Sorpresas a bordo. Quién es el maestro panadero de la Fragata Libertad
Mario Bordón tiene su propio comercio en Rafael Castillo; es reservista naval y dona su oficio a la Armada; “donde voy, doy mi mano, busco la forma de colaborar”
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A BORDO DE LA FRAGATA LIBERTAD.- Sobre la mesada de chapa hay cinco bollos esperando. Por el ojo de buey corre apenas una brisa marítima que intenta refrescar la cocina, donde hacen algunos grados más que en el resto del buque. Son las 18.30 y el suboficial segundo de Reserva naval, Mario Bordón, estira sobre una asadera redonda la masa. Esas pizzas irán para el capitán. Las 52 restantes rectangulares se distribuirán entre los 213 tripulantes a bordo de la Fragata Libertad.
Oriundo de La Matanza, el hombre de 51 años es panadero desde los 14 y dona su oficio a la Armada. “Mientras estudiaba en la secundaria buscaba trabajo y entré en una panadería para hacer limpieza. Ahí me fui insertando, miraba cómo preparaban”, cuenta Bordón vestido con el uniforme de camisa blanca y pantalón azul y un delantal negro encima. Dos años después saldría de allí con su oficio: estibador palero. “En un barrio cada cinco o seis cuadras hay una panadería. Yo iba de una en otra. Fui captando que no en todas hacen el mismo trabajo, fui conociendo diferentes materias primas”, recuerda.
A los 17 años se incorporó a la escuela del Ejército. Pero al año y medio tuvo que dejarla por un problema familiar y volvió a la panadería. “Era mi oficio, pero siempre me gustó la institución militar, tenía la vocación militar”, afirma. Es por eso que no dudó en anotarse cuando en un stand en una exposición de la base de Morón anunciaban que incorporaban reservas navales. “No hacía falta haber sido militar o soldado, bastaba con tener un título o una profesión para que te otorgaran un grado”, explica.
Los reservistas son ciudadanos que mantienen su profesión en la vida civil y cuentan con una preparación militar. Además de quienes no pudieron completar su formación militar, como Bordón, las fuerzas de reserva se nutren de los ciudadanos que realizan el curso de Formación de Oficiales de Reserva, los egresados de los liceos militares y quienes solicitan la baja o se retiran.
“Me acerqué al edificio que en ese entonces era el Celfas –Centro de Reservas de las Fuerzas Armadas- y llené mi ficha como adherente. Al año me llegó un nombramiento: una carta de la Armada diciendo que se me reconocía como cabo segundo, el primer grado de suboficiales por el año y medio que estuve como aspirante y porque tengo un título de instrucción de tiro”, cuenta. Y agrega: “Aún así, esté en cualquier especialidad siempre sigo mi profesión. Donde voy, doy mi mano. Busco la forma de colaborar. Siempre en todas las embarcaciones donde estuve di mi mano, amasé, lo que se pueda hacer con la materia que haya.”
Bordón estuvo en los buques de la Armada King (patrullero marítimo), Ciudad de Rosario (multipropósito) y también visitó la base naval de Puerto Belgrano; esa vez durmió en el Hércules (transporte rápido multipropósito). En el buque escuela de la fuerza es la primera vez que se embarca. Cuando llegó se acercó a la cocina para preguntar con qué podía colaborar. Amasó pizzas y, al día siguiente cerca de las cinco de la mañana, terminó los bizcochitos de grasa que servirían en el desayuno. En la Fragata Libertad, todo la panadería se cocina a bordo, incluso todos los panes que se sirven cada mediodía y noche.
“Si hay algún evento me avisa mi jefe. Vengo desde mi casa en La Matanza, voy hasta el edificio Libertad [la sede de la Armada]. No tengo móvil propio por ahora, pero voy con la caja, los chips, los sanguchitos. Los llevo y comparto para el café”, sigue Bordón y dice: “Yo dejo lado un poco mi trabajo, también a mi familia y priorizo esto. A veces no lo entienden, me preguntan si me pagan. No me pagan, pero es lo que me gusta y lo que voy a seguir haciendo. A mí me pone contento porque es algo que hago de corazón, doy todo mi tiempo y dejo mi familia. No cobro nada ni tampoco pido nada a cambio, lo hago por amor a la patria, por amor a mi oficio y de paso para colaborar con esta institución”.
Cuenta que su tarea no tiene franco, trabaja todos los días porque el pan “no puede faltar”. Hace más o menos 15 años que logró abrir su propio “despachito” de pan en la localidad de Rafael Castillo. Fue allí donde repartió comida con personal del Ejército durante la pandemia de Covid en la puerta de escuelas.
Pasaron pocos minutos de las 9 de la mañana. Después de que la masa dio vueltas en la batidora y pasó 20 veces por la sobadora, Bordón la apoya sobre la mesada y la divide en pequeños trozos. La estira en palitos finitos. Llena las bandejas y en 20 minutos estarán listos los grisines que habitarán las paneras en la mesa del próximo almuerzo de los tripulantes.
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