Sótanos que se derrumbaban y cuartos secretos: el misterio de los túneles nazis de Villa Ballester
En dos viviendas distintas se hallaron pasadizos y búnkeres subterráneos desconocidos; pertenecieron a viejos integrantes de agrupaciones que simpatizaban con el Tercer Reich
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Esta no es una historia de criminales de guerra nazis que se ocultaron en la Argentina durante el primer gobierno de Juan Perón después de haber participado en delitos horribles contra la Humanidad. Esta es una historia de alemanes resueltamente nazis que vivieron en la zona norte de Buenos Aires, donde divulgaron la palabra proletaria del Tercer Reich hitlerista: fascistas, antisemitas y nacionalsocialistas formaban ese grupo.
Ellos promovían el nazismo a cara descubierta con sus instituciones educativas y deportivas, con actos multitudinarios, con esvásticas flameando y saludos romanos y todo esto ocurría una década antes de la llegada al poder del fundador del Justicialismo.
Esta es la historia de los nazis de Villa Ballester, de los espías nazis del servicio secreto alemán SD y de los primeros miembros fundadores del nazista Partido Obrero Nacionalsocialista Alemán (NSDAP) y su red de espionaje que incluía una serie de bases radiotelegráficas y misteriosos túneles subterráneos que conectaban distintos refugios.
Los mismos túneles y refugios nazis que, hasta la investigación del experto historiador Julio B. Mutti, habían sido reducidos al orden del mito y la leyenda.
Los nazis de Villa Ballester
Cuando Mutti publicó en su blog U-Boat Argentina la primera parte de “Nazis en Villa Ballester”, la entrada se convirtió no solo en una de las más visitadas del sitio sino también de las más comentadas. Después de haber escrito varios libros sobre el nazismo en el país, al investigador le llamó la atención algo que no ocurría con sus otras publicaciones: la cantidad de mensajes recibidos por parte de vecinos de esa localidad del partido bonaerense de San Martín contando historias hasta entonces desconocidas.
“Uno de los dueños de una casa en la calle Agustín Álvarez se puso en contacto conmigo y me contó que en su propiedad se derrumbó el fondo del terreno; se abrió un pozo de unos 4 por 4 metros, por 6 de profundidad. ¡Fue un tremendo derrumbe! En el fondo del pozo se observaba un piso y una cocina del tipo económica”, cuenta Mutti a LA NACION y anticipa: “Si vas a hablar de los nazis de Villa Ballester preparate porque te van a tirar con munición gruesa”.
El escritor se refiere a los violentos comentarios que recibió en su blog, un sitio de referencia mundial sobre nazismo, por parte de una minoría de presuntos descendientes de alemanes que parecían hacerse cargo del pasado nefasto de sus antepasados, como si ellos fueran culpables de una tragedia ocurrida ochenta años atrás.
“No me sorprendió el hecho del derrumbe ni del ambiente subterráneo que apareció, porque esa propiedad era habitada en los años cuarenta por Karl Robert Fandrich, un agente del servicio de espionaje nazi, tal como él mismo se definió cuando fue detenido en 1945″, cuenta Mutti.
Fandrich vivía en la calle Entre Ríos 456 de esa localidad. De oficio editor, tenía una famosa librería alemana en San Martín 388 (CABA) y, como pudo comprobar el historiador, también contaba con otra gran porción de terreno en la manzana 83, con frente a la calle Agustín Alvares 91 (numeración vieja), de acuerdo con los registros del Frente Alemán del Trabajo (DAF), una organización sindical cien por ciento nazi que nucleaba en el país, en 1941, a más de 10.000 afiliados.
“El gran pozo fue rellenado por cuestiones de seguridad y no se hicieron más investigaciones o inspecciones”, dice Mutti. Hasta la publicación en su blog, los dueños de la propiedad ni siquiera sabían de la existencia del tal Fandrich ni del servicio secreto nazi en la Argentina.
LA NACION accedió a la numeración actual de la casa cuyo fondo se derrumbó y dejó al descubierto un ambiente subterráneo, como también a la nomenclatura catastral de lo lotes linderos que se conectaban mediante túneles con la casa espía nazi, pero como los propietarios actuales prefirieron no participar de esta historia, los datos y sus nombres se mantienen en reserva.
Sin embargo, los dueños le dijeron a Mutti que, de acuerdo con los vuelcos en la matrícula que figuraban en la escritura, la propiedad había pertenecido a la Sociedad Alemana de Gimnasia (SAG Villa Ballester) y luego, cuando la institución se mudó a la actual sede, los terrenos fueron loteados.
De acuerdo con la información pública, la SAG fue fundada el 24 de septiembre de 1924 por un grupo de 13 personas: cinco de ellos estuvieron luego directamente relacionados con poderosas organizaciones nazis en el país. Es el caso de Friedrich Fastner y Karl Ratzlaff, quienes figuran entre los primeros afiliados al partido nazi argentino (fundado en 1931); en tanto que Willy Keitel, Paul Keller y Martin Lange eran miembros del DAF. El hermano de Karl, Max Ratzlaff, por su parte, fue uno de los miembros fundadores del partido nazi paraguayo (1929).
