El 90% de los centros de estudiantes porteños están presididos por mujeres; incomodidad y críticas por las tomas y el cambio en las relaciones entre compañeros
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Son las 12.15 de un jueves post pernocte y en las icónicas escalinatas de ingreso al Colegio Nacional de Buenos Aires (CNBA) hay chicas sentadas con bolsas de dormir y mochilas de las que cuelgan pañuelos verdes, naranjas y violetas. Fiona Leotta, la vicepresidenta del centro de estudiantes, da entrevistas a los medios. Reemplaza a la presidenta, Victoria Liascovich. El murmullo, las risas y los cánticos que se escuchan en la puerta del colegio provienen, en su mayoría, de mujeres.
La escena se repitió más o menos parecida en los 21 colegios porteños que durante diferentes momentos de la semana pasada estuvieron tomados y guarda un elemento en común: la preponderancia de chicas en los lugares de liderazgo estudiantil. Los datos que la Coordinadora de Estudiantes de Base (CEB) de la ciudad de Buenos Aires compartió con LA NACION confirman la tendencia: casi el 90% de los centros de estudiantes porteños están presididos por mujeres.
Es un hecho: las mujeres tomaron el poder de los centros de estudiantes. Hoy la mayoría de ellos está presidido por mujeres adolescentes que dicen encontrar una referente en Ofelia Fernández, actual legisladora porteña del Frente de Todos y exdirigente estudiantil. Fernández es una activa opositora a la gestión porteña de Horacio Rodríguez Larreta y su ministra de Educación, Soledad Acuña, y está alineada con el dirigente piquetero Juan Grabois y los sectores más beligerantes del kirchnerismo. Durante las tomas estuvo muy activa en Twitter y difundió antecedentes históricos que luego resultaron falsos.
Este empoderamiento de las mujeres, que cobró visibilidad durante las jornadas de tomas, no impide las críticas desde distintos sectores, que desconfían de los reclamos esgrimidos -cantidad y calidad de las viandas, cuestiones edilicias y supuestas persecuciones políticas a centros de estudiantes- y le achacan a los dirigentes estudiantiles el no haberse movilizado por la falta de presencialidad durante la pandemia. Otras críticos, incluso desde la voz de algunas mujeres, creen que por momentos la “rosca política” empaña la lucha feminista de base. En ese sentido, señalan que se han realizado falsas denuncias con motivos exclusivamente electorales. Además, entre un grupo de varones existe una sensación de hartazgo frente al discurso de género, que genera roces entre los alumnos del nivel secundario.
Los inicios
El actual conflicto comenzó el 23 de septiembre, cuando el centro de estudiantes de la Escuela Mariano Acosta tomó el colegio por una serie de reclamos que ellos consideraron desatendidos por parte del ministerio de educación porteño. En los días siguientes, más de diez colegios de la ciudad se plegaron al mismo tiempo al reclamo del Acosta y llevaron adelante distintas medidas de fuerza, que incluyeron la toma, el pernocte y las asambleas permanentes.
El “Lengüitas”, la Escuela Normal Superior en Lenguas Vivas Sofía Esther Broquen de Spangenberg, por ejemplo, fue uno de los primeros en sumarse a la medida de fuerza. En este colegio la presidenta del centro de estudiantes es Valentina Bonelli, una adolescente de 16 años para quien no es casualidad que hoy la mayoría de los cargos importantes en los centros de estudiantes estén ocupados por mujeres.
“En los últimos años conseguimos un montón de cosas gracias al movimiento feminista. La voz de las mujeres fue apagada e ignorada durante mucho tiempo, pero en los últimos años empezamos a decir ‘yo me voy a plantar acá y voy a participar’”, dijo la joven, que llegó a la presidencia tras crear su propio espacio político, llamado La Güemes.
Valentina tenía 13 años cuando escuchó por primera vez el nombre de Ofelia Fernández, a quien considera su principal referente político. Recién en ese momento se enteró de lo que era un centro de estudiantes y eso fue lo que la llevó a comenzar su militancia por la lucha feminista. “Como estudiante del secundario muchas cosas se las debemos a Ofelia y a sus compañeras, que eran como nosotras, pero en una época en la que estaban mucho más ninguneadas e ignoradas”, afirmó.
