Tocó con Jaime Torres y Mercedes Sosa y recorre América en busca de las “joyas” perdidas: la historia de Pablo Iglesias
Recorre América Latina en busca de instrumentos originales con valor etnológico; en diálogo con LA NACION, habla de su amor por la música y de su misión para que no caiga en el olvido
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“No se ama lo que no se conoce”, asegura Pablo Iglesias mientras acaricia con sus manos un violín realizado con lata y cuerdas de cerdas de caballo por la comunidad Qom en el Chaco, que suena como el más sofisticado que pudo haber llegado desde Europa: “Fui profesor de música inicial primario y noté la necesidad de difundir lo nuestro. Tengo una colección de instrumentos originales con valor etnológico que consigo recorriendo Latinoamérica y por supuesto nuestro país. Mi especialidad son los aerófonos andinos, la quena. Recuerdo que cuando era niño pude fabricarla, vivía a media cuadra de una fábrica de muebles de caña. Entonces me animé, fui y pedí una y pude hacerla. Me salió increíble. Desde ese día siempre estoy en la búsqueda y pude armar una colección”, detalla entre sonrisas.
Pablo Iglesias siempre se desempeñó como docente de música en todos los niveles educativos. Fue becario del Fondo Nacional de las Artes para realizar estudios de perfeccionamiento en quena nada menos que con el maestro sueco Lars Nilsson. No es todo. También supo integrar el grupo mendocino Markama, ícono del folklore. Y en el año 2000 se unió nada menos que al de Jaime Torres, y a su lado recorrió el país participando de conciertos y de la grabación del disco El del charango. Además lo acompañó en las giras internacionales por México, España, Italia, Inglaterra y Francia.
En enero de 2007, fue invitado por la Universidad de las Islas Baleares (España), para dictar un seminario sobre los instrumentos musicales de Argentina con el auspicio de nuestra Cancillería, y brindó interpretaciones en Madrid, Palma de Mallorca, Ibiza, Manacor, Puerto Pollenza, entre otras ciudades.
Cuando fue parte importante del grupo Huancara, tuvo el honor de compartir escenario con Mercedes Sosa en uno de sus últimos shows. Ante la pregunta de cómo surgió esa devoción por los instrumentos musicales, Pablo responde: “Desde niño la profe de música nos hacía bailar y cantar. Recuerdo que entonces gané una beca para comenzar a estudiar quena con Lars Nilsson, quenista de Markama. Por eso cuando necesitaron uno me convocaron. Fue un gran honor, un privilegio, un regalo hermoso, ya que de niño bailaba y cantaba su música en la escuela. Yo digo que allí nace mi pasión por los instrumentos musicales precolombinos y criollos, por la música andina... Me gusta meterme a ver qué consigo nuevo. Estoy estudiando Etnomusicología para poder clasificar los materiales sonoros. Tengo instrumentos de Latinoamérica, pero también recopilé de todas partes del mundo”, explica.
Uno de sus principales objetivos fue difundir nuestra música: “Me lo propuse porque creo que hay un olvido, producto de muchos años de desvalorización cultural de lo nuestro. Por eso empecé un trabajo de hormiga en las escuelas o donde sea, para acercarles los instrumentos a los niños para que los vean, los reconozcan y los escuchen. Por eso mi frase guía es: ‘No se ama lo que no se conoce’”.
Pablo describe cómo realiza cada presentación que se adapta a todas las edades y niveles educativos, desde jardines maternales hasta nivel terciario y espacios públicos como centros culturales, recreativos, museos, hogares de niños, cárceles, asociaciones vecinales, bibliotecas... Donde lo convocan dice presente. “Cuando empiezo el concierto recalco que aunque tenemos raíces afuera, nuestros pies están en este continente, por eso es importante valorar nuestras raíces americanas”.
Enseguida toma uno sus tantos instrumentos y habla de sus orígenes: “Este es un violín qom, hecho de lata, también se hacían con calabazas. Es un instrumento monocorde, imitación de los que vinieron de Europa. Las cuerdas están hechas con las cerdas de la cola del caballo. Todo realizado por escultores de las comunidades qom del Chaco. Me los regalan amigos que me los traen, siempre agradezco a toda la gente que me ayuda”.
Ahora habla de las ocarinas, pequeños instrumentos de viento: “Me quedó grabado lo que me dijo una vez un artesano respecto a todas estas creaciones, y fue que están hechas con los cuatro elementos de la naturaleza: con tierra y agua, que forman la arcilla, el barro; el fuego, necesario para cocinar la pieza, y finalmente el aire que le da vida al instrumento. Son piezas maravillosas, el sonido es hermoso”.
Durante los dos años en los que viajó junto a Jaime Torres, Iglesias no paró de ampliar su colección: “Jaime es sinónimo de charango, un hombre noble como los instrumentos. Durante las giras pude lograr más como el cultrún, bombos, sikus, acordeones, timbales. La caracola o pututu en quechua, produce una vibración en todo el cuerpo cuando uno la toca. En cada uno de ellos hay una espiritualidad que acompaña. Además de tocarlos los describo. El objetivo es pedagógico, educativo, lo que me propuse, es que sirva para que los profes de música pueden darle continuidad. La respuesta es hermosa, a los chicos les encanta, quieren saber más. Para mí significa ejercer la docencia de otra manera. Dejé las aulas para brindar estos conciertos didácticos”.
A toda esta iniciativa Pablo la bautizó Nuestros Instrumentos: “Tiene un objetivo tan simple como emocionante. Difundir lo nuestro y revalorizarlo, debido a que provienen de nuestra naturaleza y su entorno. Yo digo que lo que van a escuchar en cada concierto es a la madre tierra hablando y cantando a través de ellos. Un viaje sonoro por las raíces culturales”.
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