Thomas Halliday: “Que la vida permanezca tras una extinción masiva no debería ser motivo de confort”, advierte el paleontólogo
El científico escocés asegura que, aunque los humanos tendemos a pensar que somos algo intrínseco al planeta, solo somos una parte en una pequeña porción de su historia
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MADRID.– Thomas Halliday (32 años, Edimburgo) aclara que no decidió ser paleontólogo porque la película Jurassic Park le cambiara la vida. La realidad fue mucho menos novelesca: tras estudiar biología en la universidad durante varios años, en el último curso asistió a varias clases de paleontología y optó por seguir ese camino, que le llevó a publicar Otros mundos (Debate). Con esta historia, que escribió en menos de 18 meses, pretende hacer frente a las ideas preconcebidas sobre el pasado de la Tierra, como la de que estaba habitada por seres monstruosos que arrasaban con todo a su paso: “Quería presentar a los seres vivos que solían habitar nuestro planeta como tales, como criaturas”, explica.
El autor tejió el hilo narrativo partiendo de lo más reciente hasta lo más remoto, sin dejar ninguna de las grandes extinciones que tuvieron lugar en el pasado, como la que acabó con los dinosaurios tras el impacto de un meteorito de 10 kilómetros de ancho. Con una sugerente prosa, describe al detalle los ecosistemas que ya no existen, de forma que el lector se encuentra, de pronto, en medio de la estepa de los mamuts, rodeado de pingüinos de dos metros de altura, en compañía de dinosaurios del tamaño de un perro o en Pangea, cuando todos los continentes eran uno solo. Halliday busca viajar en el tiempo y llevarnos con él. Durante una visita relámpago a Madrid, atiende a EL PAÍS en las oficinas de la editorial Penguin Random House.
–¿Cuándo empezó a tener inquietudes sobre la naturaleza?
–Crecí en las Tierras Altas escocesas, viendo los pájaros, los ciervos… Era un sitio maravilloso para un niño de 10 años.
–¿Qué le llevó a escribir esta historia?
–Fueron varias razones. Entre ellas, la manera en la que la paleontología se presenta al público, normalmente de forma monstruosa, con dinosaurios agresivos que tratan constantemente de comer todo independientemente de si tiene algún sentido hacerlo o no. La gente suele conocer la Edad de Hielo y algo sobre la era de los dinosaurios o sobre la explosión cámbrica, pero entre esas fases hay muchas lagunas que son igualmente interesantes y que quería mostrar.
–¿Cómo fue el proceso de escritura?
–Decidí al principio dedicar un capítulo a cada edad geológica. Elegí enclaves de todo el mundo con el objetivo de que todos los continentes modernos estuvieran incluidos, y así poder representar también la diversidad de los ecosistemas que existieron. Si solo hubiera elegido los lugares mejor preservados, hubieran sido todos lagunas someras y no habrían aparecido lagos que hubo en las montañas y otra variedad de ecosistemas.
–¿Viajó a los enclaves que incluye en el libro?
–No. Como son sitios que existieron hace millones y millones de años, si los visitáramos ahora, serían extremadamente diferentes. Estuve en lugares que son similares, análogos, pero que se encuentran en otros sitios. Para escribir la historia me basé en parte en esos otros sitios para que el proceso fuera un poco más inmersivo.
–A lo largo de la historia menciona varias veces que hay que imaginarse hasta cierto punto el pasado. ¿Qué margen de error hay?
–Todos los elementos fácticos están basados en evidencia científica. Puede ser directa, a partir de la anatomía de un esqueleto, por ejemplo, o indirecta, con aspectos que haya que inferir, como comportamientos con los que haya que establecer analogías entre los animales extintos y los de la actualidad. Ves un animal ahora y puedes imaginar cómo fueron sus antepasados. La parte que tiene que ver con la imaginación es el sentimiento de cómo reaccionas tú ante el pasado. Obviamente, hay partes que están mejor sostenidas con evidencias científicas que otras, pero cuando hay un conflicto entre teorías, en aras de la narración, tomo solo una de las teorías plausibles, la que mejor respaldada esté. Lo que tiene la escritura de ventajoso es que, cuando estás describiendo con palabras, puedes obviar lo que realmente no sabes y hablar solo de lo que estás seguro, mientras que en una pintura, por ejemplo, no puedes dejar a un animal sin una parte.
–En el libro habla de la ilusión de estabilidad que tenemos los humanos. ¿Cómo podríamos relacionar eso con el cambio climático y con los miedos que tenemos sobre el futuro?
