Junto a su marido, Mariana Biró fundó una escuela famosa, a la que asiste todos los días; lee libros digitales para estar actualizada y cuestiona que los padres no les suelten la rienda a los hijos; perfil de una mujer adelantada a su tiempo; un mano a mano imperdible con LA NACION
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“No sé si mi vida es atípica, es la única que tengo”. Así comienza la charla de Mariana Biró con LA NACION. Con una lucidez, sentido común y humor sorprendentes, esta mujer de jóvenes 91 años convierte el rato en una gran enseñanza. En 1966, junto a su marido, fundó la Escuela Del Sol, pero es docente más allá de las aulas. Es de esas personas que da gusto escuchar.
-¿Por qué la docencia?
-Me lo pregunto cada viernes.
A buen humor no le gana nadie. Su padre fue Ladislao José Biró, el creador del bolígrafo (la querida birome), ese invento que democratizó la escritura por su bajo costo y accesibilidad y que popularizó su apellido. “En parte, uno elige la vida, pero también hay algo que se llama destino, aunque el destino no tiene la culpa de nada, sucede, es uno el que responde o no a eso. De lo único que no se es responsable es de la familia en la que se nació; de ahí en más, el resto depende de uno”, explica, categórica, desde el vamos y dejando en claro que forjó su vida a puro esfuerzo y vocación propia, más allá del gran invento que recorre el mundo y que lleva su apellido.
Buscando entender el brebaje de la lozanía eterna que pareciera poseer, el cronista intenta descular el secreto, la revelación. Aunque la tarea parece infructuosa, algunas claves se van deslizando a lo largo de la charla en el enorme caserón racionalista ubicado en el límite entre Belgrano R y Colegiales. “La alimentación no es un tema”, adelanta. Come de todo, pero aclara, “no puede faltar medio pomelo en el desayuno”. “Mi marido me decía que amaba más al pomelo que a él”, rememora. Camina a paso vivo -hay que seguirle el tren- y su casa de tres pisos la recorre por escalera.
Llegó de su Hungría natal a los nueve años, previo paso de unos meses por París, “era plena guerra”. Fue en ese tiempo cuando comenzó su romance -que continúa hasta la actualidad- con la ciudad que cobija al Museo de Orsay y a su estupenda pinacoteca.
Su vida hoy: “No importa el resultado, sino haberlo podido hacer”
El 16 de abril cumplirá 92 años. Activa como nadie, aún maneja su propio vehículo. “La composición celular no la podés remediar”, se justifica pero, agrega, “también cuenta la educación de cada uno”.
-En usted, ¿cómo se aplica eso?
-Al ser mi padre un inventor, era un optimista y eso es contagioso. Quizás no le salía el producto, pero te mostraba lo interesante de la construcción del proyecto que no logró como esperaba.
-Resignificar el valor del proceso.
-No importaba el resultado, sino haberlo podido hacer y darse cuenta de que no funcionaba.
Su mamá enfermó de tuberculosis siendo ella una niña. De aquella experiencia recuerda que cuando el médico le preguntó “¿usted quiere vivir?”, su madre respondió afirmativamente. “Entonces va a vivir”, le dijo el profesional, pero ella retrucó: “Doctor, ¿y el Bacilo de Koch?”. Entonces el médico le sentenció “del Bacilo nos ocupamos nosotros”.
-Su madre, ¿sanó?
-Mi mamá se curó y murió a los 83 años. Para mí, enfermarme significa curar, por eso el olor de un sanatorio me resulta lindo. El hecho del optimismo de mi padre y que mi madre se haya curado es una suerte, es lo que uno recibe. Entonces, soy naturalmente optimista aunque, con la política argentina, no soy ni optimista ni negativista, sino posibilista.
-Entiendo que un día suyo no debe responder a la generalidad de una persona de su edad.
-Me levanto a las seis y media de la mañana y a las siete y media ya estoy instalada en la Escuela Del Sol, porque me gusta estar presente cuando llegan los chicos de séptimo grado, los primeros en entrar, y saludarlos con un “buenos días”.
-¿Transcurre todo el día en el colegio?
-No, me voy a las cuatro de la tarde.
-Eso es estar todo el día trabajando.
-A veces salgo antes para ir a alguna reunión.
Se justifica diciendo que ya no da clases, pero su tarea es observar lo macro, plantear estrategias. Nada menos. Y esa, que es una tarea enorme, no es la única que irrumpe en su ajetreada agenda. “También me ocupo de la Fundación Biro”.
Cuando muchos desechan la vida social, ella afirma: “Por suerte, tengo muchos amigos de todas las edades; no sólo los de mi generación que, lamentablemente, van partiendo”. Lo dice sin ningún tipo de lamentación, tampoco hay regodeo: “Tengo un círculo interesante de gente”.
Le cuesta leer las letras chicas, entonces ya no acude a los diarios impresos, una de sus históricas debilidades. Desde hace un tiempo, para informarse, se refugia en los noticieros nocturnos de la televisión, tanto los locales como las cadenas internacionales de Estados Unidos y de Europa. El inconveniente en la vista no la apartó de la lectura, afición que realiza a través de los dispositivos digitales como el eBook: “Me pasaría el día leyendo”.
