“Todo sigue igual”: tras un operativo policial, los manteros volvieron a ocupar las veredas de Once
Algunas zonas se vuelven intransitables para los peatones por la cantidad de mercadería desplegada en el suelo; la higiene urbana y la violencia son dos preocupaciones constantes de los vecinos
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La sensación térmica supera los 30°C. En las calles de la zona de Once, en el barrio de Balvanera, empieza de a poco el ajetreo diario. Por las esquinas asoma gente con changuitos o carros plegables. También los manteros: ciudadanos senegaleses, peruanos, argentinos y bolivianos. A primera vista parecen pocos. Pero basta transitar por Bartolomé Mitre, dar una vuelta por Paso, Perón y Castelli. Ahí todo sigue igual a pesar de que el 4 pasado un operativo policial valló la zona desde la avenida Rivadavia hasta Corrientes y allanó supuestos depósitos de mercadería ilegal. Hoy, como siempre, en vez de caminar, se esquiva personas, mantas, y objetos desplegados en las veredas como en un picnic.
LA NACIÓN consultó al Ministerio de Espacio Público e Higiene Urbana porteño sobre la ocupación de las veredas por parte de los manteros, pero, señalaron, que este tema es injerencia del Ministerio de Seguridad de la ciudad. Voceros de esta cartera indicaron: “Con base en las pruebas obtenidas [durante el allanamiento], y sumado al trabajo que está realizando la Policía de la Ciudad junto a la Fiscalía de la ciudad, se está avanzando con las investigaciones y es probable que pronto haya novedades”. Y agregaron: “Siempre se busca atacar la economía del delito es decir a los que manejan y distribuyen mercadería ilegal, peligrosa para la salud y que viola la ley de marcas”.
Gloria Llopiz Ortiz vive sobre la avenida Pueyrredón al 300, en una de las cuadras donde se puede ver la mayor cantidad de manteros. “No podemos transitar libremente por nuestra veredas –explica–. Ni ir a la casa de amigos, mucho menos invitar a alguien. Hay circuitos imposibles de transitar: queda un espacio mínimo para caminar. Y hay mucha violencia”.
Si el caos diario imposibilita el tránsito peatonal de los vecinos, las dificultades se agravan en casos particulares, como por ejemplo, personas con cochecitos de bebés y, muchos más aún, adultos mayores que deben usar bastones. “Ayer, en uno de los grupos de WhatsApp que tenemos con los vecinos, una señora discapacitada contó que quería tomar el colectivo, pero no podía esperar en la vereda porque estaba cubierta de mantas. Cuando le pidió al chico si la dejaba pararse ahí, porque estaba con el bastón, él la insultó de arriba abajo. Ella llamó al 911, pero nunca vino”, cuenta Llopiz Ortiz.
Los comerciantes están reacios a opinar sobre el asunto. Las respuestas: no estaban el día del allanamiento, la dueña del local no se encuentra ahora, o, el simple “todo tranqui” cuando se les consulta por la interacción entre los comercios y los manteros.
En una tienda sobre Paso al 100, el dueño responde mientras mira de reojo hacia la puerta: “La verdad es que nosotros no podemos hacer nada [con los manteros] por más que nos moleste. El día del allanamiento volvieron enseguida, no pasó nada con eso. Los que más lo sufren son los vecinos. Todo sigue igual que antes, está lleno…”, empieza a contar y se calla, de golpe, con la vista fija en la entrada. “Los comerciantes no dicen nada porque tienen miedo”, sostiene Llopiz Ortiz.
Para los vecinos que conviven con estas situaciones en su día a día, los allanamientos fueron una “puesta en escena”: todavía ven descargar la misma cantidad de mercadería de autos “espectaculares” y camionetas. “El espacio público sigue absolutamente tomado”, asegura Llopiz Ortiz.
Los comercios sobre Bartolomé Mitre están llenos. No parece vacaciones de verano. Una empleada –que evitó dar su nombre– explica que la relación entre los locales y manteros es tranquila: “Llegan, saludan, están ahí”. Pero para la gente que circula por las veredas hay otro problema: la dificultad para caminar entre tanto producto y exhibición comercial. “A veces, como quitan espacio, no dejan pasar. Ahí el problema es que los ‘chorros’ se aprovechan. Es un lío, pero te vas acostumbrando”, opina y explica que ella no estuvo presente el día en que se realizaron los allanamientos.
