Sergio Méndez es el único habitante de Punta Mejillón en la costa de esa provincia; formó parte de un equipo que encontró las huellas del Rionegrina pozosaladensis, una especie prehistórica que medía hasta tres metros
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PUNTA MEJILLÓN, Río Negro.- “Todos sueñan con vivir en el paraíso, pero nadie se atreve. Yo lo hice”, confiesa Sergio Méndez, el único habitante de este paraje desolado en la costa rionegrina a 120 kilómetros de Viedma y a la misma distancia de Las Grutas. Hace muchos años algunos soñaron con hacer un poblado aquí, pero los médanos vivos taparon las casas. La belleza marina del lugar es íntima y encantadora. “Nuestro mar tiene perlas, pero Punta Mejillón es el diamante de la costa argentina”, cuenta Méndez.
Nació en Rosario y cuando vio las primeras señales de violencia, supo que había que salir. Su brújula lo llevó a Punta Mejillón, en las antípodas del litoral. Soñó con vivir con su familia, pero en la decisión solo había espacio para uno. Construyó una casa y aceptó el desafío de ser el único ser humano en una costa que tiene 35 kilómetros de extensión. “Vivir solo no es para cualquiera, tenés que estar muy bien de tu salud mental”, dice Méndez. Aislado, y sin capacidad de acudir a nadie, halló paz frente a un mar de aguas tibias y cristalinas.
“Existen otras maneras de vivir”, reclama Méndez. En su autoexilio, sabe de lo que habla, lo ha comprobado. Con los años se ha convertido en un personaje conocido en la costa rionegrina. Su casa está sobre un médano y alrededor de tamariscos que lo apuntalan. En un rincón hizo su hogar un pingüino que suele visitarlo durante el año. Tiene una radio VHF y una antena que recibe una lejana conexión de internet y con eso se comunica con el mundo. La electricidad la genera por pantalla solar y generador y no tiene agua potable. Depende de un camión cisterna que llega cada dos semanas de Viedma.
“Quiso ser un pueblo y no pudo”, dice Méndez sobre Punta Mejillón o Pozo Salado, como también se conoce al paraje. Algunos comenzaron a construir sus casas para veranear, pero durante el año los médanos cumplieron su función en la costa, acompañar al viento: casi todas están tapadas de arena y solo de algunas se ven los techos. “La vida es muy dura a veces en el mar”, reflexiona. Los que decidieron vivir en ese embrión de pueblo, no aguantaron más que algunos meses, y de todo eso, quedó “El Negro”, como lo llaman a Méndez. “No tengo tiempo de aburrirme”, agrega.
Tesoro
Punta Mejillón es un tesoro paleontológico. Sus playas no tienen contaminación de ningún tipo, y no han sido modificadas ni intervenidas por el hombre moderno. En sus acantilados y en su costa es posible ver a simple vista fósiles y rastros de fauna de la prehistoria, es un viaje en el tiempo. “Se puede ver con claridad el periodo mioceno”, dice Méndez. En su vida de ermitaño ha recorrido toda la costa y ha hallado vestigios de esta era geológica. Algunos descubrimientos son sorprendentes y han tenido repercusión internacional.
Es habitual que geólogos, biólogos y paleontólogos visiten la casa de Méndez. “Encontramos las únicas huellas del kelenken, el ave del terror”, dice. Ayudó al guardafaunas Víctor Ulloa (Punta Mejillón comparte la costa con la Reserva Caleta de los Loros) en el descubrimiento de restos de pisadas de este carnívoro, que fue el ave más grande que pisó el planeta, medía tres metros de altura y podía correr hasta alcanzar una velocidad de 80 kilómetros por hora. Habitaron la mitad del mioceno, hace 15 millones de años cuando el mar estaba más retirado de la costa y la ubicación en la actualidad de este era una zona cenagosa.
El hallazgo fue publicado por la revista Nature. Méndez participó del equipo, hizo las veces de baqueano y se encargó de la logística. Bautizaron a estas huellas (se pueden ver a simple vista y son únicas en el mundo), como Rionegrina pozosaladensis. “Les pedí que Pozo Salado estuviera presente en el nombre”, señala Méndez. “Rionegrina exhibe un conjunto de características morfológicas que difieren de cualquier nombrada y de huellas fósiles o existentes previamente registradas”, se lee en la prestigiosa publicación. Algunos sostienen que el “ave del terror” fue la última evolución de los dinosaurios.
