“Tendríamos que haber escuchado”: todas las alertas que los científicos ignoraron sobre la amenaza de la viruela del mono
Como un estremecedor eco de la pandemia de coronavirus, más de una década de advertencias anticiparon el brote global
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WASHINGTON.– Como un estremecedor eco de la pandemia de coronavirus, más de una década de advertencias anticiparon el brote global de viruela símica, conocida como “viruela del mono”, que ya registra casi 32.000 casos, un tercio de ellos en Estados Unidos.
En 2010, los investigadores médicos informaron que los casos de viruela del mono en la República Democrática del Congo se habían multiplicado por veinte desde la década de 1980 hasta mediados de los 2000 y advirtieron que si ese crecimiento no era enfrentado, “el mundo perderá la oportunidad de combatir el virus mientras su alcance geográfico es acotado”, como escribieron la epidemióloga Anne Rimoin, de la Universidad de California, y los coautores del informe en Proceedings of the National Academy of Sciences, la revista oficial de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos.
La segunda voz de alarma se oyó a fines de 2017, cuando las autoridades sanitarias de Nigeria confirmaron el primer caso en el país en casi 40 años: un niño de 11 años llegó al hospital con lesiones en la cara y las extremidades, y sospecharon que era viruela del mono.
“La enfermedad se había presentado de manera bastante inusual para ser viruela símica”, dice Dimie Ogoina, el médico que trató al niño en aquel momento. Las lesiones que tenía, incluidas algunas en el interior de la nariz, eran más grandes que las marcas usuales de la viruela y los médicos se dieron cuenta de inmediato de que no podía tratarse de un caso aislado. Dos parientes del niño dijeron haber tenido síntomas similares. Ogoina y sus colegas del Hospital Escuela de la Universidad Delta, en Nigeria, confirmaron el diagnóstico de viruela del mono y dieron aviso a las autoridades.
El informe que publicaron dos años después, en 2019, concluía que ya había transmisión interhumana del virus y no solamente de animales a humanos. Además, parecía contagiarse de una manera nueva y potencialmente peligrosa: por contacto sexual. La mayoría de los infectados era varones jóvenes, mientras que los brotes anteriores de viruela símica en la región habían afectado sobre todo a los niños.
En su propio informe de 2017 sobre el brote en Nigeria, la Organización Mundial de la Salud (OMS) señalaba que “la naturaleza del contacto persona a persona que provoca el contagio debe ser estudiado, ante la sospecha de que se transmite sexualmente”.
Pero la comunidad científica en su conjunto no hizo demasiado caso: apenas ocho meses después de la publicación del informe de Ogoina y sus colegas, el nuevo coronavirus SARS-CoV-2 se empezó a esparcir por el globo y eclipsó cualquier otra preocupación sanitaria.
Aquellos casos de viruela símica de 2017 en Nigeria –donde se habría originado el brote actual– recién empezaron a suscitar interés hace seis meses, cuando la enfermedad se esparció a decenas de países de Occidente, incluido Estados Unidos. A esa altura, la negligencia del mundo había permitido que el virus desarrollara dos “clados”, o tipos virales: la variante de África Occidental identificada por Ogoina en Nigeria y que ahora se reproduce en todo el mundo con menos de un 1% de mortalidad, y la variante mucho más grave de la Cuenca del Congo, que tiene una tasa de mortalidad del 10%. En Estados Unidos, con casi 11.000 casos confirmados, mayormente varones homosexuales o bisexuales, no se han producido muertes por viruela símica.
El enorme desafío de predecir
“Tendríamos que haber escuchado a Dimie Ogoina y sus colegas, que decían que la enfermedad se contagiaba en gran medida por transmisión sexual –dice Michael Worobey, jefe del departamento de ecología y biología evolutiva de la Universidad de Arizona, que ahora colabora a distancia con la investigación de Ogoina sobre la viruela símica–. Tendríamos que haberla aplastado donde circulaba en ese momento, antes de que hiciera eclosión”.
Worobey lo compara con el combate contra un incendio forestal. “Cuando cae un rayo en un árbol, hay que apagar el fuego de inmediato para que no se extienda a todo el bosque. Pero acá dejamos que el incendio se propague a un bosque de varios continentes”, refiere.
Walter Ian Lipkin, epidemiólogo de la Universidad de Columbia, señala que el brote de viruela del mono no implica un fracaso de la salud pública, sino que demuestra “el enorme desafío” de predecir cuál de los cientos de brotes de enfermedades a nivel global representa la peor amenaza.
A través de un comunicado, la OMS defendió su historial de trabajo sobre la enfermedad diciendo que el organismo “viene estudiando la viruela símica desde hace décadas, incluso antes de que se identificara el primer caso humano, en coordinación con los ministerios de salud de los países, las instituciones de investigación y las comunidades afectadas”. La OMS indica que durante el brote de Nigeria en 2017 la agencia ayudó a las autoridades locales para coordinar la respuesta sanitaria. El comunicado agrega que la agencia también apoyó el desarrollo de tratamientos, vacunas y ensayos clínicos para paliar el avance de la enfermedad.
