Mientras proliferan las plataformas de encuentro, con sus versiones premium, jóvenes y adultos se suman a esta tendencia; no todos buscan lo mismo y la sinceridad es altamente valorada para evitar malas experiencias; de situaciones incómodas a relaciones duraderas, los vínculos actuales se inician con un match; los dilemas de los usuarios y las prácticas que no van
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Desde hace un tiempo, cuando decidió sacar la televisión de su habitación, Sonia R., de 57 años, cambió el control remoto por el celular. Cuando vuelve del trabajo, - es docente de inglés-, se tira en la cama y empieza a deslizar el dedo. “Es mi zapping. Cambié la tele por esto”, dice. Se refiere a las aplicaciones de citas, un universo que comenzó a explorar hace seis años y por el que transita sin demasiadas ganas de llegar a algún lado en particular. “Quiero volver a formar pareja, pero claramente no va a salir de acá. Para mí, las apps son otra forma de reconectarme. De saber que todavía estoy vigente”, se sincera.
Sonia se separó hace 16 años. “Me llevó 10 años bajarme la primera app. Había mucho prejuicio. Pero descubrí un mundo. Me divierto mucho. Tiene mucha lógica. Si hoy todo pasa por el celular, por qué la forma de socializar entre adultos no iba a ser así”, dice. En todo este tiempo cosechó encuentros y desencuentros. Todavía se acuerda del hombre que se quitó 10 años. Cuando se vieron, quedó al descubierto su mentira. “Pero soy muy bueno en la cama”, intentó justificarse.
“Me cuido. Siempre voy en mi auto, yo me pago mis cosas y trato de que sean personas con algún vínculo en común”, afirma. Sus salidas son una usina de anécdotas que sus amigas casadas consumen como pochoclos. “Hay mucho mentiroso. Deslizando te cruzás hasta con maridos de amigas”, cuenta. Ella se mueve rápido en un mercado en el que se están reescribiendo las reglas, donde mentir sobre la edad, el estado civil, ghostear, clavar el visto o apurar torpemente el beso pueden malograr la cita.
Este mes Tinder cumplió diez años: una década de deslices a la derecha o a la izquierda (uno para subirle el pulgar a un candidato, el otro para dejarlo pasar) que marcó a una generación. Después se sumaron otras apps, como OkCupid, Bumble, Happn, Match, Inner Circle, entre otras. Irrumpieron también aquellas que conectan a personas del mismo sexo. Están las que unen a usuarios por su localización, las que certifican los perfiles, las que promueven encuentros reales, las que linkean con las redes sociales o los enlaces profesionales, todas con sus versiones premium que prometen mejores candidatos o la posibilidad de corregir el error de haber deslizado a la derecha cuando era a la izquierda. Incluso aparecieron apps que vinculan personas con posturas en común, como los antivacunas, o de distintas creencias religiosas.
“Aplicaciones como Tinder, Happn y OkCupid poseen como función principal, pero no excluyente, la búsqueda de contactos sexofectivos”, explica Joaquín Linne, investigador del Conicet y autor del trabajo No sos vos, es Tinder. Gamificación, consumo, gestión cotidiana y performance en aplicaciones de levante. Lleva adelante su estudio desde hace cinco años, analizando cientos de perfiles, realizando entrevistas en profundidad y encuestas para entender cómo se modificaron las relaciones a partir de la mediación de estas tecnologías en la búsqueda amorosa.
En todo este tiempo, las apps de citas dejaron de ser un tabú y pasaron a ser un lugar de interacción socioafectiva de una enorme proporción de la población, explica. Un caleidoscopio en el que se van cambiando los códigos. ¿Cuándo pasar al encuentro cara a cara? ¿Quién paga los tragos? ¿Si no hay sexo en el primer encuentro es un fracaso?
Soledad R. tiene 36 años y desde hace cuatro está en Tinder. Se bajó la app el mismo día en que se peleó con su novio. Volvió a tener una relación “seria” por diez meses con alguien que conoció allí, pero desde hace dos años, otra vez va pimponeando. “No son candidatos. No estamos en elecciones”, ironiza. “Es gente con la que salgo, a veces tengo sexo, pero no es siempre. Y ahí el malentendido más viejo de la historia. Algunos hombres se esfuerzan por lograr algún contacto físico, tocarte, darte un beso, apenas te ven para saber si hay piel y si esa noche va a haber sexo. Me acuerdo un tuit que leí, en el que un chico se quejaba de que, a pesar de que la chica se había dado cuenta al toque que no iba a pasar nada, lo había dejado pagarle el trago. Hay mucho de eso. También, mucho de Sugar Daddy”, dice Soledad.