Se dispone a descansar a partir de la medianoche -”aunque los fines de semana duermo mucho más”-. Y se le dibuja una sonrisa en su rostro como la de los chicos que celebran un feriado escolar.
A una mujer de su envergadura podría resultar una banalidad preguntarle por su alimentación pero, en tiempos donde se reconoce acertadamente la importancia de lo que se ingiere, resulta esencial escuchar su ritualidad al respecto. Luego del medio pomelo, su desayuno habitual consiste en té y tostadas. Algo frugal, nada sofisticado.
-¿En qué se basa su alimentación?
-No le doy bolilla a la comida, no es un tema para mí. Me gustan todas las comidas, menos las hormigas bañadas en chocolate que vi que ofrecían en Miami y tampoco me interesa probar caracoles. Todo lo demás, bienvenido sea, no tengo pretensiones. Una señora me cocina natural y hace que las verduras tengan sabor.
-¿Le gustan las bebidas con alcohol?
-Alcohol y fumar, jamás.
Su lucidez la lleva a ironizar: “Nací en una época sin drogas, así que me perdí todo eso”.
-Mariana, ¿algún hobby?
-Escucho música por placer, eso me estimula a sentir y ese sentimiento hace que luego piense y fantasee con cosas posibles para el futuro; me gusta dedicarme a pensar.
-Pensar en el futuro a cualquier edad.
-Tengo buena salud, no me siento atada a los años; desde ya, no es lo mismo ahora que hace dos décadas. Hay cosas que son un esfuerzo de hacer.
-¿Por ejemplo?
-Cuando me despierto, hasta que mi alma y mi cuerpo se juntan pasan diez minutos, antes no me sucedía eso. Por otra parte, sé que no tengo futuro, eso está clarísimo. Yo no tengo futuro, pero el futuro está, son dos cosas distintas.
Su marido, Francisco Sweet, había nacido en Estados Unidos. “Le decían panchito dulce”, comenta y uno no puede más que seguirle la chanza y reírse. Era sociólogo y licenciado en ciencias de la educación. “Con él pensamos en fundar una escuela cuyo lema sea sembrar con honestidad”. Lo lograron.
Ambos eran divorciados cuando formaron pareja. Él ya tenía tres hijos y juntos tuvieron dos más. “En total son cinco hijos, uno ya fallecido; y tengo 13 nietos y 4 bisnietos”. Y señala las fotos que se distribuyen por el living luminoso y blanco a más no poder. Su familia vive en Miami, pero los siete mil kilómetros no son impedimento para que Mariana Biró viaje una y otra vez a visitarlos. “Me gustaría estar cerca de mi familia todo el tiempo”. Habla más pausado, quizás por la emoción que intenta ocultar.
-La palabra jubilación no existe para usted.
-Hablaría de retiro, que significa dar un paso al costado cuando se siente que no se están haciendo las cosas como las circunstancias lo merecen.
-No le ha pasado.
-Sí me ha pasado. En la escuela he dejado de hacer, delegué un montón, porque junto a los chicos tiene que haber gente joven. Yo puedo transmitir cierta experiencia, pero será la mía y no la de ellos. Lo que debo hacer es que los docentes jóvenes puedan tener su propia experiencia, para eso hay que darles la oportunidad.
Venimos de muy lejos
“Hoy existe la recompensa hacia el chico, que puede ser con premios u objetos comprados. Y también se ve una nociva sobreprotección”, asevera.
-¿Cómo era en su época?
-En mi casa nunca hubo sobreprotección. En invierno, la casa se rodeaba de nieve, si yo quería jugar afuera, tenía que ponerme las botas, agarrar la escoba y barrer la nieve para poder salir. Nadie lo hacía por mí, lo tenía que hacer yo, que era la que quería salir a jugar. Ahí aprendí que la vida es maravillosa, pero hay que merecerla. Cada vez que uno tiene un privilegio, también tiene una obligación, eso se los digo a los chicos en la escuela. Por otra parte, mis padres creían en mí y me dejaban hacer, los padres de hoy, en cambio, dicen “pobrecito, lo voy a ayudar” y no le dan al chico una carta de crédito. Nosotros en la Escuela Del Sol pretendemos que el chico llegue a su casa y diga “hoy pude”.
-¿Cómo fue su educación formal?
-Nací en Hungría y mi crianza ha sido europea, pero mi adolescencia fue en Buenos Aires, entonces estuvo lo latino muy presente. A todo eso se suma que mi educación fue a través del sistema americano y que mi marido, con el que estuve cuarenta años unida, era nacido en Estados Unidos, todo eso hace que tenga tres puntos de vista diferentes.
A la instrucción en un colegio con sistema americano se sumó su curiosidad por aprender correctamente el español y la idiosincrasia del país al que había llegado. “Lo primero que aprendí fue: ´Cinco naranjas, un peso´”, recuerda.
Inquieta y curiosa, también recupera aquella memoria amorosa de las tardes bajo el sol en las que se sentaba en el Rosedal de Palermo -distante a pocos metros del primer departamento familiar- y, con un diccionario español-húngaro en sus manos, buscaba traducir las historietas que aparecían en el diario Crítica, un sistema de humor que le resultaba muy novedoso, “eso en Budapest no existía”.
