Martín Honorio Pueyrredón tiene la carcajada joven y la voz firme. El pelo blanco y un bastón de caminata nórdica hablan, tal vez, de esos 85 años que lleva con hidalguía. A la charla con La Nación llega después de bajarse del colectivo 57 en Plaza Italia, con una mochila liviana y una seguridad que da envidia. "Siempre me gustó la aventura y que las cosas sucedan", dice un par de meses después de haber hecho en bici el Camino de los Siete Lagos, junto a su hijo menor. Egresado del Colegio Nacional Buenos Aires e ingeniero industrial, Martín puede jactarse de algo: siempre hizo lo que quiso. Trabajó de fumigador, pegó carteras y dio clases de equitación en Nueva York. Limpió departamentos en San Francisco. Y se dedicó al hormigón en Puerto Rico.
Dice que "se emociona mucho" pero sin quebrarse. Y que tal vez sea porque se crió en el campo, en Cañuela. Nació en 1934, el tercero de seis hermanos. Y a los 15 años se subió a un caballo e hizo por primera vez los 350 kilómetros que lo separaban de la estancia de su abuela, en Los Toldos.
Pero ya de grande, tuvo una cómplice para todo: la cordobesa Ercilia Moyano Padilla. Con ella se casó en 1962. Y con ella se convirtió en padre y conoció el dolor. "Tuvimos cinco hijos, pero sobrevivieron dos", dice, sobre esos tres bebés que perdieron poco antes de nacer. Después llegaron Micaela (44) y Tadeo (40), que nacieron con poco más de un kilo.
Martín hoy vive en una chacra de Villa Rosa, Pilar, que compró con su mujer hace 40 años. Hace tres años enviudó. "Me comprendía. Siempre he sido fiel. Pienso mucho en ella. La siento cerca". Jubilado desde el último verano, ríe con ganas al recordar el pacto que hizo con sus empleadores de la Cunnington, donde trabajaba desde 1995: "Si no me echan y no me muero, me voy el 31 de enero, cuando cumplo 85 años".
Así fue. "Al final clasificaba facturas, hacía bancos… Era un ingeniero industrial reciclado a che pibe", cuenta con humor, y agrega que hasta el último día hacía en bici los 20 kilómetros de ida y los 20 de vuelta para ir a trabajar a la planta.
Al aire libre
"Me levanto a las 7 de la mañana. Hago 45 minutos de estiramiento sobre un pad. Tomo el desayuno con jugo de naranja, café con leche, avena arrollada o copos de maíz. Lleno el tanque. Teníamos cuatro perros, pero la más viejita –un Ovejero Belga– murió hace dos semanas. Los martes y jueves, a las ocho y media de la mañana, hago spinning en Torres del Sol, un shopping de Pilar. Voy en auto. Tengo todo anotado en una agenda, porque estoy un poco desbolado. Cuando ando cansado, duermo una siesta de diez minutos. La chacra es un paraíso. Tengo seis hectáreas. Lorena es una chica que me ayuda en casa. Me la paso limpiando arbolitos, arreglando el camino... Mi yerno, Santiago, me da una mano. Voy a ver si lo convenzo de pintar la casa. ¡Yo no tengo tiempo! Si mañana hace buen clima, tengo unas semillas de margaritas espectaculares para cosechar".
Solía tener una huerta, pero ahora no se puede agachar, por la rodilla. Come temprano; mira películas y el Canal Encuentro; lee mucho de aventura y espiritualidad; escucha música clásica; se acuesta a eso de las diez de la noche. Y que tiene algunas otras actividades, como visitar el Hospice Buen Samaritano de pacientes terminales.
"Siempre me gustó sentirme entrenado y correr. Un día se me ocurrió ir a la Cunnington andando en bici por la vía del tren, porque era más corto que por afuera. Con Hugo Prodan, un mecánico amigo, perfeccioné un sistema que ya existía", asegura sobre su pasión por las dos ruedas. Y detalla cómo funcionaba: "Ponés la bici parada en el riel izquierdo, con un brazo que sale de adelante y otro de atrás, con dos rueditas iguales a las de tren, pero más chiquitas. Cuando se levanta la de adelante, baja la de atrás. Y de tres puntos de la bici, baja otro brazo con una ruedita igual que se agarra del riel derecho. Por esa vía solo pasaba el tren de carga, una vez por semana. Una vuelta me alcanzó por atrás, me hizo luces y me tuve que bajar para dejarlo pasar", cuenta. Sin embargo, ese sistema que usó durante muchos años, no le funcionó en zona norte.
Aquella manera de viajar y su pasión por la bicicleta derivó en dos documentales, filmados en Salta y bajo la dirección de Nicolás Muñoz. "El primero se llama Plan C-14 y lo protagonicé en 2005 con Mariano Petrone, un amigo que se me murió. Fuimos al Viaducto de la Polvorilla. Doce años después hice el segundo, Plan C-14 II, en honor a mi amigo y aún no se estrenó", cuenta Martín, que es nieto del prócer que le da su segundo nombre y el apellido.
El documental lo llevó a Canadá, el año pasado y con su hija. Fue para recibir el premio Best Adventure Film, en el Festival de Cine de Montaña más importante del mundo. Y que este invierno se proyectará en el BANFF de Argentina.
Por los caminos de la Patagonia
¿Qué hizo después de jubilarse? Se fue con su hijo a recorrer el Sur en bicicleta. Porque no podía ser de otra manera. "En realidad lo venimos haciendo hace tres veranos, desde que enviudé. El primero, fuimos de Esquel a Futaleufú y por la Carretera Austral hasta Chile Chico. Hace dos, volamos a San Martín de los Andes y de ahí fuimos a Villa Pehuenia, cruzamos a Chile y volvimos a dónde habíamos llegado. Y este año, en Semana Santa, fuimos a Bariloche y de ahí nos lanzamos a hacer el Circuito de los Siete Lagos. Durmiendo en campings y casas de mapuches, además de algún paraje. Siempre con alforjas, mochila, carpa y calentador. Yo voy adelante, marcando el ritmo y mi hijo atrás", revela. "En caso de algún imprevisto, soy mucho más flexible que Tadeo. Y si me canso, aviso. Es que me gusta andar en bici, porque voy relajado, pensando y la rodilla no me duele como cuando camino", agrega con una sonrisa.
Entonces, sin querer queriendo, Martín regala pistas de su receta para vivir una vejez plena. "Siempre tengo planes. Quiero hacer un viaje a Bariloche en febrero del año que viene. Veremos. Lo que salga… Además, voy a armarme una lista de amigos y primos para visitar. Algunos están en geriátricos", cuenta.
Y se siente bien. "Solo me duele la rodilla. Por ahí cuando mis hijos se preocupan mucho por mí, mi nieta Delfina (10) les dice: ‘Dejen al abuelo ser el abuelo’. ¡Y tiene razón!", apunta.
"Estoy contento con mi vida. Cuando me pregunto hasta cuándo viviré… ¡Ojalá pasando los 100! Eso sí, a Tata Dios, le digo: ‘Gracias Dios mío porque me toca ser como yo’". Y una vez más, ríe con ganas.
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