En la tradicional Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini la presidenta del centro de estudiantes también es una mujer. Su nombre es Micaela Güera de Souza, tiene 17 años y piensa que el 2018 fue un momento de quiebre.
“Hasta 2018 los varones ocupaban todos los espacios de poder. En ese momento la única presidenta era Ofelia, pero a partir de entonces se demostró que las pibas también merecían ese espacio, que tocaba apropiarnos de esa lucha. Lo que hoy sucede es el resultado de un proceso que en 2018 se dio de forma más radical y hoy es más paulatino”, dijo.
Al hablar con las chicas, la referencia a 2018 es inevitable. Ese año se debatió por primera vez la legalización del aborto en la Argentina y aunque el proyecto fue rechazado en el el Senado, la movilización social que convocó la causa fue histórica. Así, las chicas con pañuelos verdes y glitter no solo se transformaron en el símbolo feminista indiscutido, sino también en las nuevas protagonistas de la política argentina.
“La tendencia a que los centros de estudiantes sean presididos por mujeres arrancó en 2018 con toda la movida de la ley del aborto y la ola feminista. Antes de eso casi no había mujeres participando en las asambleas”, dijo Francisca Barros, alumna de quinto año del CNBA.
Rafael Blanco, doctor en ciencias sociales e investigador del Consejo Nacional de Investigaciones (CONICET) sobre temas de juventud y militancia, explicó que ya desde comienzos de la década anterior se registraba una mayor participación de las mujeres en los espacios de conducción estudiantil.
“Los debates en torno a las violencias de género, intensificados desde 2015 con el Ni una Menos, y los posteriores en torno a la legalización del aborto, estuvieron presentes en los espacios escolares, tanto públicos como privados e incluso religiosos”, dijo.
Según el especialista, todo ello repercutió en la cotidianidad escolar en al menos tres cuestiones: la necesidad de consentimiento en las relaciones afectivas, la reactualización de la demanda por Educación Sexual Integral (ESI) y la modificación de los códigos de vestimenta.
Como consecuencia de este contexto, se modificaron no sólo las agendas de los centros de estudiantes, sino su organización misma. “Hoy es común que los centros tengan su comisión de ‘géneros y disidencias’, por ejemplo”, agregó.
Paola Galgani, madre de una alumna de cuarto año del Lengüitas, resumió lo que observa de la siguiente manera: “Hoy todas quieren ser Ofelia Fernández. Piensan que este es su momento para hacer carrera política”.
El nuevo rol de los varones
Esta reconfiguración de los roles y las nuevas reglas de juego en el vínculo entre varones y mujeres trajo consigo el desconcierto e incomodidad por parte de algunos varones, que en ocasiones no saben dónde pararse, ni cómo actuar.
Renata, una alumna de tercer año del CNBA que prefirió preservar su apellido, recordó —si bien ella aún no formaba parte del colegio en ese momento— que en 2018 hubo una ola de escraches notoria por la frecuencia, la cantidad y el nivel de aislamiento social que recibieron los chicos involucrados.
“Todos los pibes que conozco que cursaban en 2018 fueron escrachados en algún punto. Algunos con cosas que eran mentira y otros con cosas que reconocen como ciertas, pero que no creen que eran merecedores del rechazo social recibido”, dijo.
Según contó, ninguno de ellos pudo recomponer su espacio social y quedaron muy aislados. Y además, existieron señalamientos con fines políticos, para correrlos de los cargos. “Eso es lo frustrante de la lucha feminista en los colegios, que muchas veces gana la rosca política por sobre los derechos de las mujeres”, dijo.
Galgani también contó que en una reunión en la que se abordaron cuestiones de género en el colegio, algunos varones se animaron a plantear que muchas veces no pueden decir lo que piensan por miedo a ser acusados de “machirulos”.
“Los chicos decían que se sentían anulados”, dijo.
Pedro Núñez, investigador del CONICET y especialista en cuestiones de juventud y participación, explicó que siempre que las mujeres logran un lugar de mayor poder o visibilidad se producen alteraciones y reposicionamientos con otros grupos.
