“Todo el tiempo buscando descuentos”: recortes y estrategias de la clase media para llegar a fin de mes por la crisis
Recorrer negocios para encontrar el menor precio o promociones y otros ajustes, contados en primera persona; especialistas advierten del estrés y el costo social por la inflación
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Es sábado temprano por la mañana; Virginia S. desayuna ligero y sale a la calle con el carrito de compras. Se trata del día de los descuentos con las aplicaciones de sus bancos y lo espera toda la semana. “Ayer me hacían falta huevos, pero me arreglé con lo que tenía porque hoy tengo 40% de descuento en la feria, me llevo un maple y me sale mucho más económico. Lo mismo para la verdura y la fruta, espero los sábados, que es el día que tengo rebajas”, dice la vecina del barrio porteño de Villa Urquiza, madre de dos adolescentes.
Su esposo la secunda y se reparten las compras; él va a la carnicería, que también ofrece promociones para llevar carne y pollo para unos días. “Con mi marido vamos viendo los días de descuentos con cada banco o aplicación para aprovecharlos. Se terminó eso de una compra grande en un solo lugar, ya no nos alcanza, vamos buscando las ofertas”, explica. Y agrega que, en algunos rubros, dejó de comprar primeras marcas: “Por ejemplo, compraba un pan lactal que aumentó un 400%; lo mismo el café, que se fue por las nubes. Me es imposible consumir como antes, si bien busco calidad lo más posible, me fui a marcas más económicas”, detalla.
El relato de Virginia refleja la situación que vive la clase media argentina hoy con el aumento de precios y la caída del salario, que representan un combo difícil de afrontar. En los últimos meses, la aceleración de la inflación hizo estragos en los bolsillos y se complicó sostener los gastos fijos. Es por eso que los consumos se empezaron a revisar con lupa, y actualmente el ajuste y el diseño de estrategias para hacerle frente a la crisis están a la orden del día.
La premisa es ahorrar todo lo posible; sin embargo, en un contexto donde todo está en revisión, parece que el único consenso reside en que el colegio de los chicos no se toca. El cambio de escuela aparece como última opción y los padres recurren a sus ahorros o buscan ingresos extra para mantener a sus hijos en las instituciones que los forman. En todo lo demás, agudizan el ingenio para ajustarse.
Judith Verónica El Ali vive en Villa Mitre con su familia y reconoce que, con la crisis, tuvieron que recortar por todos lados. “La cuota de la facultad de mi hijo y el club y gimnasio de mi hija los mantenemos, pero después revisamos todos los gastos”, dice. En esa línea, cuenta que dio de baja las plataformas de streaming que usaba y también sacó el cable. Y añade que además recortó en la nafta: “Antes le cargaba al auto la mejor de una de las distribuidoras y ahora le cargo la mejor de otra, que es más barata, pero también es buena. Desde hace once años que cargaba la misma, pero con este cambio me ahorro $200 por litro. Igualmente trato de usar el auto lo menos posible y, lo que puedo hacer caminando, lo hago caminando. Me voy con el changuito a hacer las compras, y el auto lo dejo y lo uso para lo que necesito sí o sí. Lo mismo mi marido, que se maneja mucho en la bicicleta”, describe.
En cuanto a alimentos, asegura que se mueve por todos lados y no compra todo en un lugar, sino que busca las ofertas. “Nosotros consumimos mucha verdura y antes encontrabas una verdulería barata y comprabas todo ahí; ahora comprás la lechuga en una, el tomate en otra y la banana en otra, hay mucha diferencia en los precios de un negocio a otro”, aclara. “En carnes, compro poco, para los chicos más que nada, porque está cara”, suma. Afirma que también dejaron de comprar ropa y que mandó a reformar a la modista del barrio prendas que tenía y que, por algún detalle en el largo o porque le quedaba grande, no usaba. “Es ropa nueva o con poco uso, que nos gusta, pero que estaba guardada en el placard. Entonces preferimos no sumar gastos y acondicionar lo que ya tenemos”, sostiene. Otros recortes fueron sobre las compañías de telefonía: “Nos pasamos los cuatro a otra en la que pagamos dos veces menos”.
Investigadores de precios
En el caso de Jimena Veiga, profesora de inglés, la crisis le significó un cambio importante. La docente cuenta que vivía con su hijo de casi dos años en un departamento de dos ambientes que alquilaba en el barrio de Villa Urquiza, pero que no pudo pagar más el alquiler. “Nos tuvimos que mudar a Saavedra a la casa de mi mamá. A su vez, ella se mudó a un departamento que por suerte tiene, que es más chiquito, pero eso implicó que no pudiera contar más con el dinero de su alquiler. Fue muy difícil porque de movida nos quedamos sin nuestro barrio y mi hijo, sin su jardín”, explica.
