Subte porteño: primeras horas con contrastes tras las obras de renovación en la estación Pasteur-AMIA
Un memorial y una galería de murales puestos en valor llegaron a este punto de la línea B para el acto central por el nuevo aniversario del atentado a la mutual judía; quedaron a la vista arreglos pendientes
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Terminó la renovación integral, que se extendió durante tres meses y 20 días, y reabrió la estación de la línea B de subtes hoy llamada Pasteur-AMIA. “Está en obra todavía. Ni idea hasta cuándo. A la noche se sigue trabajando”, dijo el jueves 18, día de la reinauguración, un empleado de limpieza, sobrepasado, ante LA NACION.
“Sé cómo es la forma del corazón, la forma de los ojos, la forma del cerebro; ¿pero cómo es la forma de la memoria? Según madre, la memoria tiene forma de Justicia”, se luce el mural del historietista e ilustrador Liniers, en una posición visible en la pared del andén con sentido a Leandro N. Alem.
En la del ascenso por escalera mecánica, una fotografía continua extendida capta a todo el andén con sus murales renovados, con la firma del artista visual Esteban Pastorino. Contra la impunidad y la desmemoria: un espacio tipo instalación, junto al cajero de Banco Ciudad en el hall central, con la leyenda iluminada dice “el 18 de julio de 1994 a las 9.53″; también se honra al listado de nombres y se afirma: “El cambio de Pasteur a Pasteur-AMIA fue aprobado por la Legislatura como una manera de honrar la memoria de las víctimas del atentado”.
De boca de empleados de Emova, la concesionaria del servicio, se supo que el jueves 18 “hubo mucho revuelo cuando se desconcentró la gente; entre las 10.30 y las 12.30 había amontonamientos. Yo trabajo acá desde hace 26 años –se presentó “la principal”, empleada de la empresa desde hace añares–. Hoy me tocó en la estación reinaugurada porque justo cambié el horario. Yo estoy en Rosas todos los días”.
“Hay que completar la escalera; falta reponer los carteles originales. El lado hacia Alem está mejor; bastante bien. Cuando pasó lo de la AMIA, yo recién había ingresado. Acá abajo no hubo ninguna repercusión material, pero la gente llegaba y decía: ‘¡No saben lo que pasó!’”, afirma esa misma “principal”, así clasificada según la nómina de la empresa. Fuentes de Subterráneos de Buenos Aires Sociedad del Estado (Sbase) explicaron a LA NACION que “las obras de filtraciones estuvieron contempladas y se avanzó con ello, pero restan algunos trabajos que se están haciendo durante el horario nocturno. Priorizamos la apertura para que los usuarios puedan utilizar la estación mientras se terminan las obras. Además, se instaló una tecnología para preservar las intervenciones artísticas”.
“Está jodido, te pelean; la sociedad está violenta –sigue la principal–. ‘Yo tengo que pasar. Estoy apurada’”. Entonces, señala al “nuevo. Para nosotros es un compañero”. Se trata del agente de control de evasión de molinetes. “Tiene más presencia que nosotros. Yo le digo a alguien ‘Ese señor es el supervisor’, y se le van al humo a él”. Al cierre de esta nota, aún no se había obtenido respuesta de Emova sobre el rol oficial de estos nuevos agentes de control, si es una figura transitoria o llegó para quedarse dentro del organigrama de la compañía.
Sin excepciones
“Si tirás el molinete –advierte la principal– para atrás y pasás, él te va a abordar y te dirá: ‘Disculpá, tenés que pagar’. Para llegar a agarrarte de un brazo, necesita un policía que lo avale. Es raro: nos peleamos pobres contra pobres. No hay mujeres en ese rol. Tienen que ser varones con presencia, vestidos de negro; se paran ahí y no le vas a buscar pelea. Pero nos dicen que en Constitución sigue habiendo problemas: le pasan igual ante su nariz”.
En la nueva Pasteur-AMIA sigue sin haber un ascensor: las personas con discapacidad tienen que seguir hasta Callao o Uruguay. Tampoco hay escalera mecánica para subir o bajar desde la calle. “En más de una oportunidad se ha comentado: se pide un ascensor o una escalera mecánica. Pero si Florida no tiene, qué nos queda”, se resigna la empleada veterana. Desde Sbase, se aduce que “esta fue una obra de renovación integral de la estación. Las obras de accesibilidad son mucho más complejas y llevan más tiempo. En ese sentido, Sbase se encuentra rediseñando el plan de accesibilidad de la red. Actualmente se está terminando la instalación de un ascensor en la estación 9 de Julio de la línea D, mano a Congreso de Tucumán, y en los últimos años se instalaron ascensores en las estaciones Retiro y Diagonal Norte de la línea C, Catedral de la línea D y 9 de Julio sentido a Catedral”.
El punto de llegada del escalafón del subte es llegar a ser supervisor. Pero hay demasiados principales que aspiran a ese rol. El principal, además de desempeñarse como boletero, debe atender al público y asistirlo junto a las máquinas y los molinetes. Ese “afuera” (de la cabina) es exigente: hoy mismo jubilados reclaman pasar sin pagar y se les explica que el beneficio es solo para los que ganan la mínima, y que se gestiona en las estaciones Avenida de Mayo o Independencia de la línea C. “Al discapacitado hay que dejarlo pasar aun sin carnet”, coinciden los empleados.
