En el acto de la amputación el cuerpo pierde un miembro o una parte de él. Cuando amputan uno de los inferiores, se produce lo que se llama el síndrome del miembro fantasma: el cuerpo percibe que aún lo tiene porque el cerebro todavía recibe impulsos nerviosos. Juana Rodríguez Abadie sentía que le picaba o cosquilleaba una parte que ya no estaba.
Ante la falta, la prótesis podría haber sido del mismo color que su piel. De ese modo, la diferencia entre el presente y un pasado no muy lejano se hubiera atenuado. Lo cierto es que la prótesis es dorada y con brillos. Y está ahí, en el color que recubre el titanio, el detalle que muestra la resignificación del vacío que ahora existe entre su rodilla derecha y el suelo. "No fue el final de nada, al revés, fue el principio de muchas otras cosas", dice Rodríguez Abadie.
Hoy tiene 20 años. La amputación fue cuando tenía 18. A ella le diganosticaron rabdomiolisis, una extraña enfermedad muscular que impide que la sangre circule normalmente. "El estado más extremo es una falla renal, a mi no me circulaba bien la sangre y estaba toda hinchada. Lo que pasó es que me entraron a operar para descomprimir la pierna, hicieron lo que se llama una fasciotomía, un procedimiento en el que se abre la pierna de par en par. En una de todas las operaciones a las que me sometí, me entró un virus intrahospitalario. Intentaron salvarme la pierna pero se llegó a un punto en donde yo estaba muy grave, había entrado en coma y no daba más. Entonces los médicos decidieron amputarme la pierna para salvarme la vida".
"Yo estaba con tantos fármacos cuando me desperté, que hasta que no me dijeron no me daba cuenta. Me explicaron ´Juani pasó esto y te tuvimos que amputa la pierna´. Me lo dijo el médico junto con mi familia. Yo pensé, bueno por lo menos estoy viva".
El desafío iba a ser mayúsculo. No solamente por los años de rehabilitación que una amputación conlleva, y que aún los está transitando, sino que también se enfrentaría a una sociedad que, muchas veces, señala al distinto.
Según el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi), el año pasado se hicieron 2631 denuncias por discriminación, y la mayoría -que representa el 20%- tiene como principal motivo la discapacidad. Al cruzar los datos con los ámbitos donde más suceden estos hechos discriminatorios, la escuela está al tope de la lista. Y la estadística no es nueva. El mismo ranking se repite por tercer año consecutivo.
"Creo que estaba tan concentrada en caminar y hacer mi vida que no pensaba en cuestiones como la mirada de los otros. Pero si ya como mujer una tiene muchos complejos a los 18 años, imaginate con una pierna menos. Fue encontrarme con una imagen diferente de mí misma, pero jamás me enojé con el espejo, al contrario, me quiero mucho más que antes. Yo me quejaba de un rollito, ahora ya no me quejo más de esas cosas. El cuerpo es lo que nos hace ir de acá para allá y hay que celebrar estar vivos. Si tenemos una estría o un rollo, y bueno, no pasa nada".
Antes de que la rabdomiolisis le cambiara la vida, Rodríguez Abadie tenía pensado estudiar Derecho, aunque lo que siempre la apasionó es la actuación. Su colegio secundario, en La Plata, donde nació y se crió, tenía una marcada inclinación hacia lo artístico. "Había mucha música, teatro, baile. Desde chica hice obras de teatro, nunca algo profesional, pero siempre tuve ese costado artístico, aunque nunca me lo había planteado como un trabajo, sino más bien como un hobby. Mis primeras obras fueron dentro del marco de la escuela".
Todo era deporte, arte y algo así como el mandato familiar de estudiar abogacía. Pero cuando se despertó en el hospital, viva, pero sin una pierna, pensó que la vida era muy efímera para hacer cosas que no la convencían. Entonces, las oportunidades para volcarse al mundo de la actuación aparecieron en su camino.
"Los planes eran absolutamente contrarios a lo que terminó sucediendo. Yo me había anotado en Derecho y unos meses antes de arrancar la universidad me internaron. Cuando salí del hospital con esta nueva realidad, me replantee qué era lo que quería. Claramente estudiar abogacía no era mi deseo. Me di cuenta que la vida es muy delicada para hacer algo que no me hacía feliz. Y como cosa del destino, me llegó una propuesta de Nazarena Vélez para contar mi historia en una obra de teatro".
El año pasado, Rodríguez Abadie estrenó Casada con la vida en el teatro La Nonna, en La Plata. Una obra autobiográfica en donde la ficción se cruza con su historia personal en tono de comedia.
"Fue muy loco como se dio todo porque cuando decidí no ser lo que un programa de vida me decía que tenía que ser, y después de haber pasado todo lo que pasé, fue el destino que me dijo, es por acá", cuenta.
La trama muestra como un ex novio suyo se entera de que le amputaron una pierna y decide dejar una propuesta laboral en el exterior para regresar y ayudarla, bajo la premisa de que, seguramente, la iba a encontrar muy deprimida. Y al llegar, se topa con un panorama totalmente distinto al que imaginaba. Ella está contenta y le pudo encontrar un sentido profundo a la vida.
Lo que movilizó al ex novio tiene que ver con el imaginario colectivo acerca de que en esas condiciones es difícil ser feliz. "Se puede tener una vida plena, más allá de la discapacidad. No hay que discriminar pero tampoco hay que ir al extremo de sobreproteger. A mí me pasó de que me traten mal en la calle o en un boliche y al ver la prótesis te pasan a tratar como una reina", dice.
Si bien ella tiene buena movilidad, la prótesis que usa, dice, es muy básica y termina las funciones agotada: "Los días los termino muy cansada y contenta. Pero para todo lo que hago es tremendo tener esta prótesis. Yo necesito otra pero es muy costosa y la obra social, por el momento, no me la cubre. Cuesta cerca de un millón de pesos".
Además de la actuación, Rodríguez Abadie ahora trata de concientizar a las personas para que se puedan poner en el lugar de los que tienen alguna discapacidad. Ella dice que por lo sucedido, ahora pertenece a un mundo del que nunca se imaginó que iba a ser parte.
Yo necesito otra pero es muy costosa y la obra social, por el momento, no me la cubre. Cuesta cerca de un millón de pesos
"Haber quedado con una discapacidad a los 18 años me permitió ver esta cuestión desde ambas perspectivas. La de una persona con y sin una discapacidad. Hay que concientizar porque cuando yo andaba en silla de ruedas me empecé a dar cuenta de la cantidad de rampas que faltaban o que estaban obstruidas. Eso trato de inculcárselo a las personas que, por suerte, no tienen ninguna dificultad. A las otras, les digo que hay que tener paciencia. Que con esfuerzo se puede mejorar la situación y se puede salir adelante. Todo, con el tiempo, da sus frutos".
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