
Tiene 85 años y estará al mando de una expedición
Dick Ibarra Grasso es autodidacto y consagró 60 años de su vida a especializarse en el pasado precolombino americano
Cuando en mayo próximo se edite su libro número 40 -"El origen boliviano del cultivo de maíz"-, Dick Edgar Ibarra Grasso estará al mando de una expedición arqueológica en Antihuanaco, las ruinas más grandes de América del Sur.
Carga en sus espaldas con 85 años y no disimula una notoria dificultad al caminar. Este entrerriano de hablar pausado no deja de alimentar su pasión por descubrir los misterios de la tierra y de las civilizaciones extinguidas.
Ibarra Grasso consagró 60 años de vida al estudio científico del pasado precolombino americano. Pero sólo asistió dos meses a la escuela primaria. "Mis padres creían que debíamos criarnos en forma natural", explica.
Su padre, un oficial de la Marina, fue destinado a Carmen de Patagones cuando él tenía 14 años. Allí, su vida dio un vuelco: conoció a un brujo araucano que lo introdujo en los secretos de una cultura milenaria. "Me enseñó a pensar las cosas con tiempo y en movimiento -recuerda-. Los occidentales no dejan que los pensamientos fluyan."
También aprendió medicina indígena y descubrió su destino. En los años siguientes, Ibarra Grasso devoró todo libro que tratara el origen de las civilizaciones indígenas.
Sus estudios le confirmaron que América fue colonizada por pobladores del Viejo Mundo, hace más de 70.000 años y por medio de sucesivas migraciones que arrancaron de Asia, antes de comenzar el primer avance del último glaciar.
La ilusión de un pionero
Pacientemente, el hombre extrae cientos de documentos, ilustraciones y notas que apoyan su razonamiento. Su rostro se ilumina cuando las revé una y otra vez.
No quiere contar demasiado sobre la expedición a Antihuanaco. Invitado por el gobierno boliviano, hará una excavación que promete reveladores descubrimientos.
"Nunca me pasó nada grave en tantos años. Sólo perdí un dedo la vez que me cayó encima una roca de 200 kilos. No me voy a rendir justo ahora. La fuerza interior nunca se pierde", sentencia.
De las atiborradas bibliotecas del departamento de Congreso que comparte con Delia, su mujer, este ferviente explorador también rescata cráneos de mono y semillas exóticas. Son pequeños tesoros que recolectó en expediciones, aunque sus mayores logros están en los museos que fundó en Cochabamba, Sucre y Potosí.
Su primera incursión en la arqueología data de 1940, cuando se aventuró en territorio boliviano, sin un peso y guiado por indígenas. Descubrió una escritura jeroglífica de origen preincaico y, a partir de ese momento, sus hallazgos se sucedieron vertiginosamente.
Durante los 23 años que residió en Bolivia, Ibarra Grasso encontró 32.000 piezas históricas, ocho templos incaicos, cuatro culturas desconocidas y un yacimiento arqueológico de 30.000 años de antigüedad, al sur del lago Titicaca.
Dirigió excavaciones alemanas en 1958 y 1962, fue invitado de honor en diversos congresos, trabajó en México, Colombia, Ecuador y Perú, escribió más de 300 artículos, enseñó historia en tres universidades e interpretó el calendario azteca de una manera contraria a la convencional.
Su mayor orgullo no son los reconocimientos de las autoridades. Ibarra Grasso asegura que jamás olvidará el día en que un indio apoyó el dedo en su pecho y susurró: "Sinchi sonco ", que en quechua significa "corazón fuerte".