Sufría depresión desde los 17 años, y mejoró a los 33 cuando empezó a meditar
Al principio se manifestó en días puntuales de bajón. Y a medida que pasaban los años, se tornaron en meses de angustia y tristeza. Hasta que años después se convirtió en una auténtica depresión. Con la típica sensación de no querer seguir viviendo o no poder levantarse de la cama para enfrentar el día.
Catalina, 41 años madre de tres hijos y empresaria social, recuerda su tardía adolescencia y juventud con horror. “A los 17 años comencé a experimentar una tristeza que se fue agudizando con el tiempo. No estaba vinculada a lo externo. Todo lo contrario. Era una sensación interna de desasosiego y angustia honda”, explica. De hecho, en esa temprana juventud la vida de Catalina estaba signada por los logros. Fue la típica abanderada del secundario, la alumna becada en la facultad por su excelencia académica; la empleada de una multinacional con una prometedora carrera; la incansable buscadora que a los 26 años consiguió dos becas (una de ellas la prestigiosa Fulbright) para realizar una maestría en Economía en los EE.UU. Todo esto unido a una vida social rica en afectos.“Si alguien me observaba desde fuera yo parecía el prototipo de mujer exitosa y feliz. Era difícil imaginarme tirada en una cama llorando. Pero eso es lo que ocurría ni bien abría la puerta de mi departamento y me encontraba sola.
La sensación de agobio y angustia me persiguió desde los 17 a los 33 años, y se profundizó a tal punto que, un día fantaseé con suicidarme”, confiesa.Desde adolescente Catalina incursionó en terapias de todo tipo: psicoanálisis, corporales o de tipo conductistas. “Todas me ayudaron a conocerme y a sacarme mochilas que me pesaban. Pero la depresión honda no desaparecía. Se agigantaba como una sombra amenazante. Fueron años de padecimiento y soledad”, asegura.
El punto de inflexión ocurrió cuando regresó de EE.UU. a los 33 años. A través de una amiga, conoció una meditación (unos veinte minutos de silencio con la atención puesta en la respiración), que sumaba el ejercicio aeróbico constante (media hora, cinco veces por semana), y tuvo en ella un impacto inesperado. “Me salvaron la vida”, afirma. A esta práctica antiquísima se la conoce como la oración centrante, que el monje norteamericano Thomas Keating recuperó y desarrolló en Occidente en los años 80. Catalina sintió que en pocos años logró revertir patrones de pensamiento negativos (culpa, miedo, baja estima) profundamente instalados en su interior. El hecho de ejercitar su atención produjo un cambio en su manera de mirar y pensar. Lo cual repercutió positivamente en su cuerpo y estado anímico. “Empecé a enfermarme menos. Las gripes fuertes que me tiraban 10 días en la cama ya no aparecían”, cuenta.
Renacer físico y emocional
“Si tuviera que ponerle palabras a la experiencia diría que me fui sintiendo cada vez mejor, con una sensación nueva de gratitud y paz; más reconciliada con quien soy, con la historia que viví. Y disfrutando pequeños detalles y momentos del presente (una sonrisa de mi hijo, un trabajo bien hecho)”, detalla.
Si bien la sensación de tristeza reaparece de vez en cuando, ahora ella puede tomar distancia de esos pensamientos culposos que tanto la torturan y que son los que gatillan la angustia. Y así vivir mejor.
Una experiencia avalada por la ciencia
Un reciente estudio de la Universidad de Rutgers analizó 52 personas, 22 de ellas depresivas que aceptaron involucrarse en un programa de 8 semanas de práctica de meditación (30 minutos diarios de atención localizada en la respiración), sumado a media hora de ejercicio aeróbico (al menos 3 veces por semana). Al cabo de dos meses de práctica combinada, los sintómas depresivos mejoraron en un 40%. Esto tiene una explicación a nivel corporal y cerebral. La meditación puede aumentar las defensas del cuerpo: la persona se enferma menos porque mejora su sistema inmunológico y esto lleva a un mayor bienestar.
A nivel cerebral, hay evidencia de que la meditación produce cambios funcionales y estructurales. Con el tiempo se observan aumentos en el grosor cortical del cerebro fundamentalmente en tres áreas. La primera: la corteza prefrontal encargada de las funciones ejecutivas (planificar, organizar). La segunda área, la corteza cingulada anterior (participa en la atención y la autoregulación), y por último en el hipocampo (mejora la memoria). O sea que la persona está mejor preparada para discernir, organizarse y regular sus emociones.
Con la práctica de la meditación, además, se observaron disminuciones en el volumen de la amígdala (estructura encargada de encender nuestro botón de alarma y poner en marcha programas automáticos de defensa como el de lucha o huida liberando adrenalina y cortisol y generando, si está activado en forma sostenida, el estrés crónico).
Y al focalizar y entrenar la atención en el aquí y ahora, el sujeto es capaz de desactivar la red neuronal por defecto (Default Mode Network). Esta red nos enferma ya que lejos de anclarse en el presente, nos lleva a viajar en el tiempo y a acumular pensamientos autorreferenciales y rumiantes. Su contenido suele ser negativo, defensivo y autocrítico, lo cual genera sufrimiento.
Ejercitar la atención en positivo
El estudio afirma que el ejercicio de entrenar la atención, permite realizar las cosas de la vida diaria con conciencia plena (estar presente con lo que se está haciendo mientras se lo está realizando), y a su vez esto colabora con poder desidentifcarse de los pensamientos y recuerdos rumiantes negativos (propios de la depresión). Y en cambio llevar intencionalmente la atención a determinados aspectos de la experiencia que nos edifican y gratifican (la gratitud, la compasión, el contentamiento y la paz).
El ejercicio físico constante, por su parte, hace que se generen nuevas células en el hipocampo (área del cerebro crucial para el aprendizaje y memoria) y que se reduzca la actividad de la amígdala (ligada al cortisol y el estrés).
Si uno tiene tendencia a deprimirse es altamente recomendable incursionar en prácticas diarias de meditación y actividad aeróbica. Es muy probable que se palpen, más temprano que tarde, sustanciales mejoras anímicas y físicas. ¿Por qué no intentarlo?
¿Qué hacemos al meditar?
La especialista Lorena Llobenes, es neuróloga infantil, dicta cursos de neurociencias contemplativas y habla al respecto.
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