Escapan a la idea de ver Virus o Contagio por Netflix. Tampoco se entusiasman con investigar sobre epidemias de fiebre amarilla o hurgar en la biblioteca para releer La Peste, de Albert Camus. Por opción o por necesidad, el encierro ante el avance del coronavirus llevó a muchos a focalizar la energía en aprender nuevas tareas, retomar proyectos abandonados o volver a antiguas pasiones.
"El aislamiento, el temor ante el riesgo de infección y la incertidumbre pueden ser paradójicamente momentos de intentar contactarnos con nuestra propia creatividad que, a veces, dejamos sin florecer por alienarnos al vértigo cotidiano", explica a LA NACION Juan Eduardo Tesone, psicoanalista de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y médico psiquiatra de la Universidad de París XII, para ayudar a entender por qué algunas personas prefieren darle una vuelta de tuerca a la situación actual y encontrarle un nuevo sentido.
El aislamiento puede ser paradójicamente un momento de intentar contactarnos con nuestra propia creatividad
El repliegue es inevitable, pero puede derivar también en oportunidades. "Lo que nos hace creativos es la disponibilidad que tenemos de percibir nuestra sensibilidad. No hace falta realizar una obra de arte, sino hacer de lo disruptivo una posibilidad de relacionarnos con lo más genuino de cada uno", enfatiza el especialista.
El regreso de una voz perdida
Malala Artola sabe de moda, viajes y tendencias, todos rubros que la cuarentena, sin preguntar, puso en pausa. Ella, lejos de desesperarse, aprovechó para conectarse con sus hijos, su casa y su cocina. Y fue en esa cotidianidad en la que recuperó un talento que creía perdido y que para muchos, incluida parte de su familia, permanecía oculto: una voz digna de escenarios.
Las canciones de Gal Costa, su paso por el coro de Marilú Santa Coloma, las clases de lírico con la profesora del Colón y las pequeñas participaciones en musicales de Nueva York, volvieron enseguida del pasado ese sábado en el que espontáneamente empezó a fluir Think of me, un clásico de El Fantasma de la Ópera, en la intimidad del comedor. Su hija Elena, de 9 años, se sorprendió y descubrió que vivía con una cantante.
Habían sido cuatro años sin jazz, bossa nova o lírico por un problema en las cuerdas vocales, que nunca encontró explicaciones médicas, y tuvo que abandonar esa pasión...hasta la semana pasada. "Evidentemente la cuarentena y el poder poner la energía en otras cosas, hizo que de golpe me llegara la voz", describe Malala emocionada. "Le pedí a mi hija que me grabara de entrecasa para compartirlo. Tuve una repercusión increíble, unos 600 mensajes. Jamás me había pasado algo así", admite sobre el regalo que le trajo este impasse.
Viejos cuadernos de cocina y aromas de la infancia
Rocío Sabatini, de 31 años, no eligió cualquier lugar para transitar el aislamiento. Los aromas de su infancia, los mediodías en lo de "La Abi" después del colegio, ese arroz con pollo tan singular y el gustito perdido del azafrán en la comida, fueron algunos de los recuerdos que la llevaron a mudarse a la casa de su abuela, con quien compartió una relación de complicidad y cariño.
Llegó desde San Pablo, Brasil, donde vivió largos meses por su trabajo como periodista, y antes de subir al avión se quedó con una postal bien concreta, esa que vería replicada con matices en la Argentina: la omnipresencia de barbijos y alcohol en gel. Intuyó que se venía un stop en la vida conocida.
Por eso, además de escribir poesía o lírica en sus ratos libres, empezó a hurgar en las bibliotecas y a elegir libros. "Encontré así los de cocina de mi abuela. Vi sus recetas, y pensé: «Y bueno, voy a probar»".
Inevitablemente regresaron los recuerdos de la infancia. Ese incentivo, más el hecho de tener más tiempo, la motivaron para experimentar en la cocina, algo impensado en su rutina previa al encierro. Ya se animó a platos elaborados y, aunque ninguno se convirtió todavía en su especialidad, le permitieron sentir a "La Abi" de nuevo, un poco más presente, como antes.
