"Lo mínimo que necesito es lavarme las manos ya"
Son las 18 y comienzo el viaje de regreso a mi casa nuevamente, como todos los días, desde Vicente López hasta Morón. El colectivo 117 parte más vacío de lo habitual, incluso para una tarde de viernes. Observo a mi alrededor y ninguna persona usa barbijo ni lleva consigo alcohol en gel, al menos de manera ostensible. Porque este viernes es muy distinto a los muchos otros viernes que cumplo con la misma rutina.
Hace pocas horas, el gobierno nacional comenzó a tomar medidas restrictivas para tratar de controlar el nuevo coronavirus, que justo ayer se cobró la segunda muerte en el país y los casos positivos confirmados son 34. Se suspenden vuelos a Europa y destinos donde la pandemia ya es muy fuerte. Se obliga a cumplir con aislamiento en caso de síntomas compatibles con este nuevo virus. Se pide a la población que no nos demos la mano, que no nos demos un beso, que nos mantengamos alejados casi dos metros entre nosotros.
Sin pánico, sin barbijo, pero con cautela empiezo a observar las conductas de mis compañeros de viaje. Anónimos como yo que, seguramente, todos los viernes cumplen también con esta rutina. Detrás mío viaja un niño con su padre. Seguramente al chico el trayecto le resulta tedioso, no para de tocar la ventanilla y deslizar su cara, como en un juego interminable. Yo pienso que sería mejor que el chico no tocara nada. Pero tampoco es cuestión de andar molestando o que alguien malinterprete un consejo como un enojo.
Una señora sentada a mi lado bosteza y se toca la cara numerosas veces. Otros pasajeros van buena parte del trayecto mirando su celular, algunos se tocan la cara y la nariz también. Todos tenemos acciones que van en contra de las recomendaciones. Quizás los hábitos cueste más tiempo cambiarlos.
Matías, de 20 años, me comenta que a la mañana le resulta muy difícil poder tomar el tren, y que le preocupan el exceso de pasajeros y la cercanía entre ellos. También menciona que al llegar a Once, el barrio porteño donde trabaja, no observa ninguna medida de higiene en los molinetes, como se habría dispuesto.
Hernán, de 50 años, que modificó su manera de viajar, ahora evita tomar el subte y también empezó a usar mucho alcohol en gel durante el viaje e intensificó el lavado de manos cuando llega a destino.
Mientras continúo mi viaje por la avenida General Paz, confirmo que esta tarde los pasajeros son menos de la mitad de lo habitual para el inicio del fin de semana.
Al pasarnos cerca, miro otro colectivo, de la línea 21, que también se dirige hacia el Riachuelo y va muy, muy vacío. Solo dos personas viajan paradas. Y me doy cuenta de que en esta unidad del 117 solo tres están de pie.
Una mujer estornuda y muchos la observamos casi en simultáneo. La joven lo hace con un pañuelo. En cierta forma siento que es una señal de que el coronavirus se está instalando como un fuerte y silencioso testigo de nuestros actos privados.
Al llegar a Liniers la situación es bien diferente. Los trenes llegan desde Once con muchos pasajeros a tal punto que prefiero dejar pasar dos formaciones para poder subirme. Y, entonces, me doy cuenta de que tanto en la zona que transité entre el colectivo y el tren como en la misma estación no veo a nadie usar alcohol en gel. Y la distancia entre cada persona aquí es mínima.
En el tercer servicio del Sarmiento me subo a un vagón y una persona que viajaba a mi lado me comenta cuáles son las medidas que comenzó a implementar: "Evito horas pico, prefiero usar el transporte cuando baja el hacinamiento. No toco nada. Me paro frente a las puertas , en donde se renueva el aire en cada parada, y me lavo las manos al llegar". Asiento con la cabeza, porque me doy cuenta de que hoy todo es bien distinto.
Pienso en los estornudos que pueden viajar a 60 kilómetros por hora y que en un instante nos pueden enfermar. Y vuelvo a mirar que la gente se sigue tocando la cara, luego el celular, el pasamanos, las puertas del tren y tantas superficies colectivas que pueden terminar por contagiar a cualquiera. Llego casi sin darme cuenta a Morón y pienso: me bajo rápido y trato de llegar pronto a mi casa. Lo mínimo que necesito es lavarme ya las manos.
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