 al 10. El promedio le dio 5. No cumplió su principal objetivo que era alcanzar 365 días felices y no lo hizo porque hay tantos días buenos como malos; porque “repetir lo que nos hace felices no basta” y porque “somos felices por contraste”.
Cencerrado duda de la felicidad permanente y de quienes se muestras siempre bien: “Estamos programados para estar insatisfechos. Por muchos exámenes que aprobemos y por muchas veces que nos enamoremos, siempre caemos de nuevo en el error de pensar que en otro lugar o con otra persona estaríamos mejor, que la felicidad definitiva se hallará, esta vez sí, tras ese aumento de sueldo o en una vida nueva en otra ciudad. Pero la felicidad definitiva nunca llega”.
-¿Por qué el título? ¿Por qué “infelicidad” en el título de su libro?
-Porque nos adaptamos a todo y porque es necesario prescindir de las cosas que hacen a la felicidad para disfrutarlas. Por ejemplo, hasta que no nos falta la salud no nos damos cuenta de lo importante que es. La infelicidad es necesaria; el fin de semana más relajante es después de los días más estresantes.
-Decir que “la infelicidad es necesaria” es políticamente incorrecto.
-Es que es como el motor de nuestro cerebro para avanzar. Si estamos tirados en el sofá siempre contentos para qué nos levantaríamos. La disconformidad sirve para avanzar. El estrés, la soledad, el aburrimiento son emociones que nos llevan a movernos. Estar solos e infelices nos lleva a buscar una tribu en la cual refugiarnos; el aburrimiento nos hace buscar vías para progresar. Son emociones que no queremos pero que son buenas para nuestra supervivencia.
-¿En qué dosis?
- Ese es un límite del que yo puedo aportar porque el estudio se centró en mí mismo. Al final, soy de clase media, nunca me ha faltado nada…no soy una muestra del mundo en general. Pero es verdad que el estrés en determinada dosis sirve para evitar la ansiedad o una depresión. Lo que sí digo es que la infelicidad es normal; estamos en una sociedad centrada demasiado en decir que hay que estar bien todo el tiempo y eso es imposible.
-¿No termina siendo una presión?
-Es que al final es un estrés. Te comparas con toda la gente que siempre está bien y al final piensas que al único que le pasa algo es a ti. Mi mayor crítica a los libros de autoayuda es plantear que la felicidad depende de nosotros únicamente y que el contexto no importa. Y no es así. No todo depende de nosotros. No es que si estoy mal en el trabajo el único responsable soy yo, hay condiciones que pueden colaborar.
-¿Decir que nunca le había faltado nada y aun así no era feliz, no es como plantear ‘cómo puede estar deprimido si tiene trabajo, familia’?
-Insistir en por qué si lo tienes todo no eres feliz, suena muy de gurú de las emociones. No se está deprimido solo por haber tomado malas decisiones en la vida. Una psiquiatra que entrevisté para el libro dice que durante muchos años sus pacientes con depresión y ansiedad eran personas sometidas al estrés de la pobreza y que, desde hace menos, cada vez son más las personas que aún con un buen pasar económico viven un exceso de dopamina -la hormona del placer- pero igual son adictos al teléfono móvil, a la excitación continua… Con esa búsqueda continua de placer hemos perdido un poco el contraste.
-En 17 años de anotaciones su promedio fue 5, ¿coincide con la media de las mediciones globales que hacen en el Instituto?
-No. Yo me preguntaba, para medir mi felicidad diaria, si quería que el día se repitiera. En el Instituto preguntamos si se está satisfecho con la vida; en la Argentina da 6,7. La primera se centra en la persona; en la segunda se toman en cuenta aspectos más generales.
-¿Está satisfecho con su vida? ¿Del 1 al 10?
-Ocho. Somos muy conscientes de que las preguntas van por dos caminos bien diferenciados.
-¿Cuánto cambiaron sus anotaciones en estos 17 años?
-Cuando reviso mi diario de la adolescencia veo que se repiten los problemas con mis padres; los de autoestima relacionados con que la chica que me gustaba no me hacía caso; con el temor a no aprobar exámenes. Hoy en día es bastante distinto; tengo una mujer maravillosa; trabajo. También era más intenso en lo bueno y en lo malo, ahora tengo menos altibajos.