Trabajar en la calle
Manuela es oriunda de Perú. Tiene 61 años y llegó a la Argentina hace 25. Sus mantas están dispuestas sobre Larrea y Mitre. Como ella no guarda sus productos en ningún local de la zona, no se vio afectada por los allanamientos, en los que se secuestraron unos 400 bultos. Sin embargo, cuenta que sus compañeros senegaleses sí: “Les sacaron toda la mercadería. Ellos tienen familias. El problema no es con los negocios de acá, nosotros les pedimos permiso, y si hay que pagar algo, se paga. Nosotros lo que queremos es trabajar”, se lamenta.
Sobre Castelli, a metros de la intersección con Mitre, hay dos chicas de entre 21 y 24 años que trabajan como manteras. Ellas cuentan que son empleadas y que, cuando allanaron la zona, su jefe perdió mucha mercadería que jamás recuperó. “Hasta los carritos y los asientos se llevaron. A esa señora que es mayor le robaron la silla”, cuenta una de ellas mientras señala a una mujer sentada sobre un bote de pintura vacío.
Al igual que Manuela, la pérdida económica por no tener la mercancía o por perder el espacio de la calle habilitado para vender repercute directamente en sus vidas cotidianas: “Un día sin ‘laburar’ es terrible, encima de que te pagan poco –afirman las chicas–. Acá hay muchas madres, mucha gente que viene de provincia, de González Catán, de Banfield, de Merlo. Este es nuestro trabajo”.
Liliana Cunto Boberg vive en Perón al 2700 y cuenta que salir de su casa se volvió imposible, no solo por el poco espacio libre que queda para caminar, sino por la violencia con la que algunos manteros tratan a la gente. Su historia, de hecho, se volvió viral cuando, por no poder salir y entrar libremente de su casa, le tiró las remeras al mantero que había ocupado el lugar. A raíz de esto, ella y su hijo de 23 años fueron agredidos físicamente. “Vivo encerrada en mi casa porque las personas que me atacaron, en grupo, tipo mafia, volvieron a tomar la puerta del edificio. No dejan espacio para salir. Si tengo que hacer algo afuera toman todavía más espacio. La angustia, el terror que me causa salir a la calle…”, sostiene Boberg.
Las actividades de muchos de los vecinos se centran, sobre todo, en sacar a pasear a los perros antes de las 8, cuando llegan los manteros, o después de las 19, cuando se van. Para las compras usan servicios de delivery “porque es imposible bajar a la calle hasta para tomar un taxi”, agrega Boberg.
Pero, además de los problemas de circulación, la higiene urbana es una molestia constante para quienes viven ahí: “Es tremendo cómo queda la calle al terminar el día, cuando se retiran. Bandejas de comida, bolsas, mugre por todos lados. Son bolsas de plástico que el viento va llevando a las alcantarillas. Los contenedores de basura son baños públicos para los manteros –detalla Llopiz Ortiz–. Pasás por al lado y hay un olor a orina humana espantoso. Ya no viene nadie a limpiar”.
Juana, que vende ropa interior sobre Castelli, cuenta que no perdió mercadería con los allanamientos porque no guardaba nada en los “depósitos”. Ella viaja todos los días desde Mataderos. Dice que las ventas están bastante paradas, que las vacaciones no ayudan. “Con los vecinos, todo bien. Dejamos espacios para que suban a la vereda”, sostiene mientras muestra los lugares a donde las mantas no llegan.
Si bien muchos se fueron de vacaciones, sobre todo los senegaleses, que van a vender a las playas, las sombrillas de colores y los objetos que pululan evidencian que la cantidad de manteros en Once no disminuyó. “Hay personas nuevas que ven el espacio y se ponen ahí. Siempre hay alguno que quiere ocupar el lugar. En esos casos se le cede, pero se lo tienen que devolver cuando vuelva el que se fue. Es gente que viene un rato, nosotros estamos todos los días”, remarca Juana.
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