Thorsten Malchow, el ingeniero alemán que aguantó la crisis de 2001 y sigue confiando en el país
A Thorsten Malchow (55) no sólo le gusta el asado, sino que además lo prepara. Usa carbón porque en Caballito se le complica conseguir leña. Y lo hace en la parrilla que tiene en la terraza de su casa, "al estilo argentino", cómo le enseñó Juan, su amigo y ex cuñado. "Pongo la colita de cuadril entera. La cocino una hora y cuarto a fuego lento. La corto y la sirvo", detalla Thorsten, que es alemán pero vive en la Argentina hace 24 años.
"Llegué a este país porque conocí a una argentina y me casé en Alemania", relata en la sala de reuniones de TÜV Rheinland, la empresa germana donde trabaja hace 22 años. Habla con fluidez pero busca las palabras y su acento extranjero es notorio. Ingeniero especializado en depuración de aguas residuales, hace diez años convive con Susana, su segunda mujer, también argentina.
"Cuando yo tenía 28 años actuaba con un grupo de aficionados en Nuremberg. Entonces me hice muy amigo de un argentino que lo único que hacía era hablarme de lo mucho que extrañaba a su gente y la carne", recuerda Thorsten, que nació y se crió en Hamburgo, la ciudad portuaria del norte de Alemania. "Se quejaba porque allá todo era demasiado ordenado. Comentaba que en Argentina tenía mucha más libertad. Y me daba una visión muy sentimental e idealizada de su país. Todos solemos querer lo que ya no tenemos", agrega sentado en una silla giratoria que se balancea al compás de su relato.
Fue ese amigo argentino quien le presentó a su hermana, con quien Thorsten se casó y tras cinco años de matrimonio, después de terminar un doctorado, se vino a probar suerte a nuestro país. Aquí se separó, pero igual se quedó. Después de dos años trabajando como free lance, había entrado como auditor a la empresa TÜV Rheinland, dónde hoy es gerente general.
"Lo más difícil de llegar a Buenos Aires fue aprender a manejarme en el ámbito público", rememora sobre los comienzos. "Me resultó un verdadero shock cultural tener que hacer horas de cola en el banco para pagar la factura del teléfono. ¡Yo nunca en mi vida había hecho una cola! Por suerte ahora existe la tecnología, pero en los años noventa así funcionaba la burocracia local. En Alemania, si vos tenías un trabajo, no tenías que preocuparte por nada más. Yo estaba acostumbrado a cobrar mi sueldo, pagar el alquiler y tener todo asegurado", apunta el ingeniero.
¿Cómo resolvió la barrera idiomática? Antes de venir tomó clases de español para tener una base gramatical, pero aquí aprendió hablar, en la calle y con la gente. ¿La prueba de fuego? "Llevaba ocho meses en Argentina. Tenía que defender un proyecto ante los miembros de la Comisión de Obras del Consejo Deliberante de la ciudad de Azul. Cuando terminé la explicación del dibujo me agradecieron por "la introducción de muchos aspectos de la lengua española que no conocían". Nos reímos todos. Lo importante es que logré hacerme me hice entender", recuerda Thorsten y agrega que aquí la gente siempre le tuvo paciencia. Desliza, además, que tiene suerte porque en su profesión el dibujo funciona como lenguaje universal.
Y si de lenguaje universal hablamos, a Thorsten le fue bien con el amor como con el dibujo. En marzo de 2002, conoció en un pub a Susana, su actual mujer, que tiene tres hijas. Thorsten las define como "nuestras hijas", aunque no sean biológicas de él y las haya conocido en la adolescencia. Son Florencia (30), Carla (28) y Romina (25), que le dieron cuatro nietos: Martín (7), Tomas (5), Lautaro (2) y Valentina (7).
Con una altura que supera el promedio de los hombres argentinos y ojos celestes, el caballero que dos veces en su vida se enamoró –y enamoró– mujeres argentinas asegura que eso tiene poco que ver con la nacionalidad. Y como buen germano prefiere no expresarse a cerca de sus sentimientos más íntimos. Eso sí, a nivel sociológico arroja: "Creo que la gente, de alguna manera, es igual en buena parte del mundo. La mayor diferencia está tal vez entre Oriente y Occidente... Pero los porteños son bastante parecidos a europeos de las grandes ciudades".
CRISIS SUPERADA
Sin embargo, no todo fue romance en Buenos Aires. Nuestro país también lo puso ante una disyuntiva. "Sufrí las consecuencias de la crisis y en el 2002 pensé en volver a Alemania. ¿Tengo que aguantar esto?, pensé. Pero acababan de ascenderme. Y muchos me decían que si me volvía, lo estaría haciendo como "un pobrecito que huye de la situación". Yo no quería eso… Entonces decidí quedarme, bancar la situación y en todo caso, volver más adelante. Por suerte la cosa se acomodó y todavía estoy acá", revela sobre entonces, justo cuando entraba en su vida Susana, que es instrumentadora quirúrgica en el Instituto Fleni.
