TALAMPAYA (La Rioja). Moles rojizas con paredones de hasta 150 metros se levantan hace 250 millones de años; la naturaleza fue dibujando formas con las que los 60.000 visitantes anuales del parque nacional Talampaya, en el oeste riojano, se emocionan, sorprenden y juegan. Además de ser patrimonio natural de la humanidad desde 2000, es un promotor ambiental, económico y social para las poblaciones cercanas que tienen en el turismo una posibilidad de desarrollarse con sustentabilidad.
El parque -nacional desde 1997; antes estaba en la órbita provincial- tiene 215.000 hectáreas, de las que sólo 5% es accesible al visitante (el resto es área de investigación) y es el motor del desarrollo de las localidades del departamento Felipe Varela. Desde hace unos años, no sólo hay iniciativas hoteleras y gastronómicas sino que los productores regionales están organizándose para aprovechar la "ventana que abre el turismo".
El parque está concesionado desde 2004 a la empresa Volterra (que ya renovó contrato hasta 2029); su director, Christian Brouwer de Koning, explica que son "socios de Parques Nacionales en la conservación". Sus 40 empleados permanentes -60 en temporada alta- son de Pagancillo (un pueblo a 20 kilómetros del parque) y Villa Unión (a 60 kilómetros). "Damos trabajo en blanco todo el año y hacemos actividades con la zona como apadrinar una escuela, forestar, comprar a los productores locales y reciclar el PET que se recoge no sólo en el parque sino también en Villa Unión", dice a LA NACION.
La empresa -que invirtió US$ 4 millones en 15 años- ya certificó normas ISO de calidad y ahora avanza en la certificación "B" (benefit corporations), firmas que, además de tener objetivos de rentabilidad, tienen como propósito provocar un impacto social y ambiental positivo. "Buscamos integrar zonas, esfuerzos, iniciativas y ser creativos para competir atrayendo turistas y recursos sin descuidar nuestra militancia medioambiental" afirma Brouwer de Koning.
La cantidad de visitantes a Talampaya crece a un promedio de 6% anual (similar al del resto de parques nacionales del país) y la percepción en la zona es que podría haber un salto mayor si la ciudad de La Rioja tuviera más conectividad aérea (hay un solo vuelo diario desde Buenos Aires).
Carlos Francés, presidente de la Cámara de Turismo de Villa Unión, cuenta que en la última década se abrieron varios hoteles en la ciudad (hay seis y dos a inaugurarse en los próximos meses) además de inversiones en cabañas. "Es toda gente de la zona que advirtió que, sin servicios, los turistas recorrían Talampaya e Ischigualasto (a 80 kilómetros) y pasaban la estadía en otro lado. Nosotros nos perdíamos la posibilidad de tenerlos más tiempo".
Comenta que, por la falta de rentabilidad, las fincas van quedando abandonadas. "A los jóvenes no les interesa seguir si no ganan, por eso cada vez se hacen menos duraznos, cayotes, ciruelas. La uva se paga mal. Estamos intentando de que retomen la tarea y que los productos se vendan en los puntos turísticos", afirma.
TRABAJO EN CONJUNTO
La zona es inhóspita -ambiente árido, clima semidesértico- y requiere de inversiones públicas en infraestructura básica. El principal impulsor del desarrollo es el parque que, incluso, logra en los últimos años atenuar el proceso de migración de los más jóvenes. La delegación de la Universidad Nacional de La Rioja en Villa Unión dicta la carrera de licenciatura en Turismo, una posibilidad de capacitarse en el sector que abre chances laborales.
Xiomara Franco trabaja hace casi 10 años en el parque y hace cinco que es guía; explica con pasión los detalles de las formaciones geológicas del triásico. "Los caprichos de la naturaleza moldearon las rocas que miles de personas pueden disfrutar y, a la vez, cuidar". Parte de la tarea de los guías es que se cumplan las restricciones impuestas por Parque Nacionales para no deteriorar el ambiente. Por ejemplo, las excursiones en Talampaya no se hacen en autos privados para disminuir el impacto ambiental.
Además de la concesionaria Volterra -que ofrece dos excursiones- hay otros tres prestadores autorizados (dos son cooperativas, una de camionetas y otra de guías) que tienen propuestas para recorrer el lugar. La visita a Talampaya se puede complementar con otras alternativas como Laguna Brava y Cuesta de Miranda.
"Villa Unión es un punto neurálgico para poder hacer los recorridos -describe Franco-. Posicionarla es una tarea que tenemos que hacer entre todos y lo vamos logrando". Brouwer de Koning, por ejemplo, fue invitado por el parque Yosemite en California (Estados Unidos) a relatar la experiencia riojana por su impacto económico y social.
También con el objetivo de revitalizar las producciones regionales, un grupo de profesionales se organizó para asesorar y colaborar con los productores de la región; así nació el Centro Operativo Regional (del que participa la Municipalidad de Villa Unión, organismos nacionales y la Universidad de La Rioja).
No sólo ofrecen un espacio para una feria de artesanos y productores, sino que capacitan a los productores, envasan al vacío pasas de uvas, nueces, ciruelas e higos secos para facilitar su distribución.
Humberto Castillo, coordinador, señala que uno de los problemas era el aislamiento de muchos productores: "El más grande tiene 15 hectáreas; están alejados de los centros de consumo; sino encuentran la forma de vender lo que hacen van a desaparecer. El turismo es una oportunidad también para ellos". La concesión del Parque, por ejemplo, le compra a ellos los productos que se degustan en las excursiones (a los que se suman los vinos de la bodega La Riojana, también de la zona).
Testigo de 250 millones de años
En los ’60, lugareños como Tristán Narváez comenzaron a organizar paseos en las tierras de lo que es el parque nacional Talampaya. "Las conocían como a la palma de su mano, e incluso colaboraron con los arqueólogos y paleontólogos que trabajaron. Fueron, también, quienes bautizaron a algunas de las geoformas como el Monje, el Pesebre, el Tótem o la Ciudad perdida", cuenta la guía Xiomara Franca.
En 1975 fue designado parque provincial y en 1997, nacional. Sus formas se deben a los movimientos tectónicos a los que, durante miles de años, se sumaron la erosión del agua y el viento en un clima desértico. Junto a Ischigualasto (el "valle de Luna" sanjuanino) con el que limita, comparten la cuenca geográfica triásica. El riojano da cuenta de las formaciones rocosas más antiguas. En el 2000, la Unesco lo declaró patrimonio cultural y natural de la humanidad.
La principal atracción es el "cañón del Talampaya", paredones de hasta 150 metros de alto que se levantan a los costados del cauce seco del río Talampaya, donde hace millones de años vivieron dinosaurios. El lugar fue "de paso" para grupos que bajaban desde el norte. Sólo se encontraron dos cuerpos momificados naturalmente (están en el Museo de Ciencias Naturales de La Rioja) por lo que los estudiosos descartan la existencia de cementerios; sí se hallaron morteros, puntas de flechas y arte rupestre (petroglifos).
El "Jardín Botánico" (un espacio de microclima en el cañón) es reserva de flora autóctona y en el recorrido es muy frecuente encontrar guanacos, liebres, vicuñas, maras, zorros y cóndores; también hay pumas.
El máximo ingreso permitido por día es de 1300 visitantes. Christian Brouwer de Koning, director de la concesionaria del parque, explica que "no puede hacerse nada por cuenta propia por la fragilidad del lugar; la decisión de ‘uso público’ cuenta con el aval de la comunidad de la zona y de los especialistas. Todos trabajamos y actuamos en función de su conservación".
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