Tiene 82 años y cruzó por cuarta vez a trote la Cordillera de los Andes
A Elisa Forti, una vecina octogenaria de Vicente López, la edad no la detiene. Contra todo pronóstico, sigue en carrera para mantenerse viva
Con frío, sol o lluvia. La postal se repite todas las mañanas: ella elige su equipo deportivo, se calza las zapatillas y se larga a correr durante una hora a lo largo del Vial Costero de Vicente López. Los vecinos, testigos de semejante suceso, la observan con admiración. Es que por su coraje y tenacidad se convirtió en un ejemplo para todo aquel que tenga un desafío por delante.
Su nombre es Elisa Forti y a sus 82 años cruzó por cuarta vez corriendo la Cordillera de los Andes. A esta epopeya del running que la tiene como protagonista se la conoce como “El Cruce” y consiste en competir durante tres días (con subidas, bajadas y hasta instancias en las que hay que trepar) con etapas que oscilan entre 25 y 40 kilómetros cada una. “En total, recorrí 104 kilómetros en 72 horas”, rememora Elisa con cierta liviandad, como si se tratara de una tarea de todos los días.
Aún con cinco hijos, siempre encontró un espacio para practicar deporte: representó a River en voley, nadó y jugó al tenis. Su romance con las carreras de aventuras llegó después de los 70 años y casi de casualidad. “Mi hija tenía una paciente que corría en Villa La Angostura y un día me enteré de que estaba por competir y la acompañé. Ya en carrera noté que mi estado físico estaba bien, entonces empecé a entrenar una vez por semana”, cuenta Forti y agrega: “A los dos meses y con 73 años, corrí 25 kilómetros en Tandil. A partir de ese momento nunca más dejé de correr”, dice.
Elisa afirma que el haber emigrado de la Italia de la posguerra forjó su carácter y su temperamento. “No le escapo al peligro. Si se me cruza una piedra en el camino trato de afrontarla”, asegura y cuenta que las distancias y el propio terreno de montaña no significaron un obstáculo para sus 82 años. “Nunca tuve miedo de no llegar. Sí la presión de hacerlo. En el caso de que no hubiera llegado a la meta… y bueno, ¿qué se le va a hacer? ¡Paciencia! Tal vez, me hubiera inclinado por otro deporte”.
Su familia la apoya en cada nueva largada. De hecho, dos de sus nietos se sumaron al desafío de la Cordillera en las ediciones anteriores. “Fue hermoso compartir esa experiencia con ellos”, se emociona. “Este año, una de mis hijas sacó un pasaje sin decirme nada y me esperó en la llegada. Cuando estaba terminando el recorrido, me sorprendí: ¡ahí estaba Adriana para alentarme en los últimos metros de carrera!”.
Sus compañeros de competencia no paran de felicitarla, es la mimada del grupo. “Al principio me llamaba la atención, no entendía por qué me dedicaban tantas palabras de aliento, si yo estaba haciendo lo mismo que el resto”, dice.
A Elisa, correr la libera, despeja su cabeza; y cruzar los Andes es un desafío que se propone: “Lo hago para no dormitar, para mantenerme activa. No sé si está bien o está mal a mi edad, pero esta es mi forma de ver la vida”, finaliza.
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