Asegura que viaja a Alemania dos veces al año, en promedio, para visitar a su madre, de 82 años y a su hermano, además de amigos. "Para nosotros la familia es igual que importante que para los argentinos, el tema es que nos manejamos distinto en las formas. Somos menos emocionales y más racionales. ¡Claro que a las madres no les gusta cuando se van los hijos! Pero las alemanas se controlan más que las argentinas para decir lo que sienten", apunta entre risas.
Y si hablamos de sentimientos, consultado sobre aquello que extraña de su país, Thorsten responde relatando hechos y situaciones. Una vez más y por idiosincrasia, no describe emociones en detalle. Aunque tampoco se molesta ante las preguntas de este tipo. Entonces cuenta que está mirando Tatort, una serie policial alemana que lo tiene cautivo y eso lo mantiene más cerca de su patria. Celebra que la tecnología le permite saber qué pasa en su país, así como hablar por teléfono con su mamá una vez por semana y cada tanto con sus amigos. "Mi madre mira por Facebook los movimientos de mis nietos y a veces sabe más que yo. Con la tecnología de hoy es mucho más fácil que en los años noventa", agrega.
Lo mismo en relación a las raíces que echó en Argentina. Porque Thorsten contesta sin dudar que tiene tres hijas, evita detalles conmovedores, pero con una anécdota deja en claro el vínculo. "En mi familia, los novios de las chicas son fanáticos del fútbol. Uno de Boca y el otro de River. No quiero conflictos. Por eso me mantengo neutral", apunta con contundencia. Eso sí, en su país es hincha del St Paoli, un club de 109 años, de Hamburgo, que juega en la segunda división germana.
En general, una vez al año lo visitan sus coterráneos, ya sea su madre o amigos, y se quedan en la habitación de huéspedes que tiene en su casa. "Al principio los llevaba a pasear, pero ahora que todos vinieron al menos una vez, reciben llave y hacen lo que quieren. Después de tantos años, ya no organizo tours. Pero los he llevado a todos lados. Más allá de Buenos Aires con La Boca y el Cementerio de la Recoleta, el Tigre es muy pintoresco. Creo que tomar la lancha colectiva y bajar a almorzar a un recreo es un must. Así como la Feria de Mataderos. Y la última vez que vino mi madre la llevé a San Antonio de Areco en el Día de la Tradición", relata y suena como un experto.
Después de asegurar que le encanta el tango, aunque no lo baila porque es muy duro, especifica: "Me gusta el tango contemporáneo, no el de 1930. De Astor Piazzolla, para acá, incluyendo el electrónico. La primera vez que escuché Gotan Proyect no podía creer. Fue después de la medianoche, mientras iba manejando por la ruta y sonaba Radio Nacional. Me pareció tan fantástico que estacioné el auto en la banquina para saber bien de qué se trataba. Al día siguiente fui a Notorious, porque sabía que si ese primer disco podía estar en algún lado, sería ahí. Y me dijeron que no lo tenían, pero que si lo conseguía, ¡que les trajera uno! Lo terminé encontrando en una disquería muy grande de Hamburgo".
Arraigado y feliz, aunque no lo diga, y todo sea una presunción por su semblante y las risas que se cuelan, Thorsten cuenta que cuando se incorporó en TÜV Rheinland había sólo siete personas, pero que ahora son 260 empleados. Y con picardía se queja: "Vengo a trabajar a la oficina de lunes a viernes. Los fines de semana juego al golf. Tengo una sana envidia por mis amigos que juegan los martes o los jueves".
Entonces, después de la carcajada, mira por la ventana que da sobre Cabildo, dónde el tráfico de las 18.30 es intenso, y reflexiona: "Tengo trabajo y me gusta. Soy afortunado. En Argentina los problemas son económicos y de seguridad. Si eso se resolviera, estaría todo fantástico. Es un país que tiene todo para estar bien: buen clima, riqueza natural, buen nivel cultural y profesional. Tiene el capital humano de grandes naciones, como Estados Unidos y Canadá. Creo que sólo falta organización".
Y haciendo gala de su pragmatismo, resume: "Siempre supe que en Buenos Aires tendría que acostumbrarme a una política sin certezas. No sé si me imaginaba que todo sería tan inestable. Tuve razones para preocuparme en abundancia, pero traté de ser práctico y resolver, como buen ingeniero. Entonces, si afuera llovía, no me ponía a llorar… Salía con paraguas y ¡punto!".
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