Cómo se vive el show de la “sanadora” Leda desde adentro: gritos, desmayos y oraciones
Luego de un año plagado de polémicas, Bergonzi se presentó en el Teatro Broadway; desmayos, gritos y llantos rodean a la mujer, que es vista como un intermediario entre Dios y sus fieles pero enfrenta denuncias de la Iglesia y sus excolaboradores
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Arranca la noche el sábado 21 de diciembre de 2024 y la calle Corrientes, en el corazón del microcentro porteño, estalla de gente. A metros del Obelisco, en el Teatro Broadway, hay un show poco convencional: no hay obras de actores de la tele ni bandas famosas dando un recital. La sala está a oscuras. El único lugar iluminado es el escenario. De pronto, una mujer que ocupa una butaca en la primera fila, se desvanece. Dos personas la trasladan un poco más lejos por el pasillo derecho y la dejan ahí, sobre el suelo. Nadie llama a la ambulancia. Tampoco a un médico. El público está en silencio. Es difícil distinguir si estos espectadores están en shock o se esperaban que algo así pudiera suceder. La mujer que yace en el piso empieza a convulsionar. O al menos eso parece a simple vista, porque su cuerpo se mueve sin rumbo, como si tuviera un ataque. Ahora sí la gente se concentra en masa alrededor de ella pero los asistentes piden a todos que hagan lugar.
En medio del caos y la confusión aparece Leda Bergonzi con un vestido ceñido al cuerpo, y un tajo con encaje que va desde la cadera hasta el comienzo del muslo. Lleva su pelo negro atado y un fuerte delineado oscuro. La “sanadora”, en conflicto con el Arzobispado de Rosario después de un largo camino juntos y con varias denuncias por estafa de excolaboradores, posiciona sus manos sobre la cabeza de la mujer y, de a poco, los temblores de la convaleciente desaparecen. Se escuchan aplausos a lo largo de la sala. La mujer sigue en el suelo, rodeada de personas que no la tocan, pero que sí muestran sus manos hacia adelante mientras sostienen un rosario, dándole su bendición.
Algunos gritan “Amén”, “Jesús vive” o “Viva Leda”. Leda se levanta y se aleja al otro polo de la sala, donde una multitud la espera con los brazos abiertos. Algunos, con niños en sus brazos, los extienden para que ella los toque. Otros se acercan con sus familiares enfermos y los colocan frente a ella. Buscan una cura, protección, esperanza. Leda, con el semblante serio, se sigue alejando rápido de aquella mujer salvada, y con ella se va el foco de luz que la alumbra. Las miradas ahora se posan sobre la protagonista de este espectáculo. Unos pocos siguen en la búsqueda de alguna señal de vida de aquella mujer que se desvaneció al lado del escenario, en medio de la oscuridad, que convulsionó y ahora parece estar recuperada tras el ritual.
El show, que incluye temas musicales de su autoría, oraciones y actos milagrosos, no es el primero de ella ni será el último, promete. Para verla, algunos pagaron más de $30.000. Estar en las primeras filas es lo más requerido, porque solo así, el público puede estar cerca de la persona a la que van a ver en busca de algo. Sin embargo, el Teatro no está repleto.
Leda Bergonzi reveló sus “dones” en 2014 y recibió los carismas de la liberación y sanación por parte de la Iglesia Católica. Con solo posicionar sus manos sobre el cuerpo de un ser en necesidad hace maravillas, o eso dice. “Lo que yo hago no es imposición de manos, porque yo toco cualquier parte del cuerpo que esté herida”, aclaró, en diálogo con LA NACION. Desde entonces, inició una carrera espiritual sin descanso. Lo que comenzó en pequeñas parroquias de Rosario, en Santa Fe, de repente se convirtió en un fenómeno sin control. Multitudes se acercaban a verla y la fama escaló rápidamente.
De las parroquias pasó a la Catedral de Nuestra Señora Rosario, donde cientos esperaban para verla y sentir, aunque sea, el roce de sus dedos. Fieles hacían filas eternas y venían desde lejos en viajes que se asimilaban a una peregrinación. Leda era adorada y cada vez más se sumaban a su grupo de oración, Soplo de Dios Viviente.