De la cancha de rugby a Instagram
Está oscuro y se prenden, de a poco, las luces. Vestido con ropa deportiva, un sombrero de cotillón, anteojos de sol y un barbijo blanco un hombre entra con música al salón. Enseguida, se suman dos chicos. El primero, el que lleva el disfraz, saluda a la cámara: "Hola gente, ¿cómo vamos? Como siempre, vamos a meterle la mejor de las ondas que esto viene para largooooooo". Corre, toma un papel, lo muestra y revela parte del plan de "80 minutos" que está por arrancar. Los que están del otro lado saben de qué se trata y empiezan a elongar...
Para Lelio De Crocci, preparador físico de Olivos Rugby Club, entrar en cuarentena con un plantel de cien jugadores en el inicio del campeonato implicó un verdadero desafío. ¿Cómo hacer para que el equipo se mantuviera activo, con el espíritu arriba, sin perder estado físico y sin pisar la cancha?, se preguntaba a mediados de marzo.
"De golpe apareció ese personaje, el Lelio medio payaso, que lo tenía guardado de mis años jóvenes, cuando recién empezaba la carrera y tenía un trabajo de animador de fiestas. Volvió a salir y salió con todo", dice divertido este profesor de educación física, quien por la pandemia trasladó la cancha a Instagram, y apeló a su veta de "showman" para motivarlos a no abandonar la actividad.
Con el tiempo, por la originalidad de sus clases, cada vez más gente por fuera del plantel se sumó a las transmisiones en vivo. Hacen entrenamientos, la mayoría ejercicios de alta intensidad, y cumplen a rajatabla sus consignas. "Si un día digo que tenemos que salir vestidos de un color, se copan y salen con ese color, mandan la foto, se producen, se prenden. La respuesta es espectacular", se entusiasma. Además de "liberar endorfinas", consigue que el ánimo del público en estos tiempos no decaiga.
Manos a la obra
Puertas adentro, estos días traen además imprevistos domésticos y con ellos minuciosas lecturas de instrucciones, búsquedas de tutoriales on line y frenéticas consultas a "Mr. Google".
"Te corto porque se está inundando la cocina, creo que se tapó la pileta", le dijo desesperada a su hija durante una videollamada. Ante la imposibilidad de llamar a un plomero para que fuera a su casa a ayudarla, Liliana M. supo que iba a tener que ocuparse sola. Se puso guantes y buscó en el placard de las herramientas. Separó un balde, un trapo de piso y un destapa cañerías, que alguna vez compró en el supermercado y nunca usó. Empezó a vaciar con paciencia la pileta y a secar todo lo que se había mojado. Con miedo, leyó las instrucciones, despejó la zona, tiró el líquido y lo dejó actuar. No estaba segura. Unos minutos después, se acercó a la cocina. Todavía nada. Y así fue y vino varias veces hasta que comprobó que el nivel del agua empezaba a bajar. Respiró profundo. Se sintió empoderada.
En la vereda de enfrente se ubican los menos independientes o quienes prefieren resolverlo "en equipo" y consultar a "voces expertas", como Florencia R., que mandó un mensaje al grupo de WhatsApp de vecinos del edificio cuando descubrió que era la única sin luz y que la falla era de su disyuntor.
"Las consultas no variaron demasiado, siempre son las mismas. Lo que sí cambió es que ahora mucha más gente me escribe porque tiene tiempo y las ferreterías están abiertas", apunta Bernardita Siutti, más conocida como @mami.albañil, una suerte de guía humana en el mundo de los arreglos. Y ejemplifica: "De todas maneras, una pregunta recurrente en lo que va de esta cuarentena es cómo pintar una pared. Tienen la pintura ya comprada y no saben cómo arrancar o cómo tapar los agujeros. Buscan hacer cambios estéticos que hace rato proyectaban y que por falta de espacio en el día a día no podían concretar".
