¿Tengo un TOC? Claves para identificar una enfermedad que a menudo se vive entre la vergüenza y el silencio
Los especialistas creen que el trastorno obsesivo compulsivo está infradiagnosticado, además de banalizado; en qué consiste realmente y las terapias que ayudan
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MADRID.– Quién no contó alguna vez los escalones de su casa, pensó que se dejó una canilla abierta y tuvo que volver a comprobarlo, o se negó a entrar en algún servicio público por miedo al contagio. Esto es frecuente incluso en personas maniáticas que no dan importancia a estas acciones ni viven los pensamientos que las preceden con angustia. Sin embargo, las personas con trastorno obsesivo compulsivo –el TOC– se sienten invadidas por ciertos pensamientos de este tipo que perciben como absurdos y sufren por ello.
Las manías del TOC tienen que ver con ideas, sonidos, imágenes o impulsos que aparecen de forma involuntaria, recurrente, insistente y que la persona las define como irracionales. No nos referimos a preocupaciones normales de la vida como llegar a fin de mes o que se estropee el auto. Las ideas en el TOC pueden ser de todo tipo: religiosas, metafísicas, de protección ante peligros, de orden y simetría, de precisión, referentes al paso del tiempo, sexuales… Cuando aparecen, desencadenan un torrente de ansiedad y culpa.
Provocan tanto malestar que el afectado intenta ignorarlas o huir de ellas con compulsiones: actos motores repetitivos de limpieza (lavarse las manos constantemente), comprobación (cerrar varias veces la puerta) o mentales (rezar, repetir frases, contar baldosas). Con la compulsión, la obsesión se diluye. Al menos, temporalmente. El problema es que estas compulsiones refuerzan esa idea que aparecerá, de nuevo, con más intensidad. Como consecuencia, la persona tiene comportamientos o pensamientos que, con el tiempo, afectan su vida personal, laboral y a su entorno.
Las investigaciones señalan que las personas que sufren TOC suelen poseer creencias denominadas “fusión pensamiento-acción”: sobreestiman el grado de probabilidad de que algo ocurra por haberlo pensado. Por ejemplo, si pienso que podría tener un accidente, es más probable que lo tenga. En otras ocasiones, creen que tener un pensamiento intrusivo inaceptable es el equivalente moral de haber realizado ese hecho: si pienso que quiero hacer daño a mi madre, es tan malo como hacerlo. También pueden sobredimensionar la responsabilidad de evitar que ciertos eventos ocurran: si cuento los interruptores de la casa, mi padre no tendrá un accidente.
No hay que confundir el TOC con la personalidad obsesivo-compulsiva, que caracteriza a personas rígidas, inflexibles o perfeccionistas. Psiquiatras expertos como Jerónimo Saiz o Ángela Ibáñez señalan que esta enfermedad podría afectar a entre el 2% y el 3% de la población y que es un trastorno altamente infradiagnosticado. Empieza, generalmente, en la adolescencia, pero suele haber un retraso en el diagnóstico y la búsqueda de atención profesional de 8 a 17 años. No muestra diferencia de género y existe una menor posibilidad de inicio a partir de los 35 años. A menudo se vive de manera vergonzosa y en silencio, lo que es un obstáculo para su diagnóstico. Tampoco ayuda la banalización que se hace socialmente.
Cuando se empiezan a notar síntomas que dificultan la funcionalidad de la persona en las actividades diarias, laborales o relaciones sociales, es conveniente consultar a un profesional de la salud mental. La terapia es clave para convivir con el TOC. La cognitivo-conductual no consiste en luchar contra los pensamientos, imágenes y emociones, sino que trata de exponer progresivamente a la persona a su propia idea obsesiva para desensibilizarlo y que no necesite recurrir a las compulsiones que perpetúan el trastorno; la terapia ayuda a comprender que no se pueden controlar los pensamientos, pero sí lo que se hace con ellos. El tratamiento con fármacos es también eficaz y recomendable. Otro aspecto importante es la comunicación sin tabúes con las personas del entorno. El apoyo mutuo entre personas que están pasando por lo mismo alivia.
Existen libros para afectados y familiares, como Venza sus obsesiones, de Edna Foa, o Dominar las obsesiones: una guía para pacientes, de Pedro Moreno, donde se orienta a las familias. También existen títulos adecuados para niños, como Qué puedo hacer cuando me obsesiono demasiado, un libro para ayudar a los chicos con TOC, de Dawn Huebner. En Una vacante imprevista, J. K. Rowling –conocida por ser la autora de la serie de Harry Potter– introdujo a un personaje con TOC inspirándose en su experiencia personal. La escritora lo sufrió cuando era adolescente y no podía parar de hacer listas para verificar que todo salía correctamente.
Damián Alcolea, en su libro Tocados, presenta partes autobiográficas en las que narra la historia de un actor que padece TOC y tiene que aprender a superar sus miedos para poder trabajar. Alcolea encontró su don en el teatro. “El camino de la vida es la búsqueda para encontrar nuestro don y ponerlo al servicio de la comunidad”, afirma. Él cree necesario introducir el TOC en la sociedad y evitar que se confunda con una excentricidad. Cuenta cómo vivió años de sufrimiento en soledad por miedo a ser rechazado. Considera que, cuando aceptó lo que tenía y lo contó con naturalidad, los demás lo apoyaron mejor.
Muchas veces, el objetivo es manejar el TOC, que esté controlado y no invalide la vida. Como sociedad, hay que aprender a mirar al otro, escuchar las capacidades de quienes tenemos en frente, más allá de las apariencias. La verdadera discapacidad es tener una actitud de juicio ante los demás.
Por Patricia Fernández Martín*
*La autora es psicóloga clínica en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid
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