–Los seres humanos tendemos a pensar que somos algo intrínseco al mundo, pero únicamente somos una parte del mundo que existe ahora mismo, que es una porción muy pequeña de toda la historia del planeta. Hay una idea de fragilidad en la vida. Lo que nos demuestran los fósiles es que aquellos mundos que existieron y prosperaron han desaparecido. La vida en sí misma permanece, pero la forma en la que lo hace, las formas de vida, pueden cambiar radicalmente.
–Hay varios capítulos que abordan cambios disruptivos, grandes catástrofes, como el impacto del gran meteorito que acabó con los dinosaurios. ¿Podría decirse que el cambio climático es el más brusco que ha vivido la Tierra? ¿O qué lo diferencia de los que han tenido lugar antes?
–La extinción causada por el meteorito fue singular. Es la única que, además, se produjo por un agente externo o extraterrestre. Las demás fueron causadas por cambios climáticos en espacios de tiempo relativamente cortos. Los cambios que estamos viendo hoy en día son tan rápidos o más todavía de los que se produjeron en anteriores extinciones masivas. Si pensamos en el cambio que se dio al final de la Era Pérmica, hace 250 millones de años, pasaban cosas bastante similares a las que ocurren ahora, como el oxígeno desapareciendo del fondo de los océanos, la presencia de grandes cantidades de gases de efecto invernadero (que entonces emanaron de una zona volcánica del tamaño de Australia y hoy es por la emisión de los combustibles fósiles)… En aquella extinción desapareció el 95% de la vida.
–Haber escrito este libro y haber visto que, a pesar de haber sucedido situaciones tremendamente catastróficas, la vida siempre permanece de una u otra forma, ¿le ha ayudado a ser optimista con respecto a la situación actual del mundo?
–No necesariamente. Creo que soy optimista, pero más que por eso porque confío en que, como sociedad, podemos ver lo que está ocurriendo, lo que estamos haciendo, y tenemos la capacidad de prevenirlo. El hecho de que la vida permanezca tras una extinción masiva no debería ser motivo de confort porque, cada vez que una ocurre, la vida vuelve de una forma totalmente diferente y el mundo del Cretácico o el del Paleoceno, aunque fueron cercanos, eran enormemente distintos entre sí.
–En Otros mundos explica cómo la política y la construcción de las fronteras influyeron en la gestión de las especies autóctonas y en que se consideren foráneas incluso cuando llevan millones de años en una zona. ¿De qué otras formas influyó la política en la naturaleza?
–Como seres humanos modificamos continuamente nuestro entorno. En el Reino Unido mucha gente piensa en las Tierras Altas escocesas como lugares salvajes, idílicos… pero fueron transformados radicalmente por la agricultura, la actividad forestal, la caza… El ecosistema natural en Escocia debería ser un bosque lluvioso si no hubiera sido modificado, pero ahora son montes. Muchas personas viven en estos hábitats y tiene que disponer de un sustento, así que también es importante pensar no solo en “salvar a las ballenas”, sino en cómo puede afectar eso a las personas, en cómo van a poder subsistir.
–A lo largo de la historia, los animales (y los humanos desde que existimos) se han adaptado al medio. ¿Diría que ahora se están adaptando más rápido a los cambios?
–La adaptación está condicionada por el tiempo que tarda una generación en producir la siguiente. Los animales que tienen procesos generacionales más largos tienden a extinguirse más deprisa. Ahora hay microbios que se adaptaron a comer plástico y tienen tiempos de generación muy breves, por lo que pueden evolucionar muy rápidamente. Y la velocidad a la que estamos cambiando nuestro entorno es demasiado rápida para que la mayor parte de los organismos se adapte. A veces pueden seguir el ritmo del entorno, pero no siempre es posible, sobre todo en lo que se refiere a los polos o a las montañas, donde hay un espacio limitado.
–¿Qué es lo que más le llamó la atención durante su investigación?, ¿Tal vez los monos que cruzaron el Atlántico en balsas naturales durante el Oligoceno (hace 32 millones de años)?
–Esa es una historia muy bonita, de las que cuesta creer. Todos los monos de Sudamérica descendieron de una población ancestral que de algún modo llegó desde África. Los paleontólogos del pasado trataron de averiguar cómo sucedió. Se imaginaban unos puentes terrestres por los que habían cruzado, pero no hay pruebas de que existieran. Sabemos que algunas especies pueden cruzar grandes extensiones del océano. Por ejemplo, las iguanas de Antigua cruzaron de una isla a otra y los pescadores fueron testigos. Esa es una distancia más pequeña, pero cuando hablamos de los períodos de tiempo geológicos hay suficiente tiempo para que todo esto suceda. Realmente creo que esa es la mejor anécdota, puedes imaginarte a los monos en la balsa sin saber qué estaba pasando.
Por Clara Rebollo
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