Una pista de baile de 233 años
No son trillizas ni bailarinas profesionales. Tampoco viven en el mismo barrio, ni comparten la misma familia...Jamás se vieron. Las une esa bachata, cumbia o lambada que suena en la pista virtual de Instagram, a las 18, y las ayuda a olvidarse de la soledad que trae, a veces, esta pausa.
Maruca, con 100 años, Alicia, con 72, y Paula, de 61, siguen con atención los pasos de cada ritmo. Tienen "asistencia perfecta" e incluso suben felices a las redes los resultados de esos primeros movimientos. "No hay cuarentena sin clases de baile por streaming", afirma Sabrina, esposa del nieto de Maruca, sobre la "bisabuela de la familia", una mujer a la que "siempre le gustó la vida y todo lo que la conecte con moverse". "Siempre bailé tango, pero ahora todas las tardes espero bailar con vos. Vivo sola, imaginate lo importante que es tu compañía", comparte Alicia. Y Paula postea: "Quiero agradecerte por nuestra hora cada día, te sigo y bailo todas tus coreos".
El dueño de esa pista y destinatario de los mensajes es el coach de baile Charly San Martín, quien se codeó con esta modalidad a distancia sin proyectar nada de lo que vendría después. "La idea surgió para conectarme con mis alumnas de siempre. Probé, empezamos siendo 300, y hoy son más de 3000 seguidores a diario. No lo puedo creer", reconoce.
Con un carisma que traspasa celulares, tablets y computadoras, el profesor de muchas celebrities disfruta de la "burbuja" que nació en plena pandemia y de la "actividad familiar" que despiertan sus clases: "Se reúnen todos, bailan las canciones, las disfrutan, y hasta festejan cumpleaños. Surgen cosas que no busqué y terminan pasando. Es la hora del reencuentro".
El pendiente eterno
Como si fuera una reliquia del pasado, María Julieta Occhiuto atesoró durante más de 20 años el permiso para conducir. Algo internamente la frenaba y le impedía estar segura al volante. La renovó en distintas ocasiones, pero la licencia venció, y el pendiente de la adolescencia quedó latente otra vez.
"Cuando el rumor de una posible cuarentena se empezó a escuchar con fuerza, tomé coraje y me anoté en una escuela de manejo. Hice ocho clases y saqué turno para rendir el examen. El 14 de marzo, un día con relámpagos y truenos, llegué a la Dirección de Tránsito, rendí y aprobé. Sentí una alegría tan inmensa, difícil de explicar. ¡La lluvia había sido una especie de bendición, había logrado el permiso!", relata.
En el camino aparecieron algunas sorpresas y también restricciones. Al filo del anuncio del aislamiento social, preventivo y obligatorio que dispuso el Gobierno, varias oficinas de la provincia empezaron a cerrar y arrancaron las demoras en los trámites.
Pero el 2 de abril vio su nombre en la aplicación Mi Argentina (que permite seguir la evolución de servicios de distinta índole) y enseguida la posibilidad de manejar se volvió real. "Me sentí confiada. Aproveché el poco tránsito en San Fernando. Me puse un barbijo y fui hasta el supermercado a hacer las compras familiares en auto. La cuarentena jugó a mi favor", destaca todavía incrédula de lo que logró en menos de un mes.
Vencer el miedo a la tecnología
"Entré en pánico", confiesa Margarita Villegas, psicopedagoga, de 67 años, cuando su profesora del instituto de inglés, al que concurre hace dos años en Belgrano, le comunicó al grupo de alumnos que para cuidarse frente al avance del coronavirus iban a tener clases virtuales a través de la aplicación Zoom.
"Fue tal el estrés de esa primera vez que, cuando empezó a pasar la hora, me di cuenta que tenía una tensión impresionante y que no lo disfrutaba como antes: "Esto no es para mí, no voy a poder, no sé si quiero seguir", se repetía una y otra vez. Pensaba en abandonar el curso -al menos durante la pandemia- y la imagen de un libro, Entre generaciones, no te quedes afuera, de Alejandro Mascó, apareció mentalmente, casi como un impulso para animarla a continuar.