Cualquiera que frecuente las apps de citas está familiarizado con términos como ghosting, esto es, la persona que después de un tiempo de intercambio, desaparece sin más explicación. O bien, que nunca concreta un encuentro.
“Te quedás pensando y no entendés qué hiciste mal. Es muy feo. También hay gente con la que conversás, pero nunca avanzás. Me pasó y una amiga en común me dijo: ‘olvídate, él solo sale con chicas muy jóvenes.’ Después de un tiempo los empezás a calar y les sacás la ficha enseguida. Si tarda mucho en contestar es que está chateando con 26 personas al mismo tiempo. No hay que perder el tiempo”, sostiene Sonia.
Nuevos dilemas
“Yo me bajé todas las apps desde el comienzo. Tenía treintipico, no había logrado una pareja estable, ya había salido con todas las amigas de mis amigos y no quería meter la pata en el trabajo”, dice Eduardo, de 44 años, que desde hace cinco años está en pareja con una chica que conoció en Happn, con quien tiene una hija de tres. “Nunca me gustó ir a bailar y esto me resultó ideal. Porque las reglas son claras, si estás es porque estás disponible y tenés ganas de conocer a alguien. Hay que ser sincero con las expectativas que tenés. Para mí, en general, si salía con alguien quería tener sexo, si no era un fracaso. Pero no siempre se daba. Y si la relación iba en serio, apostaba al largo plazo”, cuenta.
Las apps de citas suponen nuevos dilemas. ¿Cuándo asumir que uno está en una relación con futuro y que debe borrarse de la aplicación? ¿Con cuántas personas se puede chatear en simultáneo? ¿Y si la mejor opción era la siguiente?
La especificidad de estas apps radica en su interfaz de deslizamiento (swipe) de perfiles. “Las personas revisan sus teléfonos en promedio 120 veces por día, a veces sin darse cuenta. Si descontamos el tiempo de sueño y aseo personal, esto promedia una revisión del teléfono cada seis minutos. La mayoría se reduce a WhatsApp y redes sociales. En los casos de quienes buscan contactos sexoafectivos, incluyen una red de levante”, detalla Linne.
En medio de todos estos cambios, algunos dicen que después de una década de practicar el desliz infinito, el balance para la salud mental no ha sido del todo positivo. El New York Times publicó un artículo que habla de la fatiga emocional que sufren los que utilizan con frecuencia las aplicaciones de citas. Cuenta el caso de Abby, una financista desilusionada con Tinder, que “a pesar de todo se siente obligada a seguir navegando, impulsada por una mezcla de optimismo y el temor a que, si se desconecta, perderá la oportunidad de conocer a alguien increíble. Al igual que Abby, muchos usuarios perennes dicen que años de deslizar y buscar los han dejado en un estado de agotamiento”.
No todos persiguen el mismo objetivo en estas apps. “Desde encontrar pareja hasta amistades y amantes”, resume Linne. “Muchos también buscan ver otros perfiles, cómo se presentan en las biografías y conocer qué hay en el mercado afectivo. El voyeurismo es muy común y es uno de los factores que explican esta crítica recurrente que aparece en muchas bios: ‘Si después de matchear no van a hablar, ni se molesten’. Esto también se vincula a la gamificación, esta suerte de videojuego en el que se convierte la búsqueda”, dice el investigador.
“En algún punto, se vuelve una adicción. Tirarte en la cama, y empezar a pasar perfiles. Delante tuyo tenés un universo tan enorme de posibilidades… ¿cómo saber que llegaste a lo que buscabas? Me costó decidirme, incluso cuando ya estaba en una relación. Es como en el casino, en un momento te tenés que retirar porque si no perdés todo”, describe Eduardo.
El swipe de las apps de citas resulta una experiencia lúdica y competitiva, llena de adrenalina, similar a la los videojuegos, plantea Linne, con la particularidad de que supone desentrañar estrategias y desplegar habilidades para obtener mayor puntaje. Esto lo vuelve tan atractivo en sí mismo. Y aparece “el temor a quedarse fuera de la sociabilidad contemporánea”, analiza.
¿Qué hay detrás de un match?
Mariana Palumbo, integrante del Área de Contenidos de la Dirección de Género y Diversidad Sexual del Instituto Gino Germani, se pregunta qué hay detrás de un match. “Hoy es uno de los lugares de formación e inicio de los vínculos afectivos entre los adultos. La virtualidad permitió una mayor accesibilidad, multiplicidad de perfiles, para algunos la posibilidad de conocer gente sin salir de casa. Es un boliche abierto 24 horas. Hay menos riesgos. Es más económico. No hay que saber ni querer bailar”, dice.
