Theodore Roosevelt: “Un yanqui representativo, que tiene en su cerebro grandes cosas”
Hace poco más de un siglo, Rubén Darío, cronista en LA NACION de cuya muerte se cumplen cien años, escribía retratos como éste que más tarde se convirtieron en piezas maestras del género
Un ex editor escritor –nombro a Savine– acaba de mostrar a los franceses, documentada, espiritual y anecdóticamente, la figura curiosa y maciza de Teodoro Roosevelt, presidente de los Estados Unidos, ante la cual los franceses se extrañan, pues les da un raro parangón al lado de las figuras semejantes que están acostumbrados a ver en esta real república latina. El arte de ser presidente de la república tendría muchos capítulos, pues ellos corresponderían a las diferentes repúblicas en que ejerciesen sus funciones esos presidentes, a los distintos caracteres de los pueblos y al ideal propio de cada personaje.
Entre los anglosajones hay tipos, desde el Washington de la hachita hasta el Roosevelt de rifle y pluma, que se hace admirar de unos y temer de otros. Y aquí, son varios, desde Thiers, desde Mac Mahon el mariscal honesto abogado de Montellmar, pasando por el burgués Grévy de las carambolas, el estirado Félix Faure de menestral memoria, y Carnot, cuyo nombre era un título y cuya muerte fue fatal.
No me referiré á los presidentes de nuestras diferentes civilizaciones latinoamericanas, porque allí el arte es complicado, en la inorgánica democracia, ni a los suizos ya tradicionalmente encasillados en el funcionalismo. Quiero ir, desde luego, a esa brava y bizarra personalidad del actual gobernante de los Estados Unidos, un poco teatral en nuestra América, como lo es en Europa la del lírico Hohenzollern, que mantiene en Berlín la poesía y nobleza de su tradición, fuerte baluarte de las decadentes monarquías, y único digno de llamarse hoy César.
Se sabe que Roosevelt junta, entre otras, dos condiciones que se creerían contrarias, el ser hombre de letras y hombre de sports. Hace libros y caza osos y tigres. Se hace así simpático para sus compatriotas, que tienen en medio de sus cosas colosales y de sus ímpetus y plétoras, mucho de niños, hijos del enorme pueblo adolescente que encarna hoy en el mundo la ambición y la fuerza.
Llega a Europa el influjo del nombre Roosevelt bajo la grandeza conquistadora que significa el pabellón de las estrellas. Se conoce por las informaciones de la prensa no solamente el varón público, sino el ciudadano particular. Se saben sus andanzas de político y sus paseos de campo, y que arenga a las multitudes, y que se va a caballo a las montañas o a los llanos, en donde su espíritu y su cuerpo encuentran ejercicio e higiene; que así va corriendo espacio y bebiendo viento en animales rudos y briosos, «que no son conejos», en faenas y hazañas que lo unen a la bravía naturaleza, y le afianzan en los estribos de la vida, haciéndose aplaudir por prácticas lecciones de energía y de audacia. Se sabe que ese típico yanqui es producto de sangres mezcladas, fruto de inmigraciones, pues tiene de hugonote francés, y abuelos escoceses é irlandeses; y base holandesa; y así, dice uno de sus biógrafos, «a la Holanda debe Teodoro Roosevelt sus hábitos juiciosos, su actitud sólida; a la Escocia su fineza; a la Irlanda lo que han en él de combativo y de generoso; a la Francia su vivacidad, su imaginación, su audacia: semejante fusión de sangres no puede producir sino un ser viril, original, sincero, equilibrado.» Cuéntanse sus proezas gimnásticas de la juventud, su infancia activa, sus aficiones a las disciplinas corporales que le hicieron de antaño buen jinete, buen andarín, buen tirador y boxeador. Tiene la especialidad de singulares puñetazos.
En la 20ª Calle Este de Nueva York pueden ver los transeúntes la casita de tres pisos y dos entradas, en donde nació Teodoro Roosevelt, y en Long Island, ante esbeltos árboles, la vieja mansión familiar, de aspecto un poco pompeyano. Y allá, a las orillas del pequeño Missouri, entre vegetación y al lado de graciosas colinas, la estancia de que él tanto se ha ocupado, el «rancho» de sus impresiones rurales. Famoso gentleman-farmer, ha jineteado como un cowboy, ha vestido la camisa campesina de pechera bordada, el áspero pantalón, el zapato fuerte en el que se afianza bien la espuela; ha lazado toros y competido con los mejores rancheros antes de ir á habitar su bonita casa de Washington, coqueta y florida, rodeada de verjas.
La fotografía nos lo ha hecho ver en los aires, sobre su potro saltador; o vestido con su uniforme de teniente coronel de los célebres Rough Riders, con la U. S. V. al cuello de la chaqueta de doble bolsa, el sombrero de ala recogida a un lado, las manos con fuertes guantes, y el inseparable lorgnon que deja ver la mirada decisiva y voluntaria. Y a caballo, a la cabeza de sus soldados de vuelta del ejercicio en San Antonio de Texas, en compañía de su amigo el coronel Wood, firmó sobre sus mejicanas estriberas de cuero. Así se batió con las tropas españolas en la manigua cubana.