A pesar de la mudanza, tiene que hacer más recortes para llegar a fin de mes. Por ejemplo, bajó el plan de la obra social y cambió a su hijo de un colegio de jornada completa a uno de jornada extendida; “son tres horas menos, que representan unos $50.000 de ahorro”, advierte. Además, dio de baja el teléfono fijo y remarca que las salidas ya no existen: “Los paseos con mi hijo son a la plaza o a la casa de algún familiar o de un amiguito a jugar”.
Jimena cuenta que vive estos momentos con angustia, incertidumbre y mucho estrés. “Además, la rutina cambió un montón porque uno está todo el tiempo buscando descuentos, aunque eso implique estar todo el sábado haciendo compras. Otra cosa que hago para ahorrar es bajarme al celular aplicaciones que dan descuentos o tomarme un colectivo y comprar en otro barrio que tiene mejores precios”, señala. “Por ejemplo, me voy a la carnicería que está cerca de mi trabajo que sé que tiene precios más accesibles. Pero buscar precios es una pérdida infinita de tiempo porque uno tiene que recorrer distintos lugares para saber cuánto sale un mismo producto en un lado o en otro y, a veces, la diferencia de precios es realmente disparatada”, lamenta.
Frente al difícil panorama, el analista económico Damián Di Pace sostiene que esta crisis implica un gran costo para la sociedad. El director de la consultora Focus Market advierte que este no se paga solamente con el estrés de no llegar a fin de mes, sino que, además, en el momento en que la persona debería descansar o tener un tiempo de ocio tiene que salir a buscar precios para optimizar el gasto hogareño. “El estrés y el costo social de la inflación son enormes. La Argentina tiene la inflación más alta del mundo, es terrible, es dramático, de doscientos países del mundo somos el primero”, indica.
Respecto de los recortes, confirma que, en principio, la clase media intenta mantener la educación de los chicos. “Hubo una buena renovación de matrícula a pesar de los aumentos, porque es un problema grande para un chico que lo cambien de colegio”, dice. Por otro lado, ante los incrementos en las prepagas, uno de los recursos de la clase media es el pase a un plan más económico. “También los servicios de internet, cable, telefonía y streaming están recontra recortados”, enumera. Y reconoce que el ajuste contempla a todos los miembros de la familia, “esto es, menos salidas de ocio y entretenimiento, como el cine o teatro, además de la gastronomía, que está cayendo fuertemente producto de esto y hoy es uno de los sectores más afectados”, afirma.
Di Pace explica que, actualmente, las compras están superajustadas, tanto que las familias buscan las promociones de 2x1 o 3x2 que empezaron a aparecer en los supermercados durante febrero, por la caída del consumo en diciembre y enero. “Pero además tenés una distorsión de precios absoluta, el mismo producto puede valer un 30% más de un local a otro. No hay ningún punto de venta que te consolide una eficiencia al momento de la optimización del gasto hogareño. Entonces, lo importante es ir a la tienda de descuento, a la verdulería, a la carnicería, al chino, al mayorista, a la gran cadena y tratar de encontrar en cada lugar el mejor precio. Si vos hacés una compra de 35 a 50 productos te podés ahorrar entre un 35% y un 40%”, informa, y enfatiza que hay que comportarse como un investigador porque la diferencia es grande.
En todos los rubros
La caída del consumo genera, a su vez, la pérdida de trabajo para muchas personas. Analía Rocha, de San Martín, en la provincia de Buenos Aires, recuerda que se quedó sin trabajo el año pasado producto de esta baja generalizada. Vive con su marido y dos hijos, uno en edad escolar; cuenta que cocinaba viandas para una nutricionista, pero que con la crisis y los constantes aumentos la gente dejó de pedirlas. “No deja de ser un lujo una vianda, entonces el emprendimiento se cayó y me quedé sin trabajo. Esa entrada que desapareció y la inflación nos afectaron bastante. Por suerte, mi marido tiene trabajo”, expresa.
Los recortes llegaron a su casa de múltiples maneras: “Por empezar, este año no pudimos irnos de vacaciones”. Asimismo, cambió la empresa de cable a una más económica y recortó el abono de los celulares. “El único que pagamos es el de mi marido, porque él es el que está doce horas en la calle y nosotros tenemos el wifi en casa, de manera que nos arreglamos con eso. Si necesitamos, le cargamos a nuestros teléfonos lo que se pueda”, asevera.
A esto se sumó la baja de la plataforma de streaming que pagaban. Mientras que, en alimentos, elige los combos con variedad de carnes que ofrecen las carnicerías del barrio, los fracciona y organiza así las comidas para varios días. “En la verdulería, trato de comprar lo que está en oferta”, menciona. “Las cosas de limpieza dejamos de comprarlas en el supermercado, ahora vamos a un lugar que venden suelto. Me llevo lavandina, papel higiénico, jabón líquido y detergente; dejé de usar suavizante para la ropa. Uno fue recortando cosas que no son tan necesarias porque hay que rebuscárselas como se puede para llegar a fin de mes”, finaliza.
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