Nancy Bennun repetirá, mañana, por segunda vez la experiencia; en el centro que organiza este tipo de servicios señalan que reciben cada vez más adultos mayores
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CERRO SAN JAVIER, Tucumán.– “Mamá, ¿qué querés para tu cumpleaños? ¿Ropa, algo para la casa?”. Esa fue la pregunta que las hijas de Nancy Bennun le hicieron a su madre el año pasado, cuando faltaban semanas para su aniversario número 80. “Ropa tengo, no me hace falta nada chicas”, respondió ella. El 31 de marzo de 2022, después de soplar las velitas, Nancy recibió su regalo, algo con lo que soñaba desde hacía más de una década, cuando vio un documental por televisión: volar en parapente.
Mañana, un día después de cumplir 81, y en el centro de deporte de montaña Loma Bola, en el cerro San Javier, a 50 minutos de San Miguel de Tucumán, la esperan con la vela desplegada y una torta. No será un vuelo de bautismo, como la vez anterior, pero Nancy ya palpita el momento en que sus pies estén a 1500 metros de distancia del suelo sobrevolando la selva tucumana. Revive con su recuerdo esa sensación increíble, única, “de libertad, de plenitud, porque son 15 minutos de plena felicidad”, resume ella.
Como Nancy, cuentan los instructores de Loma Bola, cada vez son más los adultos mayores que se animan a esta experiencia. Por su ubicación y las condiciones climáticas, en esta reserva natural se puede volar todo el año. Hace algunos meses, recuerda la instructora Mercedes Gijón, que tiene 27 años de experiencia, llevó en un vuelo biplaza a una mujer de 94 años. Y confiesa que extraña a un matrimonio que volaba con ellos antes de la pandemia. Tenían, en ese entonces, 78 años cada uno, y viajaban de Chubut a Tucumán para “darse el gusto” una vez al año. “Me satisface mucho cuando vuela gente mayor. Me llena el alma porque, muchas veces, están tan emocionados que se largan a llorar en el aire, o están con una sonrisa de oreja a oreja que no se les borra de la cara –dice Gijón, que se siente afortunada por el trabajo que tiene–. Cuando termina el vuelo nos abrazamos, me expresan la felicidad que sintieron en el aire. Algunos llegan acá porque sus hijos les hicieron un regalo, como el caso de Nancy, y otros me confiesan que ahorraron peso a peso para cumplir el sueño”.
“Miraba desde un lugar alto y me daba vértigo”
Hoy, un vuelo de bautismo biplaza, que dura alrededor de 15 o 20 minutos, cuesta 18.000 pesos; y los instructores de Loma Bola cuentan que, Semana Santa, es una de las fechas más demandadas. Es una época donde Tucumán, como muchos de los destinos más visitados del país, se llena de turistas, y la posibilidad de hacer parapente es una de las atracciones de la provincia, que puede combinarse con un paseo por las estancias de Tafí del Valle, la Ciudad Sagrada de Quilmes en los Valles Calchaquíes o la reserva arqueológica Los Menhires, en El Mollar.
“Toda mi vida he trabajado. Por más de 50 años tuve una mercería en las afueras de la ciudad de San Miguel de Tucumán. Me levantaba a las cinco, hacía las cosas de la casa y después llevaba a las chicas a la escuela. Terminaba a las 21. Ahora quiero disfrutar –sentencia Bennun–. ¿Sabés lo que me pasaba? Miraba desde un lugar alto y me daba vértigo, y es increíble cómo en el momento en que volé por primera vez ni me acordé. Todo lo que sentía era esa sensación de libertad, de disfrutar del aire, de la selva a mis pies, de ese paisaje que es una belleza”, confirma, y dice que se anima a una segunda vez porque “los chicos” de Loma Bola son muy meticulosos.
Despejar la mente
Tan fascinada quedó Bennun con su vuelo de bautismo que a toda persona que le pregunta por la experiencia le dice lo mismo: “Tenés que volar. Ya convencí a mis hijas y volaron las dos. Chochas. Con mis amigas no tengo tanta suerte. Siempre me dicen… ‘Ay Nancy qué coraje, qué lindo lo que hiciste’. Yo les digo que vengan conmigo, pero no hay caso. Tengo un hermano que vive en San Juan, y en mayo cumple 79 años. Él vino para mis 80, y estuvo en el cerro cuando me largué en parapente. Tampoco se anima. Le da un poco de miedo”.
Antes de la pandemia, Bennun también hacía actividad física; al menos tres veces por semana iba al gimnasio. El encierro, dice, la alejó de sus rutinas y amistades. El desorden de los horarios como consecuencia del aislamiento descompensó, en buena parte de la población, los hábitos de la alimentación, el sueño y el descanso. Las cifras de la Organización Mundial de la Salud también revelaron que hubo una evolución de las enfermedades mentales, que aumentaron un 25 por ciento. “La salud mental es lo más importante, y soy consciente de eso. Me cuido, me ocupo de mantenerme activa, porque sé que ya soy grande y me tengo que cuidar. No quiero ser una molestia para nadie. A los que me dicen que estoy loca, que cómo me animo a volar, les digo que hacer parapente es cuidarme, porque es algo que a mí me hace bien. Si pienso en todo lo que pasé en estos 80 años y en esta querida Argentina, me amargo. Entonces, busco lo que me despeje la mente”, recomienda, y asegura que, hasta el momento, la única medicación que toma es para la presión.
Ni ropa, ni cremas ni adornos
Ni ropa, ni electrodomésticos, ni cremas, ni maquillajes, ni adornos para la casa. Bennun dice que, en esta etapa de su vida, quiere que le regalen experiencias. Mañana ya tiene su turno de vuelo reservado, y para el próximo cumpleaños, sueña con algo más grande. “Creo que nunca es tarde para cumplir los sueños, y uno tiene que animarse a cosas nuevas, a emociones que te hagan sentir vivo. También quiero conocer lugares a los que nunca he ido. Ahora que viene Semana Santa, voy a ir a ver el espectáculo de luz y sonido del Cristo Bendicente. Me dijeron que es hermoso”, señala. Se trata del show de mapping que se proyecta sobre la estructura del Cristo, una obra con más de 28 metros de altura que asoma entre los cerros, a 2200 metros sobre el nivel del mar, creada por el escultor tucumano Juan Carlos Iramain.
–¿Y cuál es ese sueño más grande?
–No sé si va a quedar en sueño nomás o se hará realidad. Si llego a los 82, quiero saltar en paracaídas.
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