Democratizar la pluma
“Los inventores generan trabajo. Lo más importante es la utilidad del invento, pero también que genera muchos puestos laborales; el bolígrafo les dio trabajo a mucha gente”, afirma Biró.
-Por tradición familiar, de inventos usted sabe.
-La Argentina ganó mucha plata con la birome. La primera patente se registró en 1938 en Hungría, ya que mi padre era de allí; luego hubo muchas patentes suizas y francesas; después mi papá llegó a la Argentina, donde se instaló la primera fábrica. La birome se hizo acá, por eso digo que tiene partida de nacimiento húngara y pasaporte argentino.
La patente comercial que se difundió es la de 1943. Ya convertido en un invento de dominio público, hoy se venden ocho billones de bolígrafos en el año. “Mi padre, además del bolígrafo, inventó la lapicera retráctil sin capuchón y la máquina para fabricarlas”, suma.
-Ha sido un invento muy aceptado en el mundo.
-En Estados Unidos vi que ofrecían diez bolígrafos a un dólar, lo puede tener todo el mundo.
Su padre escapó de la guerra junto con su socio Juan Meyne. La primera sílaba de este apellido se sumó a Biró y conformó el difundido “biromé”, el bolígrafo que se fabricó por primera vez en Argentina en un garage con 40 operarios.
La guarida de su padre
“Se piensa en un padre como el que te lleva al colegio, te acompaña al campo de deportes, pero mi padre no era nada de eso”. En la casa de Colegiales permanece intacto el escritorio de Ladislao José Biró. Objetos de época, libros y mobiliario que conmueven. Irradian historia.
-¿Cómo era él?
-Se sentaba en la cabecera de mesa y decía: “Ayer leí algo muy interesante sobre la célula”. Y lo contaba. Y así comenzábamos con nuestras preguntas y se armaba una conversación, con hipótesis, respuestas, dudas. No sabíamos qué comíamos, porque nos la pasábamos hablando. No era tema lo que pasaba, sino lo que podía ser.
-Toda una forma de pensar la vida.
-Mi mamá se asustaba un poco, pensaba que la realidad era dura y que él nos cuidaba de todo eso. Mi papá decía: “No me hables de la realidad, la realidad está, siempre caerá sobre nosotros, hablemos de otras cosas”. Se nos permitía fantasear, porque lo que el hombre imagina tarde o temprano va a pasar.
Sueña con un museo dedicado a los inventos nacionales. “El argentino tiene mucha pasta para inventar. Japón, Suecia, Estados Unidos son países que apoyan a sus inventores, acá eso no ocurre”. Y se enorgullece de la cátedra “Inventiva” que los alumnos de la Escuela Del Sol deben cursar y que se corona con una feria anual donde muestran sus creaciones.
Para graficar el estilo de enseñanza que implementó, lo grafica con un ejemplo: “Para nosotros es importante que el chico sepa que dos más dos es cuatro, pero, sobre todo, que pueda explicar qué es cuatro. Una vez, un alumno me dijo: ´Voy a vivir 150 años y nunca voy a poder terminar de decirte todo lo que es cuatro´. Un chico que dice eso va por buen camino”.
Rememora la experiencia de un niño que colocó un huevo dentro de un pomelo y lo arrojó al vació sin que el contenido se rompiera. Cuando Biró quiso indagar sobre la experiencia, el alumno le respondió: “Las frutas están hechas para caerse y no romperse”.
-Tarea cumplida.
-Quiero eso, no que me digan cuándo nació San Martín.
-¿Qué más busca de un alumno?
-Sobre todo, que tenga la confianza que me pueden decir cualquier cosa. Anhelo que, en todas las escuelas, haya inventiva, y que se entienda que no hay dos chicos iguales. Lo importante es respetar esa individualidad, pero también explicarles que nadie sobrevive solo, que se necesita de los demás y que el otro es distinto a uno, pero que esa diversidad no tiene que dividir, sino enriquecer.
La Fundación Biro adquirió una colección de bolígrafos legada por un aficionado alemán que es una verdadera joya. La productora Lala Franco es la responsable de canalizar ese maravilloso acervo de cientos de bolígrafos y convertirlo en una gran muestra para el público. “No sólo está el desarrollo del bolígrafo, sino las distintas posibilidades, porque es un objeto fetiche”, sostiene la hija del creador.
Mariana Biró tuvo un paso breve por la medicina, “me angustiaban los niños con cáncer”. Aquella zozobra la llevó a claudicar en la vocación familiar y patear el tablero como lo había hecho su padre. La docencia fue lo suyo para siempre, una forma de inventar, en su caso, ciudadanos de bien.
“Me equivoqué mil veces y me sigo equivocando, pero los inventores y los educadores no tienen que tener miedo a lo desconocido y jamás sentir fracaso. Si te salió mal, probá otra vez o probá otra cosa. Más allá de la edad, lo único que nunca debe desaparecer es el entusiasmo”.
¿Hace falta agregar algo más?
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