Su posesión más preciada, la mansión en una isla griega
A los invitados los alojaba en su yacht de 20 camarotes, donde cocinaba el chef del hotel Ritz
"Nadie encarnó como ella el goce por la vida bien entendido. Disfrutaba intensamente de todo, pero se sensibilizaba de igual manera. Adoraba tener grandes cantidades de efectivo cerca, dormía con la puerta de su dormitorio cerrada desde adentro con llave y nunca dejó de interesarse por la belleza masculina: no era indiferente a la elegancia, el refinamiento, la simpatía o la linda sonrisa de un hombre . Y eso no era una debilidad, sino una prueba de su energía vital."
Así la recordó a Amalita una fuente que, como las demás consultadas por LA NACION, habló bajo estricto pedido de anonimato y fue testigo de su singular estilo de vida. Una peculiar forma de vida, marcada por el esteticismo y la deferencia en cada detalle, virtudes que la entronizaron como una anfitriona única.
"La más preciada posesión de Amalita era una mansión griega, sobre la bahía del Peloponeso, próxima a la isla de Hydra. Se alzaba en un istmo dividido entre sólo tres propietarios: el magnate naviero Stavros Niarchos, ALF y una millonaria norteamericana", describió la fuente.
"Era una casa de ensueño que balconeaba sobre el Egeo. Tenía una piscina sublime, en cascada, que se fundía en la línea del horizonte y el mar. Pero sus invitados no se hospedaban allí, sino en un yacht siempre anclado en la bahía", recordó otra fuente.
Se trataba de uno de los cinco barcos más grandes del mundo, con 14 camarotes, 20 tripulantes y el chef del hotel Ritz, de París.
"Lo usual era que ella navegara por las islas junto con sus matrimonios invitados por la tarde. Pero paraba siempre en la isla de Hydra para regalarles a las mujeres una alhaja. Si había chicos, ella pagaba el batallón de niñeras", recordó la invitada.
Amalita tenía una forma muy peculiar para refundarse, cada vez que un gran dolor la asolaba. Cuando murió Fortabat, abandonó su casa de Palermo Chico y nunca más regresó allí. Tampoco a los lugares y hoteles que solía frecuentar con él.
"Se abocó a crear sus nuevos espacios, libres de recuerdos y con su mirada puesta hacia adelante y no en el ayer. Lo único que se llevó de la casa que compartían fue una bois erie verde, que había pertenecido a un palacio austríaco y con la cual construyó uno de los ambientes de su hogar en Avenida Del Libertador", comentó la fuente.
Emulando a los Grimaldi
Sus gustos estéticos la empujaron a reproducir en el nuevo hogar, con los mismos tonos amarillos, sedas, y mobiliario el comedor oficial del Palacio de los Grimaldi, en Mónaco. Pero adoraba sorprender a sus invitados con la generación de un nuevo espacio destinado como comedor. La mesa podía servirse tanto en la biblioteca, como en un rincón del living o de su estudio. Y siempre con un despliegue inagotable de diferentes porcelanas.
"Para honrar a sus invitados, elegía personalmente los motivos de la vajilla que se correspondían con el mé tier o la personalidad de cada comensal. Y así, en una mesa, podía haber doce platos de porcelana diferentes al igual que los cubiertos", agregó.
Sus grandes joyas fueron siempre regalos de su marido: collares de esmeraldas, diademas, gargantillas espléndidas con rubíes? que cuando Fortabat murió, Amalita siguió comprando, pero en mucha menor cuantía.
En los 80, trasladó al arte sus grandes adquisiciones. Y siempre que se desprendía de una propiedad -como cuando vendió sus departamentos en París, o sus casas en Southampton, Villa La Angostura o Los Troncos, en Mar del Plata- se "compensaba" adquiriendo obras de arte. Hoy su pinacoteca tiene cerca de 4000 obras.