Ya le vemos risueño como un colegial presenciando un match de football, o de jaquette y sombrero de paño en el extremo de un vagón desde donde perora exponiendo plataformas en plataformas. Sobre estrado lleno de flores habló en California ante un concurso de estudiantes en pro de la candidatura Mackinley entre banderas y estandartes; y ante un auditorio de varios mejicanos, allá en el Gran Cañón, fue eficaz su decir verboso. Obscuro es su caballo favorito. En él se recrea, cuando va a tener descanso de sus fatigas de político en las playas de Oyster Bay, en donde su casita de campo alza sus techos rojos entre las arboledas. Allí anda en sus veraneos con sencillos ternos de franela blanca, y se le viene en deseo un poco de rowing, allí tiene el bote ligero y los remos listos.
Se ha hecho de nombre mundial su hija Alice, princesa democrática á quien el Kaiser hizo madrina de su yate. En la Casa Blanca Mrs. Roosevelt sabe ser señora de su casa y, de otro modo que Mme. Loubet, aunque no menos eficazmente, mantiene el charme de sus salones, en donde el cuerpo diplomático pasa horas deliciozas. Algún día la pluma gallarda de Martín García Mérou podrá decirnos el encanto de esas veladas.
Hay un grupo fotográfico del presidente y su familia, que revela el ambiente de su home. Están en un jardín, con la copa de un frondoso arbusto de fondo. Está la señora Roosevelt, sonriente, con su niño menor a quien abraza; está Ted junior, parecido a su padre, como él miope y de rostro enérgico, aunque delicado de constitución; está Alice, de ojos sensualmente soñadores, de una belleza misteriosa e inquietante, a pesar de su educación americana; está Quentin, fino y travieso, Kermit y Archibald, de aspecto de niños estudiosos y dulces; y la otra hermanita, vigorosa y bien empernada, llena de salud y fragancia de vida; y está el papá terrible y, bonenfant, con botas de montar y el panamá en las rodillas. Se ve una familia feliz, llena de las comodidades que da el dinero, pues el presidente es muy rico y dichosa en el mutuo afecto y en el libre goce de la existencia.
Y así quieren los yanquis a su presidente, que lo mismo se pone la toga obscura y el cuadrado gorro de la universidad de Yale, como coge la carabina y se va al monte, gran cazador delante del Eterno; o pronuncia un discurso, o comete el sacrilegio norteamericano de invitar á comer a un negro, aunque ese negro se llame Booker Washington, o dirime una cuestión sportiva [sic] en el campo mismo del ejercicio; o indica una mejora en el ejército, o habla de versos y de arte con su ministro Hay, que es poeta. Y en tal señalado día se deja triturar la diestra presidencial por los innumerables ciudadanos de los Estados Unidos, que van a estrecharle la mano; y siempre atento a la máquina gubernamental, da la dirección que conviene á su política, halaga el espíritu nacional, el orgullo de esos modernos romanos; conversa afable con los periodistas, comprendiendo que la potencia actual se basa en la incontrastable fuerza de la prensa; predica el cultivo del propio individuo en páginas que son lecciones de voluntad humana; da gracias á Dios oficialmente un día al año, en la libertad de todos los cultos y en comunión con todas las razas de la tierra que se funden en el crisol anglosajón; es el campeón de la vida intensa; se manifiesta como un excepcional obrero de progreso, en ese inmenso y pletórico país, como un ejemplar de hombre completo, en la actitud constante de todas sus energía; fuerte de la fuerza de su carácter y tan lejos del buen hombre Ricardo como del mal hombre Zarathustra; pero, y esto es lo grave para nosotros los hispanoamericanos, constituyendo un peligro para la América conquistable, el peligro de un director de apetitos imperialistas que se han manifestado desde Filipinas y Puerto Rico hasta la reciente broma de Panamá, ese es un buen capítulo del arte de ser presidente de la república, para el antiguo combatiente de Siboney y de las Guasimas.
Por lo demás, se prepara actualmente para un nuevo período, a pesar de la temible competencia del honesto y grave juez Parker. Neoyorquino puro, tiene en su sangre el hervor de la soberbia metrópoli; su tenacidad es heredada de aquellos sus tíos maternos los Bullock, que anduvieron a cañonazos en la guerra de secesión, y de los tíos Roosevelt, que no por tener muchos millones dejaban de bregar en duros trabajos. Fue educado al aire libre y hecho á la vida libre, y cuéntase que sus lecturas de infancia fueron historias de aventureros audaces, hazañas narradas por Irving y Fenimore Cooper, y los cuentos y sagas de los navegantes escandinavos, de los wikings, narraciones de combatientes y gestas de conquistadores. «A los seis años, dictaba a su madre pequeñas fabulaciones de su invención, en que los animales hablaban como los hombres, y en donde los héroes eran todos Sansones y Hércules». Ya después ha demostrado perseverar en el gusto de arduas proezas. Es digno de su pueblo. Es un yanqui representativo. Tiene en su cerebro grandes cosas. Tengamos cuidado.
bio
Profesión: político
1858-1919
Theodore Roosevelt se convirtió, en 1901, en el presidente más joven de los Estados Unidos. Fue un verdadero personaje de la época, y no sólo para su país sino para todo América latina. Mucho contribuyeron algunos rasgos de su personalidad, entre ellos su carácter expansivo, su pasión por el deporte (practicó boxeo) y sus posiciones progresistas, aun a pesar de su origen republicano. Actuó como precursos del ecologismo y se convirtió además en el primer estadounidense en recibir un Premio Nobel, el de la paz
Rubén Darío
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