Quitapenas
“Todo el tiempo me encuentro con fósiles o pisadas, esto tuvo mucho vida en la prehistoria”, cuenta Méndez. En marzo de 2023 también estuvo con un equipo de científicos liderados por el paleontólogo Rubén Juárez que desenterraron un megaterio con su cabeza completa. El estado de conservación de todas las piezas que vislumbra y señala Méndez es perfecto.
Su vida y sus hallazgos, la situación de ser el único humano rodeado de vestigios de vidas pasadas de eras pretéritas, atrajo la atención de la televisión pública japonesa, quien tomará el descubrimiento del megatorio como disparador para hacer un documental sobre esta realidad.
Cuando baja la marea, la playa se extiende cientos de metros, entre el cielo, el mar y la arena mojada se logra un efecto espejo que obnubila los sentidos. “Es la playa más bella del mundo”, confiesa. “Todos los argentinos deberían venir a conocer este paraíso”, agrega. Para hacer realidad este deseo, levantó sobre su casa algunas habitaciones, una sencilla construcción que tiene un gran beneficio: ventanas con vista a todo este escenario de lujos simples, la costa solitaria, el mar y sus resplandores multicolores.
Llamó “Hostel Los Alpatacos” a su hospedaje donde él es quien atiende personalmente a los conjurados que llegan a vivir en esta burbuja de silencios y atardeceres soñados. “Ves amanecer en el mar”, describe la experiencia. “Esta belleza es única, a veces me encuentro hablando solo y me siento feliz”, afirma Méndez.
“El servicio incluye el uso del Quitapenas”, dice Méndez. Se trata de un balcón donde invita a todos las personas que llegan a que en algún momento se paren allí y exorcicen sus pesares en una confesión directa con el mar.
Aprendizajes
¿Cómo es la vida de un ermitaño marino? Una vez al mes va a Viedma, hay dos maneras de llegar hasta allí, por la ruta 3 (está a 30 kilómetros) o por la 1, la única costera de la Argentina. Compra todas aquellas cosas que no puede hacer por su cuenta. Harina, remedios y elementos que haga falta para solucionar cualquier problema. “No me puede faltar un clavo”, dice. El combustible es un bien preciado, y de alto costo. Luego la naturaleza le provee de todo. En las restingas cuando baja la marea quedan lenguados, róbalos, cornalitos, mejillones y todo lo que el mar le regale. Amigos de estancias vecinas le proveen de algún cordero.
Punta Mejillón es una playa deseada, el hospedaje de Méndez le da la posibilidad al viajero de poder pasar la noche. Antes olvidada y solo visitada por pescadores, la costa de Río Negro luce una constelación de pequeños pueblos y parajes frente al mar que componen una plataforma de destinos soñados que son ahora descubiertos, como Bahía Creek, un pueblo de seis habitantes a 20 kilómetros de distancia. “Llegan turistas que se cansaron de las playas masivas y buscan tranquilidad y conocer una costa diferente y solitaria”, dice Marisol Martínez, directora de Política Turística de la región este de Río Negro.
“No me falta nada, soy un privilegiado, pero a veces se extraña una palmada en el hombro”, confiesa Méndez. En el aprendizaje de su vida en soledad, las fortalezas y debilidades de su decisión de separarse del mundo las puede enumerar, principalmente las primeras. “Aprendí a cuidarme y a oír mi cuerpo”, dice. Con el conocimiento que cualquier paso en falso puede significar el peor escenario, sale cuando realmente lo necesita. Una enfermedad es una ventaja que no le puede dar al mar. “Aprendí a poder sobrevivir a las tormentas y al viento, a saber qué hacer en la adversidad”, dice.
La vida en Rosario quedó atrás, tiene hijos con los que se comunica por WhatsApp. Una televisión es un elemento de otro tiempo en su cocina, un cuadro oscuro sin ningún mensaje. Una conexión satelital le muestra imágenes de un mundo que conoce y que no extraña, pasa días sin encenderla. Desde su unigénita existencia, puede ver al mundo y al país con una perspectiva de contemplación. “Veo al mundo caer, cada vez más guerras, más contaminación ambiental, estamos yendo para atrás”, indica.
“Ojalá que la película de nuestro país tenga un final feliz”, desea Méndez. Ve luces de esperanza. “Todavía tenemos en nuestro país valores que se están yendo del planeta, la Argentina puede ayudar a cambiar al mundo”, se entusiasma. El verano se termina y comienza a intuirse el largo otoño e invierno. Algo lo desvela, hace poco en sus exploraciones halló pisadas que podrían ser humanas y de una antigüedad que podría cambiar la historia de nuestra especie en el cono sur. Para los largos meses que vendrán se prepara, escribió un libro y tiene intenciones de hacer otro. “Siempre tenés que tener la mente en movimiento”, señala.