Lange fue un inmigrante alemán radicado en Villa Ballester; maestro de oficio, trabajó en distintos colegios de la comunidad germana con profunda dedicación pedagógica y fue fundador de varias instituciones educativas y culturales alemanas; hoy día es considerado un prócer de la cultura teutona en la Argentina. Su filiación al gremio nazi, sin embargo, no lo convierte en un criminal.
El Tercer Reich era una dictadura totalitaria que pretendía modelar a sus súbditos donde quiera que se encontrasen. Por eso, en aquella época, figurar en una organización nazi “era casi una cuestión de ser o no ser”, narra Mutti y cuenta la historia “del pobre sastre alemán radicado en Lanús, quien osó desafiar al partido nazi local y sufrió un feroz boicot que casi lo dejó sin clientela”. Esto lo obligó a enlistarse en una pequeña célula del partido en Gerli: “De inmediato comenzó a lloverle trabajo nuevamente”.
“Si un alemán en la Argentina era pronazi en Villa Ballester, no era algo que saliera de lo común. Estoy seguro de que muchos hasta fingían ser nazis para no ser discriminados dentro de la comunidad, y esto nada tenía que ver con ser un criminal o algo parecido”, resume.
Los alemanes en la Argentina y el problema de la filiación nazi
Para la década del 40, cerca de 300.000 personas germanoparlantes, nativos e hijos del Reich, vivían en la Argentina. “Los estudios coinciden en que la mayor parte de esa población apoyaba al Tercer Reich, o al menos no se oponía”, cuenta Germán Friedmann en su clásico libro Alemanes antinazis en la Argentina.
Hasta 1938, las organizaciones nacionalsocialistas hitlerianas operaban en el país con la misma legalidad que en Berlín. Argentina y el Reich eran buenos amigos. Por caso, en 1934, a un año de la llegada de Hitler al poder, se inauguró en Hamburgo el Argentinienbrücke (Puente Argentino, que aún existe). Fue en homenaje a la hermandad germano-argentina. Nada extraordinario sino fuera porque el principal orador del evento fue George Ahrens, un alto cuadro de las SS que más tarde se hizo millonario por robarles propiedades a los judíos alemanes perseguidos, cuenta Mutti en su libro En el ojo del huracán.
Todo cambió después del mayor acto nacionalsocialista de la historia realizado fuera de Alemania, cuando 20.000 nazis cantaron el himno nacional argentino en el Luna Park mientras celebraban la anexión de Austria al Tercer Reich (Anschluss). Fue cuando las denuncias sobre la penetración alemana en Sudamérica comenzaron a inquietar a los Estados Unidos y a alterar la vida de los inmigrantes alemanes en la Argentina.
Hasta entonces, los delegados de Hitler en el país habían infiltrado el sistema de enseñanza alemán que sumaba más de 200 escuelas con más de 13.000 estudiantes, el mayor esquema escolar germano del planeta fuera de Europa.
La bandera oficial con la esvástica flameaba en el ingreso de las escuelas alemanas de toda la Argentina y el retrato del Führer se colocaba junto al de José de San Martín.
“La soberanía argentina estaba siendo irrespetada por el Tercer Reich y el largo tentáculo de Adolf Hitler”, cuenta Mutti. El plan de los jerarcas alemanes nucleados en el servicio exterior de la Auslandorganisation (AO) pretendía conducir las vidas de los súbditos del Reich dondequiera que se encontrasen y los fieles argentinos se comportaban como alumnos perfectos.
Un ejemplo: en manuales de geografía escritos en alemán que servían como material de enseñanza en las escuelas de la comunidad se decía que la población del país estaba compuesta solamente por indios y alemanes, como denunció el legislador socialista Enrique Dickmann, quien impulsó en el Congreso una investigación sobre las actividades ilícitas de las organizaciones extranjeras con foco en el nazismo.
En ese entonces, el Argentinishes Tageblatt, un diario fundado por inmigrantes alemanes democráticos, denunció que el representante diplomático alemán en el país, Edmund Von Thermann, había asistido a la fiesta de fin de año del colegio Goethe Schule de Buenos Aires vestido con el uniforme de las SS y había pronunciado un discurso frente a la bandera con la cruz gamada. La mayoría de los presentes lo saludaron con el brazo derecho extendido.
Frente a la presión interna y externa, el presidente Roberto Marcelino Ortiz decretó, el 8 de mayo de 1938, la intervención de las “escuelas extranjeras” y prohibió ideologías políticas o raciales y todo culto que resultara contrario a la Constitución Argentina. Un año después también se cortó el flujo de dinero que financiaba desde el exterior a las instituciones alemanas, lo cual produjo dos movimientos históricos muy marcados.
Primero, se desató una verdadera “histeria antialemana” y una cultura de la cancelación donde resultó sospechoso todo aquel que fuera germanoparlante. Incluso buena parte de los 50.000 judíos alemanes que habían escapado de Europa desde el comienzo del nazismo sufrieron algún tipo de persecución por parte del Estado argentino.