Muchos la retrataban como una chica simple. Leda se presentó en la Catedral, pero también lo hizo luego en la Capilla del Colegio del Sagrado Corazón, una de mucho menor capacidad, porque buscaba realizar ceremonias más íntimas. Llegaba vestida con una remera blanca y un jean acompañados por unas zapatillas Converse viejas. Casi sin maquillaje. Quienes la admiraban buscaban desesperadamente su atención, y la obtuvo, inclusive, de figuras que la llevaron a los puntos más altos de su fama, como la madre de Lionel Messi. También la conductora Mirtha Legrand la invitó a su mesa luego de que su caso “no la dejara dormir en toda la noche”. Esa atención también la expuso a denuncias por estafa de parte de su exproductor; la diputada Amalia Granata reclamó que recibió un subsidio de la administración provincial y su vínculo con el Arzobispado de Rosario, donde comenzó todo, se cortó.
Ahora, Leda no puede realizar la imposición de manos en donde todo empezó y se dedica casi enteramente a viajar a otras provincias con sus dones de sanación, allí donde los fieles la buscan desesperadamente.
Ese aire de necesidad se respira también el anteúltimo sábado de diciembre en la avenida Corrientes. Es la primera noche de verano y una decena de personas hacen fila para ingresar al Teatro Broadway. En la entrada, brilla gigante el cartel del concierto.
Leda, sonriente, flota en medio de un cielo celeste con nubes. En la entrada, hay un puestito donde venden rosarios brillosos de distintos colores junto con una remera que dice: “Señor, enseñas a ver, quiero ser un eco de tu oración; al padre enseñas el cielo, porque quiero ore, revela la voluntad para traer el cielo a la tierra! ¡Amén!”. Abajo, se distingue una firma, en letra grande y mayúscula: LEDA.
En la sala, una acomodadora intenta sentar a las familias que llegan de a muchos. Muchos hijos, muchos padres, muchos abuelos. Se despliegan en las primeras filas entre gritos y pisoteos de niños corriendo. En las butacas, adultos mayores se aferran a sus bastones con fuerza y reproducen en sus celulares, una y otra vez a alto volumen, un tema de Leda. “El hombre podría matar mi cuerpo, más nunca mi alma”.
En los palcos de arriba solo se vislumbran unas cinco personas. Entre las familias, se escucha el sonido de muletas apoyándose contra el piso y de sillas de ruedas deslizándose cerca del escenario. En los costados, se distinguen mujeres con pañuelos coloridos envolviendo sus cabezas. A alguna se la escucha hablar por lo bajo de su última quimioterapia.
“Cuando seas grande podés ser una cantante como ella”, le dice una abuela a su nieta. La niña, de cabello enrulado y ojos marrones saltones, la mira con descreimiento. No parece interesada en el concierto ni en la familia que la rodea y que habla entusiasmada de cómo le pedirán a Leda que toque al abuelo de la familia. Un hombre de remera blanca, que observaba la sala como si estuviera bajo su control, se había acercado previamente a la madre y autoridad de la familia y le había consultado: “¿Ustedes quieren hablar con Leda?”. La emoción que se desplegó recordaba a aquellos recitales en donde algún ídolo del pop adolescente buscaba subir a alguna chica al escenario.
Su “plan B”: la carrera musical
La carrera musical de Leda comenzó hace unos meses, cuando su relación con la Iglesia entró en picada. La fama la había llevado muy lejos y le había convocado una cantidad de fieles que el Arzobispado de Rosario no podía contener. Según pudo reconstruir este medio, para el Arzobispado, Leda no había tenido cuidado con el foco de su obra, donde se había centrado más en ella que en Dios. Tampoco había tenido claridad en las cuentas financieras, que debía rendir a la Iglesia. Estos motivos habrían llevado al quiebre. Pero, para Leda, las razones son otras. “Creo que quisieron cortar este fanatismo. Lo vieron como un fanatismo religioso y querían que la gente vuelva a su iglesia. Pero no podemos evadir que acá Dios está obrando con milagros, prodigios y señales. El haber resurgido con la música fue un plan B”, sostuvo en una entrevista después del show con LA NACION.
Desde entonces, el Arzobispado sacó un comunicado donde le prohibió realizar imposición de manos en Rosario, una tarea que reservan exclusivamente para los apóstoles. “Igual hay cada sacerdote que la hace…”, comenta Nancy, secretaria de Leda, al salir de la función del sábado.
En el Teatro Broadway, la esperan más para su imposición de manos que para verla cantar. Y la impaciencia es grande. Algunos comienzan a susurrar que el lugar “no se llenaba ni en pedo” o que los palcos estaban “completamente vacíos”. Otros aplauden para incentivar el inicio del show. Media hora tarde, una banda ingresa al escenario y se posiciona con sus instrumentos. Tres coristas, vestidos en blanco y rojo, también. Desde detrás de escena, sale una mujer de jean y remera, con un gorro de Navidad. Nancy, que previamente había vendido rosarios y remeras en la entrada, encabeza las palabras que darían inicio a una noche de ritual sagrado.
