Titanic, la tragedia que se hizo leyenda
Poco antes de la medianoche del 14 de abril de 1912, el barco más grande jamás construido sucumbía ante un témpano y el mar
Fue el naufragio de la historia. El que aún conmueve, emociona, inquieta, estremece, sacude, apasiona, impresiona y lastima, pero que nadie olvida. Esta noche, desde Southampton -el puerto de su partida- hasta el resto del mundo, muchos mostrarán sus copas en un homenaje plagado de esos sentimientos y muchos otros más, inclusive de esos que surgen de cualquier historia de mar.
Es que antes de la medianoche se cumplirá un siglo de que aquel vapor , el más grande y lujoso del mundo, sucumbiera ante la incredulidad de todos y ante un enemigo implacable: esa montaña de hielo llamada iceberg y que por debajo se multiplica varias veces más que lo que muestra por encima. Hace 100 años se hundió el Titanic, un coloso destinado a hacer historia y que finalmente la hizo, llevando a la muerte a 1517 personas de las 2228 que lo habían abordado en Inglaterra con destino a Nueva York en su viaje inaugural. Fue corto el camino, pero muy grande e impactante el recuerdo de su destino.
Los hielos del Atlántico Norte fueron implacables con esa nueva maravilla del mundo creada en un astillero de Belfast para la naviera Harland and Wolff. Diez mil personas trabajaron sobre el casco durante más de dos años para que el buque sucumbiera en algo más de dos horas y cuarenta minutos.
Las páginas de este diario han mostrado todos estos días relatos, anécdotas, historias de vida y detalles para el recuerdo..., este imborrable recuerdo. Pero hoy, en el aniversario de la tragedia, se trata de revivir, por supuesto que con mucho temor a equivocarse dado que permanentemente nuevos datos abren renovadas hipótesis sobre esas horas dramáticas , el momento de ocaso del Titanic.
14 de abril de 1912; 23.40. En el salón de primera, la orquesta dejaba que el ragtime hiciera mover a los hombres de frac y a las mujeres de largo, ya que el mar, cuando hay hielo, no tiene oleaje.
Se tomaba brandy y escocés mientras se jugaba al bridge en las mesas de paño verde. Ya habían pasado por los platos de china bone (porcelana) un consomé o una crema Reina Margot, costillas de cordero con green beans (arvejas verdes) supremas de pollo a la stanley, pato con salsa de manzanas o algún jamón braseado. En segunda también se habían degustado puddings y chiken pie , mientras que en el compartimiento de tercera no había orquesta, pero si un piano, un violín irlandés, humo de pipas entre las barbas y frascos de dril con ron.
Diez minutos después, desde el observatorio, el vigía Frederick Fleet tocó la campana de alerta y gritó: "Iceberg a 500 metros". Enseguida el primer oficial Richard Murdoch puso los motores en reversa, pegó el timonazo a babor y ordenó el cierre de compartimientos. Apenas 40 segundos después el hielo dejó que el agua helada entrara en los camarotes de tercera, en los de los tripulantes y en la bodega de equipajes de los pasajeros de primera.
El capitán Edward John Smith advirtió que el hundimiento era inexorable, lanzó la señal de emergencia y ordenó la evacuación. Frases que quedaron en la historia: "¡A los botes!" "¡Los chicos y las mujeres, primero!" A la 0.45, todo era un escándalo en primera, segunda y tercera. Los botes bajaban con un tercio de su capacidad, las bengalas iluminaban el cielo y, pasada la 1, todo ya era pánico.
El Titanic, con su pasaje tan variopinto de aristócratas, artistas y escritores se hundía para siempre hasta tocar un piso de tierra a 4000 metros de profundidad frente a Terranova (41°43'57" N, 49°56'49" O). El capitán, Edward John Smith, también viajó en esa agonía.
Solo a las 3.30 de la mañana, los sobrevivientes desde los botes descubrieron las señales de respuesta del Carpathia, el buque que llevó a los 711 sobrevivientes a Nueva York.
White Star Line, la empresa propietaria del Titanic, envío cuatro barcos canadienses para recuperar los cuerpos de las víctimas. Durante varios días, los cuatro navíos localizaron 328 cuerpos.
En la zona del hundimiento quedaron historias de honor, leyendas y arrojo. También de errores, porque cualquiera que navegue sabe que en un bote o en una balsa de abandono no puede entrar tan poca gente, puesto que el frío congela todo cuando no hay calor humano.
Hoy, 100 años después, ya no existe ningún sobreviviente de aquellos penosos botes, sólo porque la vida también puso sus implacables límites a los que experimentaron la alegría de haberse salvado como a los que tuvieron la pena de haberse quedados solos. Quizá, tan solos como aquellos 1522 que se fueron con el Titanic en el naufragio de la historia.
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