"Me sentí identificada y traté de no quedarme afuera, ponerle ganas y verlo como un reto", asegura al repasar el esfuerzo extra que le demandaron las últimas semanas para estar a tono con esta crisis global. "Ya voy por la quinta clase. Al principio las sentía muy rápidas y mis reacciones más lentas por el miedo y la angustia que tenía. Ahora que le estoy encontrando la vuelta, un sentido positivo a lo que está pasando, puedo decir en voz alta: prueba superada".
Mónica Rodríguez, profesora de inglés desde hace más de 50 años, tampoco se lleva "demasiado bien con la tecnología". Fiel defensora de la clase presencial y del contacto personal, dedicó varios días a investigar sobre las clases on line para adolescentes y adultos, y una vez que se sintió lista tuvo su debut por Skype. "Cuando vi que podía conectarme con ellos fue una sensación maravillosa de haberlo logrado", expresa.
En estos días de quedarse en casa, además de revisar tiempos verbales, vocabulario y gramática, las horas con sus alumnos se transformaron en momentos casi terapéuticos. "Toda esta situación hace que estén muy tensos. Muchos vienen bastante cargados. Hablamos de las novedades sobre el coronavirus y de sus vivencias personales. Los ayuda a canalizar. Lo mejor es que no se dan cuenta de que están aprendiendo cosas nuevas a medida que charlamos", valora, y enseguida destaca: "Pensé que iba a ser terrible, pero estoy contenta con esta experiencia. Dejé de asustarme".
El salvavidas de la ficción
Indistintamente, Jazmín Nogaró, de 23 años, lee desde una novela de mil páginas hasta el prospecto de un remedio o el manual de uso de un electrodoméstico. Pero esta cuarentena encontró a la creadora de @viajarenpalabras, una cuenta que recomienda libros desde 2017, de una manera particular. La artritis que le diagnosticaron hace dos años la llevó a estar dentro de la población de riesgo y, en su caso, a refugiarse en las realidades y personajes que propone la ficción.
Un llamado de su bisabuelo, de 98 años, en el que le pedía que le leyera un cuento por teléfono por un problema en la retina fue el puntapié para darle un giro a esto de "recorrer el mundo sin moverse de la cama" y poder ofrecer algo distinto. Así nació #TeLeoEnCuarentena, un programa que conecta gente vía WhatsApp que quiera leer y personas que quieran escuchar un cuento para sentirse acompañadas. "Conectamos a más de cien personas en tres días", describe. Y agrega que pronto surgieron nuevas propuestas, adaptadas al contexto de la pandemia: cuentos en formato Podcast y la primera edición de un club de lectura virtual, que originalmente iba a ser en San Isidro y tuvo que trasladar a Zoom y al living de la casa de cada participante. "Sin dudas encontré una oportunidad en este aislamiento", celebra.
Con una impronta similar, a Maru Drozd, la cara detrás de @lagenteandaleyendo-otra cuenta donde la lectura actúa como puente entre sus seguidores-, estas semanas la inspiraron para impulsar proyectos que tenía en mente. A fines de marzo, organizó el "Libropalooza", una maratón de seis horas en la que, cada media hora, un lector recomendaba textos y mostraba su biblioteca. ¿Otra iniciativa? Las "Late Night Reads" o lecturas a medianoche, en las que ella misma propone un cuento y lee otro que le hayan pedido para terminar el día con un nuevo autor.
El caso de Mercedes Agüero también está vinculado con la ficción. Abuela de cuatro nietos de 6, 4, 3 y 1 años, descubrió ser una gran relatora de cuentos. Una caja con animales de la selva con los que suelen jugar los chicos en su casa se convirtió en el salvavidas y la excusa para compartir unos minutos con ellos. Desde la camarita del celular, aparece la magia con las historias inventadas por ella misma. "Cuando Martina, la de 3 años, vio al dinosaurio y le empecé a decir: «Hola, yo a vos te conozco y juego con vos», ella se puso tan contenta que fueron apareciendo otros personajes", comparte Mercedes, satisfecha por haber logrado acotar la distancia con los más chiquitos, a quienes no sabe cuándo volverá a ver. Por ahora, se conectan a través de los cuentos.
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