“Leda no se toma vacaciones, no descansa jamás”, masculla, y anuncia: “Por eso durante febrero, todos los miércoles, va a estar en el Teatro Multiescena acá en la calle Corrientes”. Se escuchan los gritos de la gente y, tras ello, Nancy ruega a los espectadores que aplaudan. “Leda no va a salir a menos que hagan un gran recibimiento”, repite. Tras dos rondas de aplausos y gritos, Leda llega al escenario.
Sale sonriente. “Aleluya, aleluya”, canta, mientras extiende su mano hacia el público. Algunos se paran en el lugar y elevan sus brazos hacia ella. Otros, en la desesperación, comienzan a correr debajo del escenario, con fotos de familiares. Una pareja se acerca con su niño pequeño y lo alza en brazos, para que ella lo vea. A los costados del escenario, entre las sombras, hay tres hombres con rosarios enroscados en sus manos que miran el acto con precaución. Uno de ellos es Federico Cheme, pareja y productor de Leda. Los otros dos, integrantes de la comunidad que ayudan a Leda en la contención de las personas que buscan su sanación en estas jornadas.
De un momento a otro, el escenario inusual pero calmo se convierte. Leda toca por primera vez a un miembro del público y entonces, el resto de los espectadores toma eso como una invitación. Decenas de personas se abalanzan por encima de las butacas, se empujan, para estar lo más cerca posible de Leda. La tocan, la abrazan y lloran mientras la miran. Cheme parece su sombra: el productor se para detrás de ella y controla cada paso que da, cada toque que recibe. Los que están lejos no se decepcionan. La observan hacer su ritual pacientemente, y los ojos de los fieles parecen iluminar una sola certeza: que el solo hecho de compartir aquella sala con ella ya parece bendecirlos.
Las acusaciones contra ella
Pero Leda se tiñe de negro al repasar los últimos meses de su carrera espiritual. El temor alrededor de ella pareció ponerla más cerca del Diablo que de Dios: aquellos que cortaron vínculo con ella no quieren ni mencionar su nombre y, cuando lo hacen, observan los alrededores y se dan vuelta paranoicos, como si fuera a manifestarse de la nada misma. Su exproductor, Alberto Castillejo, y que fue el nexo que la unió con Cheme, la denunció por estafa: aseguró en diversas declaraciones radiales que le pagaba dos millones de pesos en efectivo por show y que, junto con Cheme y Nancy, organizaron conciertos a sus espaldas. A esto se sumó una acusación de la diputada provincial Amalia Granata, que la señaló por haber recibido dinero de la administración provincial para los shows, y otra de la ONG anti sectas Libre Mentes por presunta captación de personas vulnerables a través de sus “supuestos” poderes de sanación.
Tal como consignó LA NACION en su momento, también surgieron versiones de irregularidades financieras de parte de Leda. Aunque había dicho a este medio inicialmente que no recibía dinero por su accionar, más tarde sostuvo que todo lo recibido se dedicaba enteramente a la organización y el costo de los eventos. Un conjunto de planillas a las que accedió este medio mostraban que Leda reportaba sus ganancias y costos al Arzobispado. Los estimados daban un total de $2 millones por mes que, según las planillas, se repartían entre Soplo de Dios Viviente, una ofrenda para un padre, costos del lugar y otras “observaciones”. Según Leda, dichas planillas son verdaderas, pero no los números que aparecen en ellas: “Se dicen un montón de cosas, pero para hablar hay que tener hechos concretos”.
Lo mismo planteó sobre su reciente polémica, que se generó alrededor de una jornada de evangelización que brindó en Neuquén, invitada por la ahora investigada y destituida exvicegobernadora Gloria Ruiz. La Legislatura provincial, cuando todavía se encontraba bajo su presidencia, realizó un gasto de más de $32 millones en la contratación de la sanadora para la “fiesta de la fe”. “Hay que diferenciar la música de donde hay santa eucaristía. Eso último tiene que ver con la iglesia, que es donde nos invitan. Nosotros no manejamos nada. Llegamos, servimos, no cobramos nada y no nos pagan nada. Simplemente es ir, comer, dormir y te vas”, detalló.
