Suspensión de clases: una decisión que descalabró el equilibrio familiar y generó mucha angustia
Los especialistas advierten que volver a la enseñanza remota será un retroceso en el ordenamiento de los hogares y los beneficios para los chicos logrados con el regreso de la presencialidad
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Juliana Venturini, 39 años, jefa de Recursos Humanos de una empresa y madre de tres hijos de 11, 7 y 3 años, se fue a dormir con dolor de garganta. No era síntoma de Covid, estaba segura. Era la angustia que le subía y bajaba después de los anuncios del Presidente. Mientras cenaban, ella y su marido se miraron. La pregunta implícita era… ¿y ahora cómo hacemos? El equilibrio familiar, descalabrado por completo el año pasado, había comenzado a ordenarse con el regreso de las clases presenciales. Los chicos se dormían más temprano; Bautista –el de 7– ya no se despertaba con pesadillas y Roma –la mayor– no tenía esa mirada triste que le dejó el encierro. Ella había conseguido volver a la oficina dos días a la semana. Todo se iba acomodando de a poco. Y, de pronto, llegaron los anuncios.
“¿Otra vez cuarentena? ¿Otra vez Zoom?”, preguntó Roma cuando decodificó lo que estaba pasando. La angustia invadió a la familia. Juliana durmió mal y amaneció peor. En pleno desayuno, la impotencia desbordó. “No podía parar de llorar. Mi marido me decía ‘Todo va a estar bien’. Pero es otra vez vivir lo mismo. No sé ni qué decirles a los chicos”, cuenta Juliana.
Escenas como esta se repitieron en muchos hogares tras las inesperadas medidas anunciadas por Alberto Fernández, ante la suba de casos: otra vez sin escuela en el área metropolitana, el fantasma del aislamiento volvió a escena. “Ahora la seño va a pensar que fue porque no nos portamos bien en el recreo. ¿Por eso suspenden las clases?”, le preguntó angustiado Santiago B., de 7 años, a su madre, cuando le contó que lo que estaba diciendo el Presidente era que desde la semana que viene no iba a ir más al colegio.
“Las medidas anunciadas fueron una noticia disruptiva y traumática. Rompieron un acuerdo implícito que había en la sociedad e impactaron de lleno en la dinámica familiar, en la calidad de vida, deteriorando los vínculos y agitando nuevos temores”, explica José Eduardo Abadi, psiquiatra y ensayista.
“La experiencia de aislamiento durante el año pasado fue traumática. Nadie está preparado ni educado para el aislamiento social. El impacto fue tremendo sobre la vida de las familias”, advierte Martín Weinstein, titular de la cátedra de Psicología Social de la UBA y del Observatorio de Psicología Social de la UBA, que coordinó un monitoreo de un grupo grande de familias durante la pandemia. “En el aislamiento, la pareja pierde intimidad y se sumergen en la familia. La crianza se resiente. La familia no es un centro de crianza en aislamiento, sino que su función es promover que los chicos socialicen, salgan, para la diferenciación y la construcción de identidad. Va regulando el nivel de exposición a la sociedad. Esa es la función. Cuando no lo puede hacer, se producen efectos. Tenemos chicos chiquitos que desconocen la calle. Los más grandes pierden habilidades sociales. Porque somos mamíferos sociales. No estamos preparados para vivir en aislamiento”, explica.
Habría que preguntarse, dice Weinstein, cuál es la emoción frente al aislamiento. “El sentimiento de soledad aumenta incluso entre los que conviven. El cerebro no está preparado para estímulos continuos, repetitivos. Se satura. Se aburre y aparece la sensación de vacío. Así se siente la angustia en este tiempo. Como soledad”, explica.
Lo sorprendente de la medida generó mucha angustia, apunta Mónica Cruppi, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. “La angustia se alimenta del miedo al miedo. El miedo no a algo incierto, sino a lo ya vivido. Para muchas personas el año pasado fue muy traumático por todo lo que han atravesado. Fue un año de muchos duelos. Entonces llega la medida disruptiva. Se produce mucha angustia, bronca, decepción, agobio. Las familias se sienten obligadas una vez más a reorganizarse, a recalcular, y muchas veces sin los recursos”, dice.
El impacto en la familia 24/7 fue enorme, suma Cruppi. “A los chicos se les quitaron los estímulos externos. Permanecieron aislados muchos meses. Y para ellos, hoy la escuela significa la salida de ese encierro. Muchos chicos terminaron el año apagados, desvitalizados. Y el impacto de un nuevo cierre va a ser enorme”, detalla.
¿Por qué la suspensión de clases generó tanta angustia puertas adentro? “Porque la noticia vino a desorganizar la recomposición de la dinámica de la familia”, apunta Abadi. “Se estaba recuperando el nivel de vínculo, diálogo y socialización que hace a los chicos sentirse saludables y en consecuencia a los padres. Además generó un efecto impensado. Había un aprendizaje: el protocolo funcionaba. Respetar las normas, mantener la distancia, en un ambiente regulado, evitaba los contagios y era la forma de seguir adelante con los vínculos con los otros en la pandemia. Era el testimonio de que el protocolo daba la protección que se busca. En lugar de capitalizar ese aprendizaje, de repente, de un plumazo, sin fundamentos que borra todo”, relata Abadi.
Lo inesperado del cierre generó mucha incertidumbre, sostiene Francisco Musich, jefe de Psicología Infanto Juvenil de Ineco. “Las familias temen que esto no sean 15 días, sino el inicio de una etapa de aislamiento. Eso genera angustia. No deja de ser un desafío tener a los chicos en casa, sobre todo con chicos pequeños, porque no son autónomos. También cuando las posibilidades reales de conectividad de la familia dificultan la continuidad de las clases virtuales”, apunta.
El año pasado, Ineco llevó adelante un estudio en conjunto con el gobierno porteño, en el que monitorearon los efectos de la pandemia en 1000 chicos en edad pediátrica. “Aumento de la irritabilidad, de la ansiedad, en preocupación relacionada a la seguridad”, describe. Muchos de esos cuadros habían comenzado a revertirse con la vuelta a clases. Ahora, el nuevo aislamiento muy probablemente signifique un paso atrás. “La interrupción de las clases disrumpe la dinámica social. Y nos preocupa qué pasa cuando a los chicos les rompen sus rutinas. Aumenta la sintomatología. Es un entorno de mayor aburrimiento, aun teniendo tres horas de clase remotas los estímulos son pobres”, explica Musich.