Time Warp: volver a casa después de la tragedia
Leandro Espinosa, de 19 años, estuvo internado 12 días en coma
"«Su hijo está lleno de estupefacientes». Eso fue lo primero que me dijo la doctora. Y la verdad que fue un puñal, me mató." Agustín Espinosa no puede contener la emoción al recordar el momento, quizás el más duro que le haya tocado vivir en sus 52 años. Fue cuando, desesperado, llegó al shock room del hospital Fernández junto con Cristina, su mujer, a reconocer entre los cinco jóvenes internados a Leandro, su hijo menor, que había ido a la fiesta Time Warp, el 15 de abril pasado, donde murieron cinco chicos.
En su casa de Lanús Este, el clima es cálido, a pesar de la llovizna y el gélido viento que sopla. Los mates con azúcar acompañan la charla, para endulzar el ambiente luego de casi un mes de incertidumbre, dolor e impotencia. Leandro, de 19 años, puede decir sin temor a equivocarse que volvió a nacer. Para él, los recuerdos de aquella noche son poco claros. Sabe que viajó en colectivo, con 20 amigos, hacia Costa Salguero. Se acuerda de las largas colas para ingresar en el predio, de la falta de control para entrar y, una vez adentro, del intenso calor y el hacinamiento. "Era imposible respirar", cuenta.
"La gente estaba totalmente transpirada, no se podía andar", agrega para describir el clima que se vivía en la fiesta. Recuerda que no había ventiladores y que no pudo ver a ningún personal de seguridad.
Estar cerca del DJ, en el pabellón dos, era el objetivo, y también la última imagen que tiene hasta que despertó 12 días después en el hospital Fernández, donde también estaban internados otros dos asistentes a la fiesta: Micaela Polivoy y Nicolás Laitán.
Agustín cuenta la odisea de la familia mientras Leandro estaba en el hospital. "El sábado [el 16 de abril pasado] me preparaba unos mates para ir a trabajar y vi en el noticiero lo de la fiesta. Eran más de las 10 y como Leandro no había vuelto fui a buscar a mi mujer que trabaja como ordenanza en un colegio cercano. Fue ella la que llamó al hospital y le confirmaron que «Nano» [ como le dicen sus íntimos] estaba ahí", cuenta.
Matías, el hijo mayor, los pasó a buscar y los llevó al hospital. "Ahí me di cuenta de que tenía que ser fuerte por Cristina porque, si no, al verlo, se me iba a venir abajo", relata Agustín mientras acaricia una y otra vez el hombro de su hijo. Parece como si quisiera asegurarse de que realmente está allí, a su lado, y vivo.
"En las dos semanas que estuvo internado en coma farmacológico sufría unas convulsiones terribles, le saltaban los ojos y parecía un poseído. Hasta que de un tirón se levantó y rompió la camilla", señala.
Leandro lo escucha en silencio, sin poder creer aún que aquello que relata su padre efectivamente le ocurrió. "Cuando me desperté, pensé que estaba en el médico, no podía creer lo que me contaban, quería irme de ahí enseguida", dice mientras acaricia a Renata, la labradora negra que no se le despega ni un minuto.
Esperanza
Agustín reconoce que por momentos temieron lo peor: los pronósticos no eran para nada alentadores: "Nos decían que al quinto día los chicos mueren porque están consumidos por la droga. A la madre de Micaela Polivoy, a los dos días, le dijeron que su hija tenía el 90% de su cuerpo muerto. Cosas terribles", indica con una mezcla de bronca y dolor.
En medio de la desesperación, hubo una persona que se propuso apuntalarlos para lograr que los chicos se recuperaran: el doctor Ignacio Previgliano, jefe de la Unidad de Neurointensivismo y Gestión en Procuración de Órganos y Tejidos para Trasplante en el hospital Fernández. "Nos dijo que estuviéramos preparados para todo, lo bueno y lo malo, que «Nano» podía vivir o no. Ahí mi mujer se vino abajo", cuenta Agustín. Y agrega: "Pero al mismo tiempo nos pidió que rezáramos porque sus manos iban a curar a nuestros hijos". Eso, dice "Tino", les llenó el alma y les trajo de nuevo la esperanza que, a esa altura, ya daban por perdida.
Hoy Leandro pasa sus días dentro de su casa, descansando y recuperándose. Por más que los médicos le hayan dado el alta domiciliaria, sus padres prefieren esperar a que recupere parte de los 12 kilos que perdió durante su internación y verlo más repuesto. Por fortuna, dicen, no tuvo secuelas mayores, y su único tratamiento consiste en tomar diariamente una medicación anticonvulsiva y cumplir con las dos sesiones semanales de rehabilitación.
Sin embargo no está solo; sus amigos lo visitan constantemente, además de sus hermanos y sus tres pequeños sobrinos.
"Me llamaron amigos que no veía desde la escuela primaria. Hubo cadenas de oración en todas partes. Es increíble el cariño de todos", cuenta sorprendido.
Sueños
La pregunta resulta ineludible, y Leandro contesta sin titubear: "Volvería a ir a una fiesta electrónica, amo esa música. Fui a tantas y nunca me pasó nada...".
Su padre no lo cuestiona y reitera lo que le planteó a las autoridades del gobierno de la ciudad: "No creo que se tengan que prohibir las fiestas. Lo importante es que los chicos puedan ir con la seguridad de que no les va a pasar nada, que puedan ir tranquilos a divertirse".
E insiste en lo que considera fundamental: no estigmatizar a los jóvenes internados, que en definitiva, alega, fueron las víctimas de un sistema que no supo cuidarlos. "Todos fuimos jóvenes y nos mandamos macanas. No es justo echarles la culpa", razona.
Los agradecimientos para todo el personal del hospital son reiterados y, sin embargo, parecen insuficientes: médicos, enfermeros, psicólogas y monjas forman parte de ese enorme batallón que logró que hoy Leandro pueda estar de vuelta en su casa para intentar dejar atrás lo que él recuerda como un mal sueño.
Volver a ver jugar a Banfield, juntarse con su grupo de amigos a comer asados y mudarse con la familia a una casa propia son sus sueños más próximos. Desde ahora, sabe, los vivirá de una manera especial.
Una odisea y dos miradas
Leandro Espinosa
Sobreviviente
- "En la Time Warp era imposible respirar, la gente estaba totalmente transpirada, no se podía andar"
- "Después de salir del hospital, me llamaron amigos que no veía desde la primaria. Hubo cadenas de oración en todas partes. Es increíble el cariño de todos"
Agustín Espinosa
Padre de Leandro
- "En las dos semanas que estuvo internado con coma farmacológico sufría unas convulsiones terribles, le saltaban los ojos y parecía un poseído. Hasta que de un tirón se levantó y rompió la camilla"
- "En el hospital nos decían que al quinto día los chicos mueren porque están consumidos por la droga"
- "No creo que se tengan que prohibir las fiestas; lo importante es que los chicos puedan ir con la seguridad de que no les va a pasar nada"