Algo similar dijo Leda sobre cada jornada que brindó en su pasado con la Iglesia de Rosario. Aun así, personas que trabajaron cerca de ella detallaron a este medio que ella recibía dinero a través de colectas y donaciones, benefactores recurrentes que aportaban grandes montos en millones de pesos en efectivo, y por la venta de productos a través de un buffet que arma en cada una de las ceremonias.
En el medio de esto, Leda había intentado crear la fundación de Soplo de Dios Viviente, justamente para brindar transparencia. Aun así, el trámite nunca se finalizó, según figura en la Inspección General de Personas Jurídicas de Santa Fe. “Fue ese año que el Obispo me dijo que me apresure a crear la fundación, pero yo estaba todo el día corriendo. La gente siempre me quería donar cosas… ¿qué no me ofrecieron? Pero yo no agarré nada”, relató y aseguró que no crearon la fundación porque no era el momento. “Le dije a la contadora que tenía un mal presentimiento. Y fue cuando vino todo este desastre”, sostuvo, y agregó: “Cuando yo active la fundación, va a estar todo ordenado. Esto va a ser muy transparente”.
El “milagro” en sus manos
Pero las acusaciones desaparecen dentro del Teatro Broadway. Sus fieles se colocan ahora bajo el escenario, con sus brazos apoyados, con el objetivo de no perder su “lugar” cercano a Leda, como si se tratara de la valla de un recital. Paso a paso, lentamente, Leda toca a cada una de las personas que se acercan a ella. Quienes la miran de lejos, lloran y sonríen. Un chico se sienta en su butaca y mira al techo mientras le caen lágrimas, como si con los ojos pudiera romperlo y observar directamente al cielo, aquel lugar desde donde lo cuida Dios. Pero hoy, Dios le habla a través de Leda.
“Yo siempre dije que soy una persona elegida por Dios, pero como cualquiera. Nada más que me toca hacer esto. No hay tiempo para pensarlo. No siento que sea la protagonista para nada. Tengo claro que ese es Jesús, que es Dios”, comenta Leda.
Aquel hombre de remera blanca que al comienzo del concierto miraba con atención la sala, ahora selecciona a algunas personas para que suban al escenario. Leda canta, mientras un joven, algo perdido, la espera a un costado del escenario. Ella lo mira, y los ojos de él se fijan en los suyos casi como en un trance. Extiende su mano lentamente y la posiciona, suave sobre su cabeza. El joven cierra los ojos y, de un segundo a otro, cae desmayado al suelo. Allí permanece rodeado de los integrantes de Soplo de Dios Viviente. La escena se repite una y otra vez, arriba y abajo del escenario. Leda roza, toca, abraza, y el público se desploma. “Te amo, Leda”, le gritan desde una de las butacas. Una mujer extiende una foto de su hijo, y le pide con gritos en sus ojos a Leda que la toque. Cuando lo hace, la tensión parece desvanecerse del cuerpo de la mujer. “Hay cosas que los quiebran porque a lo mejor son respuestas que buscaron toda su vida”, explica.
En medio de las imposiciones, piden despejar los pasillos y que el público vuelva a sus asientos para hacer una actuación del nacimiento de Jesús. Leda desaparece detrás de escena mientras dos actores, que hacen de la Virgen María y José, aparecen en el escenario. Se arrodillan mientras tocan la panza embarazada de María. Nancy lee un fragmento de la Biblia, y entonces, ingresa Leda. Ahora con su vestido rojo, lleva a un bebé en brazos y que, unos segundos después, lo eleva, para que sea alabado por el público. “Jesús vive, Jesús vive”, gritaban. El bebé llora y Leda toma el micrófono y canta. Unos segundos después, casi con indiferencia, le daría el micrófono a la Virgen María para que lo tenga.
Los fieles no se cansan y algunos tímidos buscan la forma de llegar. “¿Cómo hace uno para acercarse a ella?”, pregunta un hombre mayor a su esposa, aunque sin obtener respuesta. A un costado, los ojos marrones y saltones de aquella niña de pelo enrulado ahora están rojos. Llora desconsoladamente y se ahoga sola en su asiento. Su madre, enfocada en Leda, parece salir del trance al escuchar su llanto. La toma en brazos, junto a una niña más pequeña, y las envuelve. La escena continúa por media hora. La niña no puede dejar de llorar. “Contale cómo te nombra la gente”, le pide Cheme a Leda en la terraza del hotel donde se hospedan tras el show. “Ah, sí”, comienza ella, como si recién lo recordara: “Jesús de Nazareth”.
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