Es probable que el virus de la viruela del mono esté dando vueltas en nuestro medio ambiente desde hace cientos o incluso miles de años, pero fue identificado por primera vez y recibió su nombre en un laboratorio de monos de Dinamarca en 1958. El primer caso en humanos se reportó recién en 1970, en el Congo.
Ya en 1980, un estudio publicado en el Boletín de la Organización Mundial de la Salud documentaba apenas 47 casos dispersos por África Central y Occidental durante la década anterior. Aunque la viruela del mono se había encontrado en animales de laboratorio y de zoológico, los autores del artículo señalaban que no se habían detectado casos en animales silvestres y que “el origen de la infección en humanos sigue siendo desconocida”. El informe señalaba que cuatro de los 47 casos consignados “podían haberse propagado de persona a persona”.
Ese mismo año, las autoridades mundiales de salud declararon oficialmente erradicada la viruela común, y el Congo dejó de vacunar a su población contra la enfermedad, que proviene de la misma familia de virus de la viruela del mono, aunque es mucho más grave.
En 1987, los investigadores utilizaron un modelo informático predictivo y anticiparon que con la eliminación de la vacuna contra la viruela común –que también protegía a los humanos contra virus similares–, los casos de viruela del mono aumentarían. Pero llegaban a la conclusión de que parecía “muy improbable” que la viruela símica llegara al punto de propagarse de manera permanente entre los humanos.
Los hallazgos de Rimoin sugieren otra cosa: lleva registrados 760 casos confirmados en el Congo entre 2005 y 2007, casi todas personas nacidas después de que dejó de aplicarse la vacuna contra la viruela en 1980.
Hasta ahora, sin embargo, el virus había incursionado en Estados Unidos una sola vez, en 2003, un brote que afectó a 71 pacientes confirmados y sospechosos en seis estados norteamericanos, la mayoría en Wisconsin. La cadena de contagios había arrancado en personas que se infectaron de animales domésticos alojados junto a pequeños mamíferos importados de Ghana.
Pero entonces todavía no quedaba claro si el virus se transmitía únicamente de animales o también de humano a humano. Y aunque todas las personas infectadas habían interactuado con animales, dos de ellas también decían haber tenido contacto con lesiones o fluidos oculares de otro infectado. A diferencia del brote actual, en 2003 el virus se propagó durante poco más de un mes y desapareció.
Los virus de ADN, como la viruela del mono, tienen mapas genéticos mucho más grandes que los virus de ARN, como el SARS-CoV-2, y por lo general evolucionan más lentamente. Sin embargo, las mutaciones en la viruela del mono han ocurrido mucho más rápido de lo esperable, aproximadamente una por mes en lugar de una por año, señala Trevor Bedford, biólogo evolutivo del Fred Hutchinson Cancer Center.
Oportunistas
Los virus son oportunistas y solo necesitan encontrar el entorno adecuado para prosperar, y son varios los factores que en las últimas décadas pueden haber abonado el terreno para la proliferación de la viruela del mono.
El primero probablemente haya sido la exitosa erradicación de la viruela, la única enfermedad humana que la ciencia ha logrado borrar de la faz de la Tierra.
Además, la recurrente guerra civil en el Congo, la tala de bosques para la forestación o la agricultura, y la caza de animales salvajes por su carne multiplicaron el contacto de los humanos con animales silvestres que transmiten el virus. Pero ni esos factores ni sus efectos sobre la propagación de la viruela símica impulsaron medidas preventivas de parte de las autoridades sanitarias.
“Es mucho más fácil mirar para otro lado que encarar los problemas –sentencia Rimoin–. Lo que estaba pasando en Nigeria tendría que haber sido una alerta roja”.
Los investigadores sospechan que el brote actual comenzó en ese país por el patrón de mutaciones que encontraron en muestras de virus tomadas de pacientes en 2017, y que se fue expandiendo hasta el día de hoy. Estas mutaciones son diferentes a las que se encuentran en las versiones animales del virus: tienen la marca genética de haberse topado con una proteína del sistema inmune humano que combate al virus.
En el peor de los casos, una mutación puede hacer que el virus sea más mortal o contagioso. En el mejor de los casos, esa acumulación de mutaciones a una tasa diez veces mayor que la normal puede atentar contra la supervivencia del virus. “Pero incluso en ese caso, no va a ser algo inmediato. Sería un proceso lento“, aclara Worobey.
El peor temor de los científicos es que la viruela del mono establezca una “cabeza de playa”, un punto de apoyo permanente en Estados Unidos y otros países, como ocurrió con el VIH o la gripe. Y si encuentran un buen reservorio animal, en el país que sea, la probabilidad de que se establezca permanentemente entre los humanos se multiplica. “Es totalmente posible”, opina Rimoin.
En su visionario informe de 2010, Rimoin y sus colegas advirtieron que la ardilla terrestre común norteamericana, un animal omnipresente en Estados Unidos, es muy susceptible al virus. “Si la viruela símica hace nido en un reservorio de vida silvestre fuera de África, el impacto para la salud pública será muy difícil de revertir”, concluye.
Por Mark Johnson
(Traducción de Jaime Arrambide)
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