¿Qué busca hoy la gente en las apps, además de pareja? ¿Al amor de su vida, un compañero o compañera, alguien con quien charlar, alguien con quien salir y pasar un rato, alguien con quien tener sexo, chequear que uno todavía está vigente en el mercado amoroso? “Todas son alternativas posibles que pueden vivir diferentes personas en distintos momentos de su vida. La cantidad de matches que una persona puede acumular repercuten en su valoración personal y erotización. Aunque no me animaría a decir que la idealización, el deseo de fusión y la pretensión de exclusividad y de larga duración de un vínculo, que son algunas de las características del modelo de amor romántico, hayan desaparecido del horizonte de expectativas de las personas, incluso entre las más jóvenes”, apunta Karina Felitti, historiadora e investigadora del Conicet en el Instituto de Investigaciones de Estudios de Género.
“Muchas veces cambian los formatos, pero sigue apareciendo el modelo del compañerismo. El amor romántico subsiste. Todavía está esa ilusión de conocer a alguien, que esa persona te haga sentir único o única, especial, aunque el modelo de amor para toda la vida haya muerto”, opina Palumbo
Con sus distintas expectativas sobre el amor, los argentinos se ubican entre los primeros en la lista de usuarios de Tinder. Un dato ayuda a dimensionar el fenómeno: en noviembre de 2020, se registraron casi 82.000 descargas. Si bien se amplió el target de edad, hay hombres y mujeres mayores que utilizan estas apps, la mayoría son jóvenes de entre 25 y 34 años.
Relectura del amor de pareja
¿Cómo son los códigos en un mundo en el que se están reescribiendo las reglas en clave de género? ¿Cómo se mueven las distintas generaciones en este universo? “Con el feminismo, hay una relectura y revisión del amor de pareja, de los distintos tipos de amor. Se moldea el discurso. Los hombres que presionan porque no les respondés rápido. Los que desaparecen. Los que avanzan demasiado en un encuentro sin leer lo que la otra persona quiere. Hay ciertas prácticas que resultan inadmisibles. Hoy, lo hosco de la masculinidad no va. Si no muestra empatía, cae todo su capital erótico. Es el momento en que naufraga el encuentro”, apunta Palumbo.
El del imaginario de abundancia de candidatos es, tal como señala la socióloga marroquí Eva Illouz, uno de los elementos más desestabilizadores para la consolidación de proyectos de pareja, explica Linne. Las redes generan la fantasía de que hay miles de personas disponibles para salir, tener intimidad y “ensayar” estar en pareja. “Esta sensación de amplia disponibilidad de oferta favorece cierto maltrato en las relaciones, como el ghosting o el envío de fotos íntimas no consentidas. A muchos no les parece necesario comportarse de manera políticamente correcta o cuidar los vínculos que generan”, agrega.
“Las aplicaciones de citas han abierto el mundo para los solteros. Sin embargo, en los últimos años también se han visibilizado algunas de las partes no tan buenas de las citas en línea, mostrando dónde la industria necesita continuar innovando. La seguridad, por ejemplo, es un área importante. Escuchamos informes sobre el aumento de las estafas de citas y es algo sobre lo que la próxima generación de usuarios deberá estar atenta. También existe la idea de que estas plataformas han creado demasiadas opciones, lo que dificulta que las personas encuentren conexiones reales y relaciones a largo plazo”, comenta ante la consulta de LA NACION Masha Kodden, CEO de Inner Circle, una de las apps de citas que certifican los perfiles de sus usuarios y les piden que acrediten la veracidad de sus bios, en general profesionales. También organizan fiestas de solteros en todos los países en los que están presentes, porque todavía la gente prefiere conocerse cara a cara, explican. LA NACION quiso comunicarse con los voceros de otras plataformas, sin embargo, ya no tienen voceros en la Argentina.
“Prácticas comunes como clavar el visto y hacer ghosting es todo lo contrario a ser responsable afectivamente”, aporta Linne, un concepto que aparece cada vez más al analizar diferentes perfiles. “En el último tiempo resulta frecuente la aclaración de usuarios que apuntan que no les interesa mantener relaciones casuales sin responsabilidad afectiva. Esto puede ser visto como reacción ante la tendencia al consumo de superficie, basada en coleccionar likes, matches y experiencias breves”, concluye.
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