“En la práctica lo que se observa es que se producen roces con actores que tienen miradas más tradicionales, en general con los profesores o las autoridades del colegio, más que con compañeros. Hay varones más interpelados y otros más reactivos frente al discurso de género”, señaló.
Los más “reactivos”, dijo, son quienes por ejemplo pueden decir “¿Otra vez clase de ESI?”, “¿otra vez hablar sobre sobre una violación?” o manifestar una sensación de hartazgo frente a ciertos temas que no los interpelan porque no los padecen.
“Salvo aquellos que pertenecen a sectores vulnerables, los varones tienen sus derechos bastante garantizados, por lo que el reclamo por los derechos individuales interpela más a las mujeres”, señaló.
“La climatología en los colegios hoy la manejan las chicas. Ellas son las que dirigen todo en las escuelas”, dijo Félix —su nombre fue cambiado a pedido del entrevistado—, padre de un alumno del Instituto de Enseñanza Superior en Lenguas Vivas “Juan Ramón Fernández”, donde no tomaron la escuela, pero si pernoctaron. En este establecimiento, la presidenta del centro también es una mujer.
Félix dijo que también conoce de cerca los cambios sucedidos en el CNBA. Por ejemplo, cómo la escalera donde tradicionalmente se juntaban los varones hoy está “copada por las pibas” y cómo en 2018 el colegio estaba lleno de denuncias porque había cambiado la manera de relacionarse entre varones y mujeres.
De acuerdo a Núñez, el punto que subyace detrás de esta tendencia es un gran cambio cultural: los roles de género se han modificado y con ello también cambiaron los modos de estar con el otro. Las nuevas generaciones construyen sus vínculos de una forma diferente a la de las generaciones anteriores.
“Hoy los chicos y chicas tienen vínculos más horizontales, donde se busca más el respeto y la reciprocidad, pero al mismo tiempo tienen dificultades para respetar la libertad ajena. Es un momento de mucha ambigüedad. Se observa una tendencia hacia una mayor demanda de derechos y, al mismo tiempo, una dificultad para convivir con otros”, dijo.
En cuanto a los escraches como los que ocurrieron en el Buenos Aires, el especialista consideró que faltó un proceso de reflexión por parte del mundo adulto sobre cómo acompañar y resolver las situaciones sin entrar en agresiones.
“Se necesita discutir sobre cómo trabajar la ESI sin que implique un señalamiento de que cualquier pensamiento masculino es negativo, o erróneo, para poder generar un espacio de confianza en el que repensar sus prácticas”, aseguró.
Por su parte, Gabriela Di Felice, madre de un alumne —ese fue el término utilizado por la entrevistada— del colegio Mariano Moreno, tomado durante cinco días, reconoció que en 2018 los varones estaban desconcertados y no entendían el por qué de las nuevas reglas de convivencia, pero consideró que hoy ya no hay tanta disputa, ni tantos escraches, como en ese momento porque los chicos hoy tienen otra mirada con respecto a la masculinidad.
“Como madre veo que hoy los adolescentes tienen una visión más deconstruida y no creen que la masculinidad sea una cuestión de poder. Cuesta y siguen habiendo escraches, pero en una medida mucho menor porque el nivel de desconstrucción de los jóvenes es mayor y más rápido que el de los adultos”, señaló.
Aulas cerradas
La toma de los colegios también genera críticas por su resultado en pérdida de días de clase, un asunto que fue muy criticado luego de la pandemia y sus restricciones en la presencialidad escolar.
En el CBNA, por ejemplo, que es uno de los colegios más prestigiosos del país y que al igual que el Pellegrini depende de la Universidad de Buenos Aires (UBA), el acto de fin de ciclo realizado el 9 de diciembre de 2020 fue la única instancia de presencialidad que tuvieron los alumnos. La misma situación vivieron muchos otros colegios de la ciudad y del país. De acuerdo a Núñez, ese contexto impactó en los chicos y generó cierto descreimiento y desenganche con la vida política de la escuela.
“Son generaciones que están atravesando mucha incertidumbre. Pasaron dos años de pandemia en los que los chicos vieron cómo la confianza en las instituciones se fue debilitando y atravesaron situaciones en las que la escuela secundaria no siempre los contuvo. Entonces hay un desenganche intergeneracional y menos temas que los interpelan”, explicó.
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