“Mi mamá y mi tía tenían que presentarse en la comisaría para dar parte de que no eran nazis”, le contó a este medio Pedro Oppenheimer, un argentino hijo de inmigrantes alemanes de origen judío, quien años más tarde vivió en el mismo edificio de Belgrano que el criminal de guerra Walter Kutschmann.
El segundo movimiento que produjeron las denuncias contra los nazis en Argentina fue que el servicio de espionaje alemán SD que operaba en el país tomó verdadero sentido y poder: ahora que el partido nacionalsocialista alemán operaba en la clandestinidad, ellos debían continuar con el financiamiento ilegal de las actividades de nazificación de la comunidad alemana en la Argentina.
El espionaje nazi en Villa Ballester
“La red Bolívar fue la sumatoria de todas las agencias de espionaje nazis en Sudamérica, y terminó concentrándose en la Argentina luego de que Brasil rompiera relaciones con Alemania a principios de 1942″, señala Mutti a LA NACION y agrega: “Desde entonces nuestro país se convirtió en el último bastión de la inteligencia nazi en Occidente”.
El espionaje nazi local, al principio liderado por el agregado naval de la embajada alemana en Buenos Aires, el capitán de navío Dietrich Niebuhr, no solo enviaba hijos de alemanes hacia Europa para pelear la guerra a partir de 1939. También se encargaba de la recepción de nuevos agentes para Sudamérica, del tráfico de drogas de grandes laboratorios y de la recepción de libras esterlinas falsas diseñadas en el campo de concentración de Sachsenhausen para hundir la economía británica, y todo esto, en el caso sudamericano, para financiar en el mercado negro las operaciones de espionaje.
Los agentes, liderados por Johannes Siegfried Becker, el espía del SD número 1 de Occidente, y Hans Leo Harnisch, el jefe financiero y gerente de compañías alemanas en la Argentina, habían montado una serie de bases secretas con sótanos ocultos y recovecos desde donde se transmitían mensajes radiotelegráficos hacia Hamburgo.
Algunas de estas bases fueron descubiertas por la policía, como la de la estancia El Simbol en Santa Fe, la de General Madariaga o la quinta “Mi Capricho” en San Miguel de Buenos Aires, donde se encontraron elementos como la máquina Enigma para cifrar y descifrar mensajes y documentación falsa; otros escondites permanecieron en las sombras durante largas décadas, como la casita de los alemanes en Mar del Sud. “Hubo bases secretas en Ranelagh, Bella Vista, Pilar y Martínez; desde las provincias de Entre Ríos y Santa Cruz también se transmitieron mensajes cifrados rumbo a Alemania”.
Por eso el investigador no se sorprendió cuando un vecino de Villa Ballester le comentó que el fondo de su casa se había derrumbado dejando a la vista un enorme hueco donde se podía ver un completo ambiente subterráneo, todavía más cuanto que la propiedad había pertenecido al viejo y conocido librero alemán y espía nazi del SD Karl Fandrich, subordinado del legendario Becker.
Todavía más: a unas diez cuadras de allí, un vecino llamado Jerónimo que pidió reserva de su apellido le reveló a Mutti que halló una serie de túneles debajo de su casa que conectaba con un sótano desconocido. La historia dice que cuando terminó la guerra en 1945 y el nazismo cayó en desgracia, el dueño original de la casa ubicada en Lafayette 371 (vieja numeración) de Villa Ballester vendió la propiedad a precio vil y se fue a vivir a la provincia de Córdoba.
“El comprador de la casa siempre supo que el dueño original era un nazi, así estaba sindicado en el viejo Ballester, como tantos otros”, detalla Mutti. “Hurgando en el viejo sótano, el nuevo dueño halló una inesperada sorpresa: descubrió una red de pasadizos y escondites, también una pared falsa con una habitación detrás; desde allí nacía un pasadizo que conducía a un túnel, que a su vez llevaba hasta donde ahora es la casa de Jerónimo”.
El dueño nazi original de la casa de la calle Lafayette fue Paul Wellmann, cuadro del partido nazi alemán número 3.758.529, afiliado el 1 de noviembre de 1936 y nacido en Stadtoldendorf (Baja Sajonia) el 15 de junio de 1879. Mutti entiende que no le debe haber resultado difícil a Wellmann construir su extraño búnker subterráneo. Según los registros del Frente Alemán del Trabajo, el viejo y experimentado nazi era “técnico en construcciones”.
¿Los ambientes subterráneos y los túneles que conectaban con otras viviendas de Villa Ballester formaban parte de la red de bases secretas del servicio de inteligencia alemán en la Argentina? ¿O solo eran escondites para cuando la situación política se pusiera brava y hubiera que refugiarse, como finalmente sucedió?
La respuesta permanece enterrada en las calles Agustín Álvarez, Enrique Marengo y Lafayette de Villa Ballester.
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