La principal es historia viva del subte. Suyo es el retrato que sigue del habitué: “Pasajero de Once: bolsas, bolsitas y bolsones. Después de las 19, estudiantes de UTN y de Economía de la UBA. Bien temprano, médicos y enfermeros del Hospital de Clínicas. El estudiante, sin tarifa especial; paga el monto completo del pasaje”.
Memoria subterránea
“Los que vivieron el atentado hoy ya están en Tráfico; son conductores. En Boletería está un muchacho que era recontador: recontaba dinero para tirar en las cajas, pero ya no hace falta porque fue reemplazado por una máquina”, reconoce la principal. Lo suyo es atender varias cosas a la vez; suya es la extrema rapidez para detectar un billete falso. Elegancia uniformada: chomba verde con cuellito violeta, buzo; campera deportiva, solo para el supervisor. Él no está asignado a ninguna estación particular; desde la oficina determina a dónde va cada boletero. Y las novedades de cada estación se le pasan a él. A diferencia de Pasteur, Pueyrredón es masiva; hay conexión con la línea H. Callao agrupa gente de trabajo, abogados y turistas.
El encargado, con 19 años en la empresa, describe los cambios: “Hoy en Pasteur-AMIA hay más iluminación, con luces LED; mejoraron la ventilación con nuevos conductos, hay menor caudal de gente que en Carlos Pellegrini. El equipo incluye boletero, principal o encargado y un personal de seguridad. A lo sumo, dos de seguridad por cada turno de seis horas por trabajo insalubre”.
Cuando termina la jornada, dice, “salgo a la calle y la luz natural me deja tildado. Para salir tenés que avisar que es para comprar o tomar un poquito de aire. Estás permanentemente bajo control de las cámaras y personal del Puesto Central de Operaciones de la estación Moreno de la línea C, donde se observan todas las estaciones y se pide policía o lo que se requiera en el momento para alguna estación en particular”.
La renovación de la estación, informó el gobierno de la ciudad, implicó también obras en los accesos, las galerías de escaleras, el vestíbulo y los andenes, trabajos de impermeabilización, pintura, reparación de pisos, recambio de luminarias, reordenamiento del tendido eléctrico dentro del Plan de Renovación Integral en Estaciones de Subte y de Premetro, que antes actuó sobre las estaciones Facultad de Medicina y Bulnes de la D, Castro Barros y Acoyte de la A, entre otras.
“No tenemos vestuario –reclama el histórico empleado–; solo este pequeño baño. Por eso sigo manteniendo mi vestuario de mantenimiento en Florida. Todos los días paso por ahí; me cambio, almuerzo, y mantengo ese privilegio desde hace 19 años. Yo no estoy acá porque quiero. Yo laburaba en Mantenimiento fajado, hasta que tuvieron consideración”.
La pesadez de las miradas y las posturas de abatimiento de los pasajeros dan testimonio del “No hay plata”; hoy el monto negativo de la tarjeta SUBE es de 480 pesos y no alcanza para un viaje, que cotiza por encima de los 600. En un extremo del andén a Leandro N. Alem, hay una pared descascarada con una pérdida de agua que no se sabe si es una instalación sobre la voladura o parte de las obras todavía inconclusas, en algunos sectores como el andén hacia Juan Manuel de Rosas y la escalera principal.
Coda y adiós
Al volver el domingo 21, aún no se ha intervenido sobre las fallas. En el andén hacia Rosas, a la altura del mural de Grondona White, con un Zeus con los ojos vendados, una persona está filmando, captando el chorro que cae burbujeante desde atrás del cartel rojo indicador de la estación.
“Me llamó la atención cómo está, después de tantos meses cerrada”, dice. Junto a la entrada de la escalera mecánica hay un charco y el agua sigue derramándose; nadie además de los pasajeros pareció notarlo. El mural de Daniel Paz está en la zona inundada. Su ironía habitual, que hace dialogar en su gráfico a sujetos del poder (agentes de inteligencia, fiscales, jueces, quién lo sabe y qué importa), está a punto de mojarse.
La flexibilidad para dejar pasar al que no le queda efectivo es nula. Una señora retribuye, lapidaria, a la rigidez del agente de control de evasión de molinete: “Duraron tres meses y no quedó nada linda”. Era su primera vez en Pasteur-AMIA posrenovación.
Bajo la luz titilante de vagón de tarde de domingo, un copo de nieve color violeta flúo. El padre viaja parado, con la nena tomada de la mano. “Dale el gusto a la nena”, arenga el persistente vendedor. Vencido a la demagogia, compra el producto. Luego, el andén desierto de una tarde gris: es Pasteur-AMIA y sus pérdidas de agua no tan portentosas como en el andén de enfrente, que va a Rosas; con su falta de pintura en las paredes y techo, sus humedades a la vista y la falta de bar propio, que antes había. Detrás de una persiana baja, hasta el año pasado estaba el café, con su típica barra de sandwichería y café porteños. Los empleados que no traen su vianda hoy deben trasladarse al bar de Pueyrredón, para un café con leche como se debe.
Allí, en las entrañas del subte, la mercadería se renueva todos los días; al final de la jornada, no sobra nada. Todos los días, a primera hora, se rellenan las campanas de plástico. Los propios empleados de locales de otras estaciones son los clientes. A las 6.30 ya se piden los primeros cafés para un subte que estaba abierto desde las 5, y los encuentra ávidos. A 1900 pesos, el café con leche sale con medialunas crujientes. La perla, para el que puede, es la croissant rellena y “tostadita”. Son